Y si alguien replica protestando que el que te está poniendo como un incompetente es un auténtico orate, y que es un
desatino pretender que cada individuo experimente por sí mismo y uno a uno los
procesos de adquisición de conocimiento y destrezas que, desde el
australopitecus hasta nuestros días, han llevado a la humanidad en su conjunto
hasta el estado actual de conocimientos, y que cualquier teoría que postule
cosas así es un dislate monumental; si alguien dice esto, entonces es que es un
anticuado y/o se está aferrando a sus «privilegios» de siempre, además de darle
la espalda a la «realidad».
Cualquier aquelarre pedagógico
merece la mayor difusión mediática, pero no así su réplica. No importa, por
ejemplo, que ningún estudio neurológico serio tome en consideración esta nueva «facultad»
-o «representación», a saber- que es la inteligencia emocional, pero la
pedagocracia la ha encumbrado a tal condición en calidad de talismán educativo
alrededor del cual todo lo demás pivota, y eso no se discute, porque además,
cuenta con el argumento científico consistente en decir que «está
científicamente demostrado». Tampoco importa que las evidencias empíricas a la vista de los logros conseguidos con la aplicación del modelo educativo pedagocrático, sugieran más bien, como proponía Pérez Reverte en su momento, la impoeriosa necesidad de un Nüremberg pedagógico. Contra toda evidencia empírica, la verdad pedagocrática es la verdadera. Como aquellos infelices anarquistas a los que, durante la guerra civil, un pastor protestante alistado en las brigadas internacionales intentó convertir al luteranismo. Le respondieron que si ellos ya habían renunciado a la religión católica, que era la verdadera, cómo iban ahora a hacerse protestantes, que es la falsa.
Es la tendencia. Y una prueba
de ello es la asimetría de la que hablaba. Si alguien dice que los profesores
no están preparados, se le da crédito, entre la sorpresa, la aquiescencia y el estupor general por
tan valiente afirmación, o, en el mejor de los casos, se le concede el
beneficio de la duda. Y si alguien replica que semejante afirmación es una
falta de respeto a todo un colectivo, él es el que le está faltando al respeto
al egregio charlatán, que reacciona indignado ante el cuestionamiento de su Auctoritas. Si, encima, califica de
supercherías y pseudociencias las jergas pedagógicas al uso, entonces es un
sectario y su furibunda reacción confirma la veracidad de la acusación y de la
razón que asiste al pedagócrata en sus afirmaciones. Al otro, ni el cargo de la
prueba. Dos planos distintos para un debate desigual. Es la tendencia.
Conste que no estoy diciendo
que no haya profesores no preparados; o simplemente malos. Como hay malos
arquitectos, políticos, fontaneros o policías. Pero aquí la cosa va mucho más
allá porque se extiende a todo un colectivo y lo que se niega, en realidad, es
la pertinencia de su función. Algo así como si dijéramos que la policía no está
preparada porque no sabe hacer de Mary
Poppins. Y lo primero que hay que hacer es definir para qué queremos a un
arquitecto, a un político, a un fontanero, a un policía o a un profesor. Sí,
ya sé, alguien dirá que el ejemplo de la policía no le vale, porque no necesita para nada a la policía. Pero entonces es que es, o
un necio o un hipócrita. Y punto. Hasta el delincuente más cutre sabe que la
policía es necesaria; el más listo se aprovecha de ella.
Por eso, precisamente, no
llamamos a un médico para que nos repare la lavadora, ni a un fontanero para
que nos cure la úlcera, o a un policía para que nos enseñe latín. Y si vamos a
un fontanero, lo que queremos es que nos repare bien la lavadora. Que sea feliz
o no en su vida privada, nos trae sin cuidado. ¿Alguien iría a un médico con un
currículo de felicidad Cum Laude,
pero del cual sepamos que ayer mismo dictaminó como apendicitis una cirrosis
hepática?
Y de la misma manera que no me
imagino a un médico proclamando que su función primordial no es la de curar,
sino que el enfermo sea feliz en su condición de enfermo, tampoco me imagino a
un docente que diga que su función no es la de enseñar, sino que el discente
sea feliz en su ignorancia.
Claro que hay enfermos
incurables. Pero decir que los docentes no están preparados, sería en nuestro
ejemplo como decir que no lo están los médicos porque todo el mundo, ellos
incluidos, acabe sus días muriéndose.
Y es que aunque el pedagócrata
se vista de seda… en charlatán se queda.
Y encimató lo horriblemente mal escritos que están los textos de la secta, asestándole patadas al estilo y volviendo locos los signos de puntuación. Aunque sin duda es por causa de mi reaccionaria falta de inteligencia, me da hasta vergüenza decir que soy incapaz de entender lo que significa la definición ortodoxa de competencia. Me suena a algo así como que la nada nadea o cualquier jerigonza de borrachuzos ensoberbecidos. O se trata de una tomadura de pelo o un experimento psicologico serio para ver hasta qué grado se puede propalar la estupidez sin que los clientes ciudadanos se rebelen. Menos mal que con las nuevas normativas y su cohorte de estándares de aprendizaje, rúbricas y emprendedurias varias al fin nuestras mentes ateas van a ser capaces de asimilar la verdad. En fin, que el Señor ( el católico, el de verdad) nos ampare. Y de por último, en cuanto a rigor, contrastabilidad empírica, etc. de todas estas ciencias educativas, yo personalmente prefiero el vudú, que tiene cierta gracia estética y que a ver quién no se lo toma en serio. Y en cuanto a capacidad de predicción concreta, nuestro humilde e inmemorial Almanaque Zaragozano es mucho más digno de encomió.
ResponEliminaNo recuerdo su nombre pero hace poco leí a periodista decir que el buen periodismo debe hacerse eco de las dos versiones, cuando las haya (caso de la ciencia y la pseudociencia). Lo que no puede hacer es omitir una de las partes o dar más crédito a la primera. Esto es lo que ocurre casi siempre. Y así estamos.
ResponEliminaPablo Linde.
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