Ayer vio uno la luz,
finalmente, durante el transcurso del debate sobre educación y mundo laboral al
que había sido invitado como tertuliano. Y la iluminación vino, como no podía
ser de otra manera, de la mano de un eminente pedagogo y catedrático
universitario que participaba también en dicho acto. He de decir que la
conversión no fue instantánea. Años y años perseverando contumazmente no se
borran de un plumazo en mentes que, como la mía, no han sido especialmente
favorecidas para tan arduas disciplinas teosóficas como la Pedagogía. Aun así,
la fuerza de la verdad alumbró una apostasía que, con la fuerza y el entusiasmo
del recién convertido, necesito narrar.
Ayer uno descubrió de la mano
de un sabio que el conocimiento no se trasmite, sino que se construye
interiormente; que lo único que podemos transmitir verbalmente es información,
pero el conocimiento lo construye uno, o mejor sus neuronas. ¿Para qué entonces
transmitir verbalmente una información que en la sociedad conectada está al
alcance de cualquiera para enriquecer con ella a las ansiosas neuronas que
construirán el edificio de su conocimiento? ¿Para qué unas clases magistrales
cargadas de arrogancia y falsa erudición, sesgadas con las propias
«construcciones», cuando tenemos a mano toda la información objetiva que
podamos necesitar para llevar a cabo nuestro propio constructo sin
intoxicaciones tendenciosas?
Y además, entendí también, no
sé si inducido por la verdad contenida en la información, o construido a partir
de la información que se me brindó, eso sí, verbalmente, que no sólo estamos
ante una verdad de orden axiomático/teosófico, sino también científica, ya que
está avalada por los estudios neurológicos más recientes y avanzados. En síntesis, el que
piense que el conocimiento se transmite, no se ha enterado, no está à la pàge…
Valga decir que no es que uno hubiera
nunca rechazado de plano el constructivismo, ni mucho menos los estudios e
investigaciones llevados a cabo por la llamada biología constructivista,
disciplina científica de aparición posterior y en la cual, pensaba uno en su
ignorancia, creían torpemente encontrar los defensores de la pedagogía
constructivista el amparo científico cuya ausencia se les echaba en cara desde
el lado de los réprobos.
Cierto. No piensen pues que
uno desdeñaba el constructivismo, sino que más bien lo veía como una teoría
más, que no la única, que podía ser un interesantísimo objeto de estudio en los
departamentos universitarios de psicología del conocimiento. No, uno lo que pensaba es que una cosa es la psicología
del conocimiento, otra la biología constructivista, y una tercera muy distinta
la consideración del constructivismo como paradigma pedagógico que dogmatiza un
sistema educativo en el que se imparten saberes tematizados y sistematizados.
Porque, pensaba uno en su error, una cosa es aprender y entender lo que otros
ya saben y te transmiten, y otra muy distinta los procesos neuronales que me
permiten conocer y cómo.
Y tratando como trata este
post de una confesión, se siente uno en la obligación de insistir en
los falsos fundamentos que le hacían incurrir en tamañas aberraciones. Uno
pensaba, por ejemplo, que en la transmisión verbal de un saber tematizado había
conocimiento. Vayamos primero a lo de tematizado y sistematizado, y luego a lo
del conocimiento, en la convicción que la confesión pública de mis errores
disuadirá a muchos de perseverar en ellos como yo lo hice.
En su soberbia, uno estaba convencido
de que existía una jerarquización de los saberes, y así se lo ha explicado a
sus alumnos. Y hasta llegó a poner el siguiente ejemplo, del que hoy me
arrepiento y hasta me entran escalofríos de pensar en la confusión que llegaría a sembrar.
Un campesino, decía quien suscribe, sabe por lo general el tiempo que hará nada
más ver el cielo cuando amanece, y lo acierta con una precisión demoledora.
Pero si a este campesino lo sacas de su terruño y lo trasladas a un entorno que
no conozca, se acabó su capacidad de predicción del tiempo. Lo mismo un
pescador… En cambio, un meteorólogo, quizás no acierte con tanta precisión como
el campesino en su valle o el pescador en sus caladeros, pero dispone
de un saber universal que le permite la predicción del tiempo que hará en los
más diversos entornos con unos márgenes de error más que razonables; márgenes
de error a su vez decrecientes a medida que la ciencia avanza. Porque una cosa
es una ciencia, proclamaba orgullosamente, mientras que lo del campesino o el
pescador, no.
Y en lo del conocimiento, pues
uno creía que estaba incluido en la transmisión verbal junto a los contenidos o
información, no siempre, todo hay que decirlo, que le eran subyacentes porque
estaban determinados por él. Y por eso pensaba, creyendo reafirmarse en tan
tremebundo error, que una explicación de matemáticas, por ejemplo, la podías
entender si estaba bien expuesta, mientras que no entendías una mala
explicación, y sin que se construyera nada en tal caso. Y hasta pensaba que si,
a veces, no lo entendía o le costaba entenderlo, era porque no tenía las luces
necesarias para ello.
También pensaba uno, en su
petulante holgazanería, que podía ahorrarse tener que descubrir por su propia
cuenta el teorema de Pitágoras o el principio de Arquímedes, dado que Pitágoras
o Arquímedes lo habían hecho unos milenios antes, y que la transmisión de estos
conocimientos a las siguientes generaciones, y su progresiva acumulación había
permitido llegar a un estado de cosas que, ahora caigo en la cuenta, hacían
pensar que el conocimiento era transmisible ¡qué error! ¡Qué gran error!
Y hasta estaba convencido de
que, por más que uno construya su propia realidad, el elemento que sigue a una serie
como 1, 2, 3, 4, 5… lógicamente hablando y en términos de didáctica y
transmisión de saber, es el 6; por más que sepamos que puede ser cualquiera y
que si un individuo responde 218, el interés por cómo «construyó» tal respuesta
quedaba fuera del ámbito pedagógico o docente… Porque para llegar a entender
que puede ser cualquiera había que acceder a unos niveles de conocimiento
jerárquicamente superiores que suponían el de saber contar.
En fin. Ahí tienen ustedes,
mis queridos lectores, esta confesión, que a modo de penitencia por mis pasados
errores, me siento impelido a publicar en estas páginas; las mismas páginas
desde las cuales a saber cuántos de ustedes, en su buena fe, habrán caído
también en el mismo error por mi culpa. En resumen, convertido a la fe, se me
han acabado las dudas.
Siguen apareciendo, eso sí, ciertos resabios
residuales de viejos pecados académicos como resultado de la frivolidad que les
era implícita. Como aquel chiste en que uno le decía al otro “los sabios siempre están dudando, en cambio,
los tontos siempre están seguros” “¿Estás seguro?” le pregunta el
contertulio, “Sí, completamente”,
concluye. Y una última duda que les
confieso. Ante el aplomo y seguridad que el catedrático en pedagogía exhibió al
afirmar que el conocimiento no se transmite, no puedo dejar de preguntarme si dicho
conocimiento estaba implícito en la información que se me transmitió, o si yo
mismo llegué a él con mis propias luces. ¿Será la mayéutica socrática?
Mi más sincera enhorabuena por su conversión a la verdad. Ello nos hace albergar la esperanza de que también a nosotros nos llegue el momento de la luz constructivista, más todos los gozos y fruiciones posteriores que advinieren. Alabado sea el constructo epistemológico personal. Seguro que usted ahora se siente más feliz, mientras los demás le envidiamos su camino de perfección. Ore pro nobis.
ResponEliminaOro pro vobis, hermanos, oro pro vobis.
EliminaXavier, estaba esperando como agua de mayo tu relato. Y no me ha defraudado: fantástico. Si además soy testigo virtual de tan extraordinaria conversión, ¿qué más puedo pedir? Supongo que eres consciente de que, como converso, eres ahora mucho más peligroso... (si cabe). Un abrazo
ResponEliminaLa palabra pedagógica es La Verdad. Esto es lo único que hay que saber... Perdón, lo único que hay que creer.
EliminaVaya, Xavier, te echaremos de menos los rezagados que quedamos en la caverna. Yo, por si acaso, seguiré pasando por tu blog, a ver si tú también nos echas de menos y regresas a la oscuridad de la caverna. No es fácil vivir entre "iluminados", te lo digo yo.
ResponEliminaSaludos. Pilar.
Sí es fácil, sí, vivir entre iluminados... si estás cerca de la luz. Además, es mucho más cómodo. No te haces preguntas, luego no hay respuestas. Para ser exactos, en otros tiempos hubiera dicho que no hay ni conocimiento. Pero eso era antes; ahora, en cambio... Disculpa, es la hora de la pastilla.
EliminaBuenas. Hace un tiempo leí un ensayo titulado "The schools we need and why we don't have them", de E. D. Hirsch. Muy interesante en mi opinión. Me gustó tanto que hasta traduje una parte que hacía referencia al constructivismo. En cuanto a su reciente conversión, espero que sea transitoria y no acabe como esta otra.... Un saludo.
ResponEliminaEs lo que tienen las conversiones.
EliminaPor cierto, muy bueno el texto traducido. De no haberme convertido al constructivismo, claro... Ahora quizás sea demasiado tarde.
EliminaUn saludo.