En la reunión que tuvo lugar
hace unos días entre el nuevo ministro del ramo, un tal Méndez Vigo, y los
consejeros educativos autonómicos, se acordó eliminar las pruebas externas
de final de etapa, conocidas popularmente como «reválidas». La comunidad educativa,
nos decían los medios, todos, está de enhorabuena. Hasta la consejera Rigau salió
contenta. La LOMCE, evacuado el ínclito Wert ascendido a los cielos de la OCDE,
parece que ha dejado de ser un problema. Pues bien, miren, no sé si la
comunidad educativa estará o no de enhorabuena, acaso porque tampoco sepa muy bien en qué
consiste exactamente eso de la «comunidad educativa». Pero discrepo de tan
gozosas albricias. Y no precisamente porque haya sido en ningún momento
partidario de la LOMCE, sino porque cuando estar contra algo supone pretender
volver a lo anterior, la LOGSE, como si procediéramos de una idílica arcadia
educativa que nunca fue, es aquí hay gato encerrado. Y porque la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero.
El debate educativo lleva
demasiado tiempo presidido por la mala fe, por la ignorancia y por la
frivolidad, y así nos va. Pero el «así nos va», es decir, de mal en peor,
se escamotea desde una verdad oficial, la única existente, que lo soslaya
trivializándolo de modo que no sólo acaba entonces pasando desapercibido, a partir de su
consideración exclusivamente en la focalización de sus efectos, y nunca en sus
causas, sino que hasta estas acaban percibiéndose invertidas, como en la cámara
obscura, en lo tocante a cuáles deberían ser las funciones y objetivos de un sistema
educativo. Todo ello con la intención de legitimar de iure una realidad que no puede calificarse sino de sumamente
deteriorada. Un auténtico giro anticoperniquiano, que presenta como estructural una realidad
contextual que acabamos asumiendo como un inexorable «lo que hay».
Imaginemos un pueblo cuyo
suministro de agua potable se abastece de un pozo en el cual se ha filtrado un
componente tóxico que produce diarreas y vómitos asociados con accesos febriles.
Y supongamos que las medidas que adopta el alcalde consisten en construir un
nuevo hospital y contratar más personal sanitario para atender a la población infectada.
Se aportan también unas milagrosas pastillas que, si bien actúan como paliativo contra los accesos febriles, la diarrea y los vómitos, tras cuya
remisión se da de alta al paciente, crean dependencia y tienen como efecto
secundario la aparición una incontenible, sonora y maloliente aerofagia. Todo
ello, por supuesto, con gran despliegue de medios, presupuesto y propaganda
municipal, para que se sepa lo mucho que el ayuntamiento está haciendo por los
vecinos. Las pastillas se distribuyen gratis. Eso sí, hay un problema sobrevenido: la aerofagia.
Van pasando los años sin que
las ventosidades huracanadas remitan. Y si alguien deja de tomarse las
pastillas, vuelven las diarreas, los vómitos y las fiebres. Los vecinos
reclaman que se dote a los ciudadanos de las mismas mascarillas antifétidas que
asisten a los especialistas; el ayuntamiento, por su parte, promete contratar a
más personal para poder atender individualizadamente a cada afectado y determinar si se le proporciona o no la codiciada mascarilla. Entre los
nuevos especialistas contratados, ocupan un lugar preeminente los «PETARDA»
-acrónimo del Máster universitario “Profesional Especializado en Tratamiento para la
Asunción Resignada Del Aerofagismo”-, cuya función consiste en convencer al
personal en su mismidad del mantra «La aerofagia es también música»...
En fin, todo menos cegar el
pozo y eliminar la filtración o buscar el abastecimiento de agua en algún otro
lugar, empezando por el antiguo pozo, cuyo único problema era que el agua se
extraía con una insuficiente bomba manual, y acabar de una vez con las causas
que producen las diarreas, las fiebres, los vómitos, y las epifenoménicas
aerofagias raíz de todas las protestas.
Esto es, bromas aparte, lo que
quiero decir con lo de focalizar el problema sólo en su efectos, confundiendo
sus manifestaciones con las causas. Y eso es lo que entiendo que está
ocurriendo desde hace demasiado tiempo en un villorrio llamado «nuestro sistema
educativo». Es duro y frustrante tener que dedicarse a rebatir falacias
evidentes en sí mismas, pero esto es lo que hay.
La LOMCE es sin duda alguna
una ley mala, peor y pésima. Construida desde el más vulgar de los
economicismos, adherida a los tópicos pedagógicos ad usum y, curricularmente hablando, pensada con el culo. Así de
simple. Sí, me consta que desde sus detractores se ha dicho de todo y todo lo contrario,
pero se referían básicamente a las sandeces de siempre; a los campos de
justa preestablecidos de común acuerdo entre los distintos sectores litigantes: la materia de Religión, por
un lado; la lengua, por el otro. Luego, sí, claro, el modelo logsiano de
educación comprensiva, inclusiva, uniformizadora en la mediocridad,
discriminadora en lo social, de gestión privatizadora de lo público y el
sacrosanto e inefable primado de la privada concertada. Pero es que en esto ya
estaban de acuerdo todos los contendientes. Basta con leerse la LOMCE para caer
en tal cuenta. La ley de educación catalana, sin ir más lejos, le lleva tres
cuerpos de ventaja a la LOMCE en todo esto. Y muchas otras leyes educativas
autonómicas.
No, lo que realmente
preocupaba de la LOMCE, tanto a tirios como a troyanos, era un cuerpo ajeno
al «espíritu» de la ley, extrínseco a ella, que sin ser en modo alguno la solución a los problemas del
sistema educativo, amenazaba sin embargo con destapar sus más íntimas
vergüenzas, sólo con que se hubiera llevado a cabo con las mínimas garantías
que el propio concepto de examen externo comporta. Me estoy refiriendo a las
reválidas de ESO y de Bachillerato. Ahí estaba el problema. Lo de los
itinerarios, en cambio, preocupaba menos; es mucho más fácil sortearlos; además, la LOE de Gabilondo ya los contemplaba, por cierto no mucho más
tímidamente que la LOMCE de Wert. No, el problema era la reválida; perdón, las
reválidas, porque no era una, sino dos, una al final de la ESO y otra al final
del Bachillerato.
Ignoro cómo pudo prosperar la
idea de las reválidas en una ley tan cutre académicamente y a la vez tan fashionable en relación a su tiempo. No ignoro, en cambio, dicho sea de paso, por qué cayó en el
«olvido» la promesa electoral de un Bachillerato de tres años, cuyas últimas
menciones corrieron a cargo de Rajoy en su discurso de investidura, y de Wert
en su toma de posesión como ministro, para desaparecer luego sin dejar ni
rastro. Eso es fácil de explicar, y se llama privada concertada.
Lo que no es tan fácil de
explicar, y menos de entender, es cómo pudo colarse la introducción de las dos
reválidas. No fue, desde luego que no, una cabezonería de Wert; a un
cantamañanas de su catadura le da igual tres que treinta y tres… y hasta que
trescientos treinta y tres. Por ahí, pues, nada. ¿Un error de cálculo?
¿Vergüenza torera, muy apropiada tratándose de tan insigne defensor de la tauromaquia como Wert? Da lo mismo, las reválidas
estaban para quitarlas en su momento. Como ha ocurrido.
Porque el gran problema de la
reválida era que, sin querer, podía abrir una grieta en el sistema que ni la
falla de San Andrés. Los orates de siempre cargaron contra ella con sus manidos argumentos: que si era discriminadora (SIC) y otras estupideces del mismo tenor.
Otros, en cambio, la denunciaron no por reválida, sino por centralista. Ello
entendiendo, supongo, que quién iba a establecer los contenidos del examen de
las asignaturas troncales iba a ser el ministerio. Eso sí, dejemos de lado la
«nimiedad» de que era un examen de tipo test con cuatro
«ítems», una aberración insignificante para tiempos tan livianos como los que corren. Así que el
problema era el ministerio. Bien, de acuerdo ¿Pero eso no se podía negociar sin
cuestionar el concepto de reválida? Al parecer, no. Claro que no.
He de decir de entrada que no
veo nada extraño en que, por ejemplo, si las materias de Matemáticas,
Filosofía, Latín, Biología o Inglés son troncales, o comunes, como se decía
antes, sea quien tenga competencia sobre el establecimiento de sus contenidos
quien disponga el examen. Ello entendido desde criterios estrictamente
académicos, claro. Y que conste esto último. No veo tampoco por
qué razón el mismo examen de matemáticas no iba a servir para un alumno pacense
que para otro egarense, pucelano o ilicitano. Y si no es así, que me lo
expliquen.
Sí cabe entender, en cambio,
que ciertas materias pudieran ser objeto de mayor sensibilidad identitaria, a
veces hasta justificada, verbigracia: la Historia. También la Geografía, sí,
pero esto queda resuelto con una troncal y las optativas competencia de la autonomía
en cuestión. Y si en Historia es más complicado porque pueden entrar en
colisión dos discursos antagónicos, pues vale, de acuerdo, aparquemos
provisionalmente la Historia. Además, para lo que acaban aprendiendo, ya están
las televisiones centrípetas y las centrífugas, a elección de cada cual.
¿Pero ha hablado alguien de
esto? ¿O se optó más bien por echar la reválida a la alcantarilla? Ya digo, puedo
admitir que los historiadores andaluces negacionistas de la conquista
musulmana, los vascos enraizados en los orígenes históricos aquitanos y
prehistóricos aitorianos-, los catalanes apelando al reino de Tolosa y a
Wifredo el velloso, los madrileños buscando asentamientos que descubran restos
prerromanos en la catedral de la Almudena, los gallegos con el reino de los
suevos y su innegable «celtidad», o, para acabar, los españoles con su Viriato
portugués españolizado, ídem su Carlos alemán, y sus quimeras con el imperio de marras… y tutti quanti… Puedo entender, decía, que
no se pongan de acuerdo. Pues nada, aparcamos las historias y que no se hable
más de momento; hasta que los eruditos se pongan de acuerdo.
¿Pero y las demás materias? ¿Por
qué no iban a ponerse de acuerdo los matemáticos, los filósofos, los biólogos,
los físicos o los músicos? ¿No es la Física «Física» más allá del lugar de procedencia
de quien tenga conocimientos de tal materia? Pero es que no se trataba de esto,
sino de que los estropicios educativos que se están perpetrando no salgan bajo
ningún concepto a la luz pública. Vamos, que nos ciñamos a combatir la aerofagia
del símil anterior sin atajar la causa que la produce. De eso es de lo que se trata. Lo de la Historia, o cualquier otra futesa, es, más allá de una majadería, una objeción en todo caso menor.
Para acabar, que nadie piense
que soy un entusiasta de las pruebas externas. No lo soy. No podría serlo en la
medida que estudié en un sistema educativo y de razonable calidad sin que las hubiera;
con la excepción de la selectividad, por entonces sin nota de corte y que, como
hoy, aprobaba la inmensa mayoría de los examinandos. El problema es que para atajar las
innúmeras aberraciones educativas que han acabado por consolidarse, y si es que alguien abriga tal intención, estas dos
reválidas hubieran podido ser un primer revulsivo. Porque a la que en un
instituto pedagógicamente «experimental», es decir, donde se imparte la doctrina
educativa oficial –hablando claro: donde no se enseña, pero se aprueba- suspendieran
en la reválida un 70% del alumnado, entonces no valdrían pretextos y
alguien tendría que tomar necesariamente cartas del asunto; y se le exigiría
que lo hiciese. Y eso todo el mundo quiere evitarlo porque no le interesa a
nadie que ocurra. O a casi nadie.
Pero la realidad es tozuda.
Hace dos años se publicó el resultado de comparar los resultados de distintos sistemas
educativos contraponiéndolos en relación con cuatro conceptos, antagónicos dos a dos.
Sistemas educativos con reválidas o sin reválidas, por un lado, y con autonomía
de centro o sin ella, por el otro. El orden según resultados fue el siguiente:
En primer lugar, sistemas con reválida y con autonomía de centro; en segundo, con
reválida y sin autonomía de centro; en tercero, sin reválida y sin autonomía de
centro; en cuarto y último, destacadísimo, sin reválida y con autonomía de centro. Y esto último es precisamente lo que tenemos por aquí, y vamos a seguir teniendo, según parece.
Para más información sobre este estudio, consulten AQUÍ, en el siempre recomendable blog de Gregorio Luri.
Bueno, ahora que la
LOMCE ya no es un problema, a ver cuál se inventan para mantenernos
entretenidos.
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