Que Venezuela es una
estultocracia no creo que nadie con un mínimo de honestidad intelectual pueda
ignorarlo hoy en día. Basta con ver al «presidente» Maduro y a su séquito de
acémilas para percatarse. Si además se les oye hablar, las fundadas sospechas
devienen certezas incontrovertibles. Tampoco es que goce de gran salud
democrática. Y, la verdad, con similares carencias en gobernantes que en
opositores, cuyo líder, por cierto –el de la gorrita de béisbol- está en la
cárcel. Algo que no es precisamente un ejemplo de democracia.
Hay también algo que
acostumbra a pasarse por alto a la hora de acometer la implacable crítica a que
ciertos regímenes se ven sometidos por parte de los «independientes» y prístinos
medios de comunicación de masas occidentales: la presencia constante de ciertas
ausencias. Está muy bien que le echen el ojo a un régimen autoritario o
dictatorial y lo machaquen, pero no que a otros, de igual catadura o peor, se
les mantenga en el limbo informativo, cuando no en la simple ocultación o tergiversación
de sus atrocidades.
El régimen venezolano es
grotesco y con manifiestas pulsiones autoritarias y antidemocráticas. Pero que
muera gente a tiros en una manifestación no es una exclusiva venezolana, como
tampoco que el líder de la oposición esté encarcelado. Una oposición que, por
cierto, auspició un golpe de estado militar, con la más que probable complicidad
de ciertos países occidentales, atajado por la tropa. Y que desde el
poder se manipule no es tampoco ninguna patente venezolana, ni siquiera
latinoamericana. Que todo esto sea repugnante, y lo es, no es óbice como para
que no deje de llamarnos la atención la saña con que se están cebando con
Venezuela los políticos occidentales, sus medios y sus lobbies. No porque no esté justificado tal encarnizamiento, sino
por las ausencias y omisiones a que antes nos referíamos.
México, sin ir más lejos, ofrece,
desde este panorama informativo global, un curioso contraste axiológico con
Venezuela. Veamos.
También bajo una estructura formalmente
democrática, el sistema político mexicano no puede calificarse sino de
cleptocracia. Como en Venezuela, la corrupción campa a sus anchas hasta el
punto que, desde la irrupción de los cárteles del narcotráfico y su componente
violento en los noventa del siglo pasado, el Estado mexicano cada vez se acerca
más al concepto de Estado fallido. A la oposición no se la encarcela, pero se
la asesina en la más absoluta impunidad, y estos crímenes, ya sea de activistas
o de líderes molestos, los llevan a cabo bandas de sicarios que con frecuencia
están compuestas por policías que se ganan un sobresueldo en horas libres, o
hasta incluso por presos a los que se saca de la cárcel en autobús para que los
lleven los cabo, siendo después puntualmente devueltos a ella.
Hablo de la oposición, no de
la casta política de los partidos adaptados a su porción de poder y subsiguientes
opciones cleptocráticas. Unos ya pertenecieron desde siempre a dicha casta,
otros, como el PRD, lo entendieron cuando el sistema perpetró el que probablemente
haya sido el mayor y más descarado fraude electoral de la historia. Fue en las
elecciones de 1988. Con el escrutinio en un 50%, Cárdenas iba en cabeza. Se
produjo entonces la famosa «caída» del sistema. Cuando se «reincorporó», unas
horas después, resultó que se iba ya por el 85% escrutado y con el oficialista
Salinas de Gortari, del PRI, destacado en cabeza. Todo un ejemplo de pucherazo
ante el cual Occidente quedó poco menos que indiferente. ¡Lo que hubiéramos
oído de haberlo hecho Hugo Chávez! O si se le ocurre hacerlo a Maduro, lo cual,
dicho sea de paso, se me antoja harto probable… ya verán.
Pues bien, aquí viene lo bueno.
¿Cómo se enfoca desde los medios de comunicación cualquier noticia de esta
guisa sobre México? Estamos hablando de asesinatos de adolescentes durante un
guateque a manos de sicarios; de la desaparición, tortura y muerte recientes de
más cuarenta estudiantes de magisterio; del secuestro y tiro a la nuca del
candidato molesto, da igual que sea candidato a presidente del país –Colosio en
1994- o a cualquier estado o municipio –caso de las recientes elecciones
municipales, de los asesinatos perpetrados por el narcotráfico en connivencia
con los poderes locales, estatales o federales… Estamos hablando, en definitiva, de un
estado corrompido hasta la médula desde sus más altas instancias hasta las más
bajas… Pero el tratamiento es distinto.
Venezuela siempre se nos
presenta bajo el prisma de un régimen dictatorial corrompido sistémicamente.
Todo lo que ocurre allí es por culpa del bolivarismo venezolano. Si muere un
manifestante es culpa del gobierno, si se encarcela al líder de la oposición,
también, y si baja el precio del petróleo, faltaría más... Y puedo estar de
acuerdo en gran parte...
Sin embargo, el enfoque que se
nos presenta cuando las mismas atrocidades o, hasta la fecha mucho mayores,
acaecen en México, es muy distinto. Lo que en Venezuela es sistémico, en
México es anecdótico, coyuntural… un accidente; trágico sí, claro, cómo no,
pero se nos presenta como las desgracias que acontecen en un país desgraciado
cuyo gobierno, a pesar de todo, lucha por sacudirse la delincuencia narco y su
omnímodo poder, que ha conseguido infiltrarse en las estructuras políticas y
administrativas del estado. Pero el sistema queda siempre a salvo. Es decir, lo
que falla en México son ciertas personas –el policía demasiado aficionado a
darle al gatillo, el alcalde caciquil, el ministro trincón…-, no las
instituciones o el régimen. En Venezuela, en cambio, el culpable es siempre el
régimen. El rasero de medir no es el mismo en ara uno que para otro ¿Por qué?
Foster Dulles, secretario de
estado con Eisenhower, refiriéndose al dictador nicaragüense Somoza –¿o era
Trujillo?- y para justificar el apoyo que le prestaban los EEUU, dijo en cierta
ocasión: “Sí, es un bastardo, pero es
nuestro bastardo”.
¿Será por eso?
Ejemplo parecido: ¿Qué derechos humanos se respetan en Arabia Saudi? Pero son ricos, así que llegan los jeques y se arquean los espinazos.
ResponEliminaEn cuanto a Venezuela, si los EEUU quisieran castigar al malvado régimen, podrían dejar de comprarles petróleo.
Dicho esto, me preocupa que alguna de nuestra izquierda no vea problema en Venezuela o Cuba, como alguna de la izquierda de aquel tiempo no veía problemas en la URSS, la China de Mao o la Camboya de los jemer rojos.
Por ejemplo...
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