No percibo en la actual
situación catalana y española ningún elemento que invite siquiera al más
reservado y contenido de los optimismos. A la obstinación y a la cerrazón de
unos, se le opone la cerrazón y la obstinación de los otros. Y me sorprende la
frivolidad con que se considera la situación desde ciertos sectores, no ya
porque piensen que el independentismo no va en serio, que también, sino, y
sobre todo, por la ligereza con que se contemplan las posibles medidas para
atajarlo. Diríase que algunos, a estas alturas, todavía no han entendido nada.
Como decía en mi última
entrega, el modelo de la cuenta atrás elegido por los líderes independentistas,
crea dificultades añadidas desde el mismo momento en que el objetivo de la
independencia se presenta como una realización a materializar en unos tan
cortoplacistas. Pero también
es verdad que desde la estrategia independentista, dicho error forzado podría
reconvertirse en acierto por el escaso margen de maniobra que el gobierno
español de ha autoimpuesto. Que quede claro que no me interesa dilucidar aquí
cuál de los dos bandos tiene razón, sino el escenario que están propiciando
entre ambos.
Para los estrategas de la
independencia, su objetivo es precisamente que el propio error, si obtienen la
mayoría, de una declaración unilateral de independencia, provoque un error
forzado por parte del gobierno español, de fatales consecuencias. Cierto que la
independencia es un objetivo inalcanzable… en la actual situación y contexto, pero
la concatenación de errores puede precipitar un nuevo escenario donde ya no lo
fuera. Y me temo que esta variable no se ha contemplado; o si se ha hecho, ha
sido con una frivolidad alarmante.
La posición del gobierno
español ha sido hasta ahora, y sigue siendo, su absoluta determinación por el
cumplimento de la ley en un estado de derecho. Y su negativa a negociar nada. Supongamos
pues que llega el día en que se produce la declaración de independencia por
parte del Parlamento catalán, con una mayoría, pongamos, de 68 contra 67. ¿Qué
ocurre entonces?
Para empezar, las
argumentaciones sobre la ilegalidad de tal medida no sirven para nada si no se
pasa a la acción. Sí, es
cierto que según el Estatuto de Cataluña, para reformarlo se requiere una
mayoría cualificada de dos tercios de la cámara, y si no iban a conseguir esta
mayoría ni en Cataluña, difícilmente la votación por mayoría simple de una
declaración de independencia, que no entra es sus competencias, iba a tener la menor validez jurídica. Pero es que
esto carece de importancia en el escenario que se pretende forzar con dicha declaración
abriría, que sería de naturaleza eminentemente política; de conflicto político abierto.
Es verdad que una
independencia sin la menor complicidad internacional carece de posibilidades. Y
a las calabazas recogidas por Mas a lo largo de su periplo «diplomático», hay
que añadirle las más recientes y explícitas de Merkel o de Cameron. Lo tiene
muy mal por ahí el independentismo, pero precisamente por ello su estrategia
consiste en forzar al máximo la tensión, hasta llegar a un punto sin posible
vuelta atrás que abra un nuevo escenario. Y esto pienso que cree poder
conseguirlo con la declaración unilateral de independencia.
Para contrarrestar dicha
declaración y sus eventuales disposiciones efectivas, se habla de recurrir a la
ley. Sí ¿Pero cómo? Desde siempre, una ley cuya aplicación no se sustente en
última instancia con métodos coercitivos, es menos ley. Así que hablar de
utilizar todos los medios legales incorpora per
se la utilización de medidas de fuerza coercitivas como acompañamiento. Y su
utilización no dependerá del gobierno español, sino de los independentistas
catalanes.
Por lo general, se ha hablado de
aplicar el artículo 155 de la Constitución, anulando la autonomía catalana por
el procedimiento de intervenirla. Más sotto
voce, se habla también de los «tanques». En realidad, no son dos medidas
distintas, sino una y una de sus eventuales variantes. Y con ella se abriría un
nuevo escenario en el cual lo que pueda ocurrir es absolutamente impredecible
en sus consecuencias.
Para empezar, el Estado puede
intervenir superestructuralmente la Administración de la Generalitat y hasta
dejarla sin luz eléctrica. Pero sólo superestructuralmente, substituyendo con
gente propia a todos los cargos políticos y administrativos con dependencias
directamente políticas. Y hasta incluso algo más abajo. Pero no a todos los
funcionarios, y aun así, con evidente riesgo de colapso. Pero bien, asumamos
que esto es lo que se hace, se inhabilita al Gobierno de la Generalitat y se
pone al frente a un grupo de funcionarios para hacerse cargo de la dirección y
gestión de todas sus competencias. En un interesante artículo de hace unas
semanas, Manuel Castells ironizaba sobre la absoluta ineficacia de tal medida;
al menos, por las buenas.
Porque con lo primero que se
iban a encontrar es con una Administración de naturaleza fuertemente
clientelista, ideologizada y claramente hostil, con el consiguiente boicoteo
que se iniciaría como resistencia pasiva. ¿O qué decir de tantos municipios que
se han declarado independentistas si, por ejemplo, la consigna fuera la
resistencia pasiva y la desobediencia civil pacífica? ¿Se metería en la cárcel
a los 300 alcaldes que colgaran la estelada? ¿Cómo reaccionaría el resto de la
población catalana no-independentista? El independentismo no es mayoritario,
pero sí dispone de suficiente masa crítica y apoyos activos en puestos clave como
para responder con este tipo de «contraofensiva»; y vendiendo la homologación
de esta «nueva» situación con la posterior al 11 de septiembre de 1714; a la
idea de un país ocupado y de una población que, mayoritariamente, se opone a
esta ocupación.
La réplica inevitable por
parte del Estado no podría ser otra que un incremento de la tensión con la
consiguiente represión, purgas, destituciones y puede que encarcelamientos, que
acabarían de escribir las hasta hoy autohagiografías de los líderes
independentistas. Los problemas de orden público serían inevitables, y el
estado de excepción, seguramente que también. Algunos piensan que, como mucho,
se produciría una «batasunización» de los sectores independentistas más
radicales, y que la situación podría «estabilizarse» sin solución de
continuidad bajo estos parámetros. En mi opinión no sería así. básicamente. Además,
la impopularidad del tipo de medidas adoptadas iba a llevar a sectores no
independentistas a abrazar el independentismo o, como mínimo, a solidarizarse activamente
con él. Y en una situación de progresivo deterioro sin solución de continuidad,
pero que tampoco es eternizable, salidas antes imposibles acaso empezarían a
ser más verosímiles. No digamos ya si empiezan a haber muertos y mártires de la
causa.
En resumen, si la intervención
de la autonomía catalana conlleva de una forma u otra, como pienso yo, la
inevitabilidad de los «tanques», la presencia de éstos no será ni mucho menos
decorativa, sino funcional. Y después de los tanques de la Brunete, podrían
venir los cascos azules. Y el inevitable referéndum que entonces sí estaría el
independentismo en condiciones de ganar.
Lo de los cascos azules no es
ninguna frivolidad. A nadie le interesa una España errática e inestable. Y hay
también otras variables a considerar, desde qué pasaría en el Pais Vasco, hasta
cómo todo esto repercutiría en el resto de España, en su economía, en su posición
internacional, en su situación social y política... Es por eso precisamente que
las grandes potencias no quieren oír hablar ahora mismo de nuevos estados ni en
broma. Pero en otro escenario, podrían cambiar de criterio. No es impensable; manda es el contexto. Lo que sí me parece una
frivolidad, en cambio, es considerar que con la intervención de la autonomía
catalana se zanja el tema y se le da carpetazo. Me parece a mí que es no haber
entendido el problema, o no querer entenderlo.
Claro que, a lo mejor,
el que no lo ha entendido soy yo. Ojalá.
Un escenario previsible después del 27S es el de una separación más que un divorcio. Lo mismo de facto, pero con los pasos medidos. No sé si sería un mal menor, y tampoco sé si la prudencia abunda. Creo que una apuesta que una apuesta por un referéndum como en Quebec o Escocia habría sido más resolutiva.
ResponEliminaFrente a los faroles políticos, realismo, como en Grecia. Preservar el estado de derecho es la única posibilidad inteligente, además teniendo en cuenta que España no es a efectos políticos ni económicos un estado libre. La UE no permitirá "otro farol" y eso lo saben Rajoy y Mas.
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