De acuerdo con el nomenclátor
taxonómico de la tradición marxista, así como decimos «marxismo-leninismo»,
por ejemplo, sin duda deberíamos decir marxismo-logsismo. Pero ya no estamos en
los tiempos clásicos, y en la promoción de la imagen para la venta de un
producto hoy en día, la eufonía es muy importante; además, para ser moderno,
nada como cambiar el nombre de las cosas, así parece que las haya creado uno,
aunque sean las mismas de siempre. Vamos, que hay que ser fashionable, así que le llamaremos «marxilogsismo», entendiendo tal
palabro como una corriente actual del pensamiento marxista, heredera de la
otrora hegemónica escuela exegética grouchista –por lo de Groucho Marx-, que
actualizaremos también como marxigrouchismo. Heredera, pero eso sí, sin
solución de continuidad en la recepción, al no haberla entre el genial cómico que
inspiró a la primera y la ley educativa que marcó el pattern de la segunda. Marxilogsista es, pues, alguien que se dice
marxista y que estudió bajo la LOGSE.
El marxilogsismo es al marxigrouchismo
lo que el siglo XXI es al XX, lo que la posmodernidad liviana es a la gravedad
grosera, lo que la música militar es a la música y lo que la LOGSE es a la
enseñanza. La variante grouchista del marxismo era el resultado de lecturas mal
leídas, peor digeridas y pésimamente contextualizadas. Que dichas lecturas
fueran muchas o pocas, o que no lo fueran de las fuentes directas, sino de la
bazofia bibliográfica canónica al uso por entonces, no es significativo, sino mucho más: constituye precisamente la principal seña de identidad intelectual y moral
de dicha corriente. Era el marxismo-grouchismo, en adelante, marxigrouchismo.
El marxilogsismo, en cambio, y
de acuerdo con su época, es la versión posmoderna del viejo marxigrouchismo. A
diferencia del marxigrouchista, que no entendió nada ni lo pretendía en el
fondo, pero que pasó por casi todo, el marxilogsista puede haberse graduado en
ciencias políticas y haber hecho un master o una tesis sobre Gramsci, ignorando, en cambio, quién fue Napoleón, y sin haber
pasado por casi nada, con la excepción del objeto de su especialidad. Es decir,
un politólogo marxilogsista puede ser especialista en Gramsci sin haber pasado
ni remotamente por la historia del pensamiento político –no digo ya la del
pensamiento a secas- en toda su vida, o acaso aprobándola con un trabajito
sobre el autor futuro objeto de su especialidad. O puede ser una autoridad en
el proceso de descolonización del siglo XX sin conocer para nada el anterior
proceso colonizador del XIX.
Nombres como Marx, Max Weber,
Tocqueville, Luckács, Harich, Maquiavelo, Hobbes, Voltaire, Erasmo o Spinoza,
por no hablar de los clásicos griegos como Platón, o cristianos como San
Agustín, son para el marxilogsista, en el mejor de los casos, meras referencias
descontextualizadas. Cosas
de la ahistoricidad, cosas del marxilogsismo.
Al marxilogsismo le va como
anillo al dedo aquel viejo chiste en que, preguntado el examinando por el
sistema filosófico de Tomás de Aquino, respondió que lo desconocía, porque era
obsoleto y estaba superado, así que desarrollaría en su exposición la
refutación de dicho sistema, que esa sí, se la conocía perfectamente. Y en
referencia a esto, hay sin duda una posible objeción que requiere de un excurso
para dejar claro que no es de eso de lo que estamos hablando.
Sí, es cierto que Bertrand
Russell decía que, de desaparecer su obra y su pensamiento tuviera que pasar a
la posteridad sólo por lo que transmitieran de él un discípulo suyo tonto o un
rival inteligente, elegiría al rival inteligente. Porque el tonto –como Marías
respecto a Ortega, sin ir más lejos-, como no lo ha entendido, desvirtúa,
trivializa, caricaturiza y, en definitiva, adultera de tal forma al maestro que
es imposible reconocerle. El rival inteligente, en cambio, transmitiría sin
duda el pensamiento de su enemigo para refutarlo y ponerlo a caer de un burro.
Pero en tanto que inteligente, lo habrá entendido; por lo tanto, como mínimo no
lo desvirtuará y, tarde o temprano, su pensamiento podrá reseguirse y
recuperarse. No así con el admirador tonto.
Y puede que sea ciertamente
así. Pero aquí la cosa no va de ese palo. Estábamos con el marxilogsista
especialista en Gramsci, una especie de mónada leibniziana a partir de la cual
percibe toda la realidad del mundo desde su perspectiva «gramsciana». Y si
bien, ello no obstante, leibnicianamente hablando podríamos incluso asumir que
sí que la percibe (la realidad, su realidad), y que eso es en el fondo lo que
nos pasa a todos, con la excepción del propio Leibniz, lo cierto es que su comprensión
y construcción de ella quedará inevitablemente circunscrita a sus limitaciones
de perspectiva. Y claro ¿qué ocurre si luego, en un mal momento, a nuestro
graduado en Gramsci, y sin prácticamente haber bebido de otras fuentes, se le
ocurre leer «Materialismo y Empirocriticismo», de Lenin? ¿Se imaginan ustedes
el desastre? ¿A qué conclusiones podría llegar nuestro hombre sobre el panorama
filosófico europeo a finales del siglo XIX, después de leer semejante bazofia?
Podría ser de efectos intelectualmente catastróficos.
Bueno, pues es lo que está
ocurriendo. Y es, además, una característica constitutiva del marxilogsismo. Si
el marxigouchismo descontextualizaba groseramente, el marxilogsismo, muy al
contrario, contextualiza, pero no menos groseramente. Porque si el primero no
había entendido nada el segundo, en cambio, lo enteinde mal. El marxigrouchista estudió con manuales de historia de la
literatura universal o del pensamiento de los que no entendió nada; pero le
daba igual porque lo suyo era la impostura. Al marxilogsista, en cambio, se le
impartieron un par de autores fuera de los cuales no sabe nada. El
marxigrouchista lo ignoraba todo del arcipreste de Hita porque era un cura del
bando explotador en el contexto de la lucha de clases como motor de la
historia, de ahí sus pretenciosos desdenes, despreciando, no tanto por
innecesario, que también, pero sobre todo por maligno, cuanto ignoraba; el
marxilogsista, también, pero porque nunca se cruzó en su camino, ni para bien
ni para mal. El marxigrouchista era un orate universalista; el
marxilogsista, un particularista orate.
Y si antes puse a Gramsci como
ejemplo, un pensador marxista la parte fundamental de cuya obra, como por
cierto la de Aristóteles, pero por razones muy distintas, no fue escrita para
ser publicada, no era por casualidad, sino, muy al contrario, porque este parece
ser el objeto especialista de uno de los líderes del núcleo duro de PODEMOS, Iñigo
Errejón, eximio ejemplo de marxilogsismo donde los haya. Y por sus recientes errores políticos, debidos a serios déficits de capacidad analítica, simplemente por
falta de acervo. Una insuficiencia desde luego no atribuible a Gramsci, si no a
las dependencias logseras del líder podemita.
Me estoy refiriendo a las
constantes meteduras de pata de Errejón en su delirantes andadura
errático-surrealista en sus tentativas por articular una coalición «amplia» en
que participe «Podemos» para las próximas elecciones catalanas del 27-S. Vamos,
que está intentando cuadrar el círculo y no sabe todavía que, al menos hasta
hoy, es incuadrable. De su mal entendido concepto del nacional-independentismo
catalán –que no de su no entenderlo, que sería el caso del grouchismo- dan fe
los resultados cosechados hasta ahora. Simplemente, el independentismo catalán ha abducido a Podemos y lo ha dejado en Cataluña reducido a
mera comparsa, pero ha sido así porque se lo ha puesto como se las ponían a
Fernando VII.
«Podemos» ha pasado de ser una
fuerza con expectativas más que halagüeñas en Cataluña, a ejercer de muleta
para los tunos de la política a los que se suponía que venía a barrer, es
decir, ICV y otra anodinas variantes deslavazadas que ahora han visto su
oportunidad y se han lanzado a ella como el tahúr a un tapete verde con naipes.
Porque miren ustedes, una cosa es postular un referéndum por el derecho a
decidir de acuerdo con el derecho a la autodeterminación de los
pueblos –dejémoslo así-, y otra muy distinta predeterminar lo que se ha de
decidir al ejercer la susodicha autodeterminación. Aunque parezca una
contradicción, no lo es, ocurre a diario.
El resultado ha sido la
disolución del programa territorial de Podemos en un magma sincrético y en una
atrabiliaria candidatura de nombre «Catalunya
sí que es pot», de la cual no se sabe muy bien qué opina al respecto sobre el tema, y
cuyo cabeza de lista, un tal Rabell, al igual que la ínclita Ada Colau, dice que no es
nacionalista ni independentista, pero que votó «sí-sí» en la mojiganga
organizado por Mas el pasado 9-N, y que ahora sugiere pactar luego con ERC, acaso pensando que dicho partido es de izquierdas porque lo dice su nombre. Todo un ejemplo de coherencia. Una candidatura
cuyas listas frecuentan anodinos «independientes de base» que más bien parece
que estén allí porque no obtuvieron ningún puesto de relevancia en las listas de
Mas o de las CUP. Una lista en la cual PODEMOS ha quedado desdibujado y en
segundo plano.
Porque la verdad es que ahora
mismo, y a la vista de los personajes que encabezarán la candidatura en que
participa «Podemos», y de lo que van diciendo por ahí, no se sabe si es una
candidatura federalista, criptoindependentista, abiertamente independentista,
«ni sí ni no, sino todo lo contrario», «sí, sí, pero no», «no, no, pero sí», o
qué diantres propone, si es que propone algo. Dicen
que quien con críos se acuesta, meado se levanta. Pues eso.
Con lo fácil que era decir,
miren, nosotros estamos por una articulación federal del estado, y
precisamente por esto no vamos a promover la independencia; muy especialmente si resulta que dos de las candidaturas proponen una declaración unilateral de independencia si obtienen la mitad más uno de diputados, que pueden equivaler a un 35 o un 40% de los votos emitidos, en una auténtica hemorragia de sentido democrático. Si quieren un
referéndum, ya nos parecerá bien cuando hayamos realizado un proceso constituyente
que lo permita, pero esto, en todo caso, son ustedes quienes lo han de
promover, como ya están haciendo, pero aquí, que cada palo aguante su vela, o
más procazmente, que cada perro se lama su pijo. Ahora bien, ello no quita que
a través de un proceso constituyente, y si ustedes lo piden, señores
independentistas, se prevea la posibilidad de, bajo determinadas condiciones y
garantías democráticas, celebrar una consulta para que la población catalana, o
cualquier otra, se pronuncie al respecto. Pero que quede claro que, en el
supuesto de que se diere tal consulta, nuestra posición fuere inequívocamente
«no», porque nuestro proyecto es otro. Y si eso a ustedes les parece
insuficiente o no les gusta, es cosa suya, no nuestra. Claro y llano ¿verdad?
Pues no, ahí tenemos la
candidatura «Catalunya sí que es pot», plagada
de quintacolumnistas independentistas. De haber actuado de otra manera desde
hace unos meses, hoy la situación de «Podemos» en Catalunya sería otra y sus
expectativas muy distintas. Y todo por ignorar que el independentismo,
ideológicamente hablando, es como la gota de tinta que tiñe de oscuro todo el
agua de la bañera. Hay que estudiar más, Errejón, y saber con quién te estás
jugando los cuartos. Es lo que tiene el marxismo bajo el prisma de la LOGSE.
Gran artículo. Me lo llevo, con permiso.
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