La Balsa de la Medusa, óleo de Theodore Géricault (1819)
Será una tragedia, y lo es,
qué duda cabe, la de los refugiados sirios -y afganos y otros que pasaban por ahí, que de todo hay- pero lo que uno ve mayormente son jóvenes y adultos en edad
militar, exigiendo violentamente unos derechos por los cuales no están
dispuestos a luchar en su país de origen. Deberemos reconocer, evocando a
Miguel Hernández, que no son precisamente los hombres jornaleros que iban ser el
martillo de las cadenas del niño yuntero que ellos también habían sido. No,
nada de esto. Los niños perecen y aparecen en la playa ahogados, como los
ancianos o las mujeres violadas en el trayecto, y los que se salvan son los más fuertes. Lo de las mujeres y los
niños primero suena aquí a exquisitez victoriana. No, lo que está pasando se
parece más bien al naufragio de la Medusa, cuya evocación pictórica encabeza
esta entrega. Más prosaicamente: maricón el último.
Selección natural en estado de
barbarie, para llegar luego y exigir con malas maneras ser acogidos por la
civilización. Se les ve derribar vallas y enfrentarse a la policía con palos y
piedras, contra porras, gases lacrimógenos y mangueras de agua. ¿Alguien se
imagina qué harían si tuvieran armas de fuego? Al tiempo. Tampoco parece aconsejable
embarcarse con según quiénes si eres cristiano; los echan por la borda. ¿Qué
solidaridad tiene derecho a reclamar el insolidario?
Es también extraño que ni un solo
refugiado tome el camino más corto y, en principio más asequible. Los opulentos
y ubérrimos reinos de la Arabia Saudí, Kuwait y los Emiratos Árabes, donde
además no padecerían ningún tipo de discriminación por su fe musulmana, ni
habría motivo para sentirse agredidos por el escándalo de una cultura
pornográfica, idólatra, irreverente y nihilista como la occidental, que ofende sus más
profundas convicciones. Unos países, aquellos, en cuyas fronteras, casualmente, no
existe la menor presión migratoria de refugiados ¿Por qué será? ¿Quién está
financiando al EI? Porque alguien lo está haciendo…
Sin duda alguna es legítimo
huir de una guerra ¿Cómo no iba a serlo? Toda guerra produce víctimas,
refugiados, muertos... Y cuando concluye, el éxodo de refugiados acostumbra a ser masivo
en el bando de los vencidos. Esto lo sabemos todos muy bien y lo hemos vivido
por aquí en más de una ocasión a lo largo de nuestra azarosa y accidentada
historia. Mientras dura el conflicto, los máximos afectados son, como siempre,
los más débiles e indefensos, ancianos, mujeres, niños, precisamente los menos
en esta marea humana… ¿No es curioso? Porque ¿Quién no se acuerda de los niños de Rusia cuando la
guerra civil? ¿O de los de Madrid que se acogió en Cataluña?
Pero de Madrid no vinieron
hombres en edad militar a refugiarse en Cataluña: estaban luchando por la
República. Cierto que puede haber gente que no tenga bando en una guerra –sin
duda los más sensatos, aunque no siempre- o que huyan de ella por cuestiones de
conciencia: un objetor, un pacifista. Pero no parece que sea este el caso. La
actitud que están teniendo no es precisamente no-violenta, que digamos. Pero
insisto, hay algo que se me escapa en esto de reclamar unos derechos por los
cuales no estoy dispuesto a luchar en mi tierra. Y que para alcanzarlos
no reparo precisamente en actitudes solidarias. Además, y en otro orden de
cosas, esto es sólo el principio; inasumible sin serios quebrantos.
Mientras tanto, la pacata
Europa y la mojigata España se regodean en su humanismo prêt-à-porter, ofreciendo lotería como la que le ha tocado al entrenador
de fútbol «tropezado» con la pierna de la periodista húngara. Ya tiene trabajo
en el Getafe y todo el mundo está muy contento; sobre todo él. Tan contento que ni la grandeza del perdón benevolente se le pasa por la cabeza. No sabemos si la justicia que pide para la injusticia que propició su salvación será la de un estado de derecho o la islámica. Pero sí parece que eso de perdonar cae sólo del lado de cristianos y asimilados; como el arrepentimiento. Y además, no sé, pero a uno se le antoja que quienes estuvieran pujando por esta plaza que ha conseguido gracias a una zancadilla, que debía
haberlos, deben sentirse, como mínimo, algo contrariados. No todos correrán la
misma suerte que el flamante entrenador de fútbol, seguro; y son cientos de miles. Supongo que decir todo esto queda muy mal y se le
antojará a más de uno de una profunda y recalcitrante inhumanidad. Pero sólo una pregunta: ¿Somos
verdaderamente conscientes de lo que nos estamos trayendo entre manos?
En el Próximo Oriente está
teniendo lugar una guerra las repercusiones de cuyo resultado van mucho más
allá del espacio geográfico donde tiene lugar. Estamos viendo sólo el
principio. Aunque seamos miopes de los que no quieren ver más allá de sus
narices. Una miopía que equipara al cretino de Bush, que quiso acabar la faena que
su padre no concluyó porque no era tan tonto como él, con los ilusos que se relamían
con la «primavera» árabe, cuyo invierno glaciar nos está empezando a llegar.
También aquí tenemos
culpables. Como el infeliz del PP que se permitió llamar la atención sobre la
presencia de yijadistas entre las decenas de miles de refugiados. Le llovieron
chuzos de punta, y en gran parte con razón. Claro que los hay, a ver si no. Pero su partido fue palmero del
despropósito y carece de credibilidad. Nunca hubo mayor incentivo y tolerancia
con la inmigración ilegal que en los tiempos del Ansar que tanto añoran. Les servía para abaratar
costes salariales en los tiempos del «España va bien»; cuando se cocinó el plato
cuyas sobras ahora se tendrán que comer los de siempre. También a uno le
sorprende el súbito raptus de solidaridad que ha tenido Frau Merkel. ¿Pero es
que nos chupamos el dedo o qué?
Quizás sea verdad que Europa
se esté suicidando, pero entonces será por su estupidez, por su pusilánime
estupidez.
En fin. Les dejo aquí el
enlace con un artículo de Pérez Reverte que, sobre tal materia, me parece
imprescindible. Un problema siempre tiene, como mínimo, dos caras. Y hay que
conocer las dos, o cuantas tenga.
Xavier, un artículo magistral que me ha dejado en cierta manera noqueado. Un bofetón de realidad. Enhorabuena.
ResponEliminaInsobornable contra el sentimentalismo. Debería ser una exigencia de cualquiera que pretenda "reflexionar" sobre lo que sucede. Otra cosa es si lo que se pretende es, simplemente, hablar y más específicamente, hablar por hablar...
ResponElimina¿Vienen a exigir aquí lo que no son capaces de exigir en su tierra? Un pelín pasado de vueltas, ¿no? La solidaridad con el dolor ajeno nos eleva por encima de los cerdos, sólo con la inteligencia no iremos muy allá: a lo sumo a algún pasaje de las películas de Mad Max.
ResponEliminaNo sabemos si los cerdos sienten lástima; lo que sí sabemos es que no saben de raíces cuadradas. Y se puede reclamar lástima para uno sin sentirla hacia los otros. Se le llama egoísmo. Una cosa es conocer y otra sentir. No es incompatible, créame. En cualquier caso, si algo nos puede acercar a la verdad es el buen uso de la inteligencia. Puede que con ella no vayamos muy allà, como usted dice, pero sin ella vamos a ninguna parte. Ya estamos en Mad Max, igual que ya estuvimos en otras épocas de la historia; sólo que algunos sienten tanta lástima que las lágrimas les impiden ver con claridad.
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