Quizás les cayó tan mal a los
eurócratas y troikones por eso, porque saben que de haber sido Claudia Schiffer,
en lugar de Frau Merkel, con quien hubiera tenido que entenderse Varoufakis, a
lo mejor otro gallo le hubiera cantado a Grecia, y a toda Europa. Parecerá sin
duda una afirmación poco seria, sí, todo lo poco seria que se quiera, pero quién
sabe. Y ahora que Guardiola -un entrenador de fútbol-, o LLuis Llach -un
cantautor retirado-, se meten a políticos ¿Por qué no Claudia
Schiffer? ¿Por qué no una top model?
¿A quién preferiría usted, ya puestos, a Lluis Llach o a Claudia Schiffer?
Seguro que a Frau Merkel, como
hija de pastor luterano criada en un país comunista –a mi entender, la peor de
las combinaciones posibles- se le dieron un ardite las correrías fáunicas del
violador/acosador Strauss-Kahn, ex presidente del FMI, eso sí, mientras se ciña
a la ortodoxia económica marcada por los cánones neoliberales, que es lo que
realmente importa. ¿Lo otro? Nada que sea relevante más allá de la anécdota, si
se ha de ir, pues ya pondremos a otro. En cambio, Varoufakis era otra cosa. Con
toda probabilidad, no necesita recurrir al sexo mercenario, ni al acoso,
para acceder a lo que otros sólo consiguen por estos medios.
Y encima se declaró marxista;
errático, sí ¿pero quién no lo es fuera de los que se creen en posesión de la
verdad absoluta? Y eso de «marxista», claro, sentó muy mal en los bienpensantes
círculos del FMI, el Banco Mundial y la UE. Y no sólo entre ellos, sino también
entre mucho pueblo llano. Por lo visto, para ser marxista a uno no han de
gustarle las motos de marca, los buenos vestidos, el champagne o el caviar. El modelo estético/antropológico de la
izquierda lo ha escrito la derecha, con la colaboración de la izquierda, que también. Y permanece
arraigado en el imaginario colectivo. Para que a uno le den la homologación
como izquierdista, no ha de pasar de la fabada, de las paellas de chiringuito precocinadas, ni de la bicicleta ecologista–o de
los dolmades y la moussaka, si es griego como Varoufakis-; ha de vestir zaparrastroso
y acreditar no ducharse -como los hippies-. Y ha de tener un semblante malhumorado
y tristón. Contra lo que en principio podría
pensarse, nada de esto es descuidar la imagen; muy al contrario, es cuidarla
hasta el límite para obtener la homologación. Si además es mujer, entonces no
debe depilarse las cejas, como hace Ada Colau. Y desde luego, last but not least, se ha de tener a gala
la requerida endeblez cultural propia de los que, contra Mairena, propugnan una
escuela superior de sabiduría popular en lugar de una escuela popular de
sabiduría superior.
Si alguien resulta que se
dice de izquierda, pero le da con fruición a las ostras y encima va de
metrosexual, se dirá de él que es un inconsecuente. Porque claro, la izquierda
predica miseria. El sistema sólo admite, eso sí, a la izquierda advenediza, esa
modalidad que, una vez en el poder o en sus cercanías, se convierte al caviar
que desconocía y carga la factura a sus votantes o a los banqueros que
complace; o las langostinadas a los ERE’s andaluces. Eso sí, a Marx ni citarlo,
porque de haberlo leído y, más improbable, haber entendido algo de estas
lecturas, sabría que todo lo anterior son tópicos capciosos y que de lo que se
trata, es precisamente de todo lo contrario que de predicar miseria. Quienes
predican la miseria son otros, pero curiosamente, este es un matiz que acostumbra
a pasar desapercibido.
Varoufakis no era nada de
esto. No era un político profesional, sino un economista académico algo
marxista, no debía nada al partido y, sobre todo, no era ningún cenutrio ni
ningún trepa metido en política para poder descubrir el caviar a cuenta de
otros, comprarse una moto o ligarse a la secretaria. Además no es "terruñiario", sino cosmopolita, global. Y eso en la derecha es
imperdonable, se supone que la globalización sólo puede fabricar neoliberales, o izquierdistas descerebrados e ignorantes que se lo pongan fácil…
También se le critica que haya
abandonado el barco griego en un acto de cobardía cuando, dicen, después de
haber liado un pifostio monumental, va y se larga con su moto y sus trajes de
diseño, cargándole el marrón al pueblo griego. Pues también va a ser que no. Todo
lo contrario. Varoufakis participó en un gobierno que ganó unas elecciones con
la propuesta de acabar con el chantaje al que se estaba sometiendo a Grecia, cuya
deuda y sucesivos rescates sólo han servido para producir pingües beneficios a
la gran banca y a los corruptos políticos griegos. Con errores de cálculo o si
ellos, el gobierno de Siritza intentó desesperadamente llevar a cabo su
programa y negociar en términos razonables una reestructuración de la deuda. Y
no hay que olvidar que, en muchos aspectos, tanto el Banco Mundial como el FMI
fueron mucho más receptivos que la Europa de Frau Merkel –incluso Obama se
permitió llamar a Merkel a la sensatez-.
Grecia topó con la absoluta cerrazón
alemana, para la cual el problema no es contable, sino de modelo, de ahí su
decisión de cortarle la liquidez al sistema bancario griego. Algo que acabaría
con cualquier país bajo la moneda única del euro, endeudado o no. Fue una decisión
no compartida por muchos miembros de la UE, pero acatada por todos al Diktat teutón. En el impasse y ante la gravedad de la situación,
el gobierno de Siritza había convocado un referéndum para saber si el pueblo griego
seguía en la misma línea que había votado seis meses antes, o si estaba
dispuesto a transigir en más de lo mismo. Varoufakis, por cierto, había
anunciado que si salía el «Sí», dimitiría como ministro.
Salió en «No» con mayoría más
que holgada. Era una victoria de Grecia y una derrota de la Europa de los
mercaderes. A las pocas horas, ello no obstante, Varoufakis dimitía como
ministro. Poco después, Tsipras anunciaba que se bajaba los pantalones. ¿Dónde
está la traición? Si uno se compromete con un proyecto, su compromiso rige
mientras siga vigente dicho proyecto. Y si el equipo en el que se participa
para la consecución de dicho proyecto, decide en un momento dado decir «digo»
donde había dicho «Diego», nada le obliga moralmente a proseguir.
Pero claro, ahora Varoufakis
es el blanco de la derecha y de la izquierda «responsable». Tsipras, en cambio, se ha
convertido en un buen chico. Pronto descubrirá el caviar, si no lo ha
descubierto ya. A él se le perdonará. A Varoufakis no, porque es marxista, le
gusta ir en moto y viste como un metrosexual.
Aquí les dejo el enlace
con la entrevista a Varoufakis que publica hoy «El País». Dice cosas muy
interesantes y con sentido.
Hija de pastor luterano. Como Nietzsche. Uf!
ResponEliminaPara echarse a temblar.
ResponElimina