El mayor problema de «PODEMOS»
en Cataluña no es la improvisación de candidaturas que hubieran debido
realizarse bajo unas mínimos requisitos de implantación orgánica previa en el
territorio, algo que también les ocurre en el resto de España y que afecta
igualmente a C’s, aunque en otro sentido. Tampoco, aunque algo más, el perfil
bajo acreditado por sus dirigentes catalanes. No, el gran reto de «PODEMOS» en
Cataluña, el mayor peligro que afronta ahora mismo esta formación es, en la mejor
tradición trotskista, el entrismo por parte del independentismo radical, que
puede acabar desdibujando su discurso en torno a este tema, y vampirizarlo hasta
el punto de relegarlo a mera anécdota entre las miasmas de las CUP y la
izquierda oficial catalana que abreva en los corrales
nacional/independentistas. Las acusaciones de lerrouxismo por un lado, y el
entrismo decidido a combatirlo poniendo el hecho nacional por delante, por el
otro, convergen en un proyecto destinado a neutralizar un discurso federalista
y superador que, como no podía ser de otra manera, es el peor enemigo del nacionalismo
catalán, en cuyo universo sólo encaja una España excluyente que justifique la
necesidad de la inevitable secesión.
En principio, la decisión de no
presentarse con sus siglas a las elecciones municipales fue un acierto.
«PODEMOS» se constituyó, como mínimo después de su puesta de largo en las
elecciones europeas de ahora hace un año, como una marca con votos y al alza,
pero sin estructura para metabolizarlos en tan procelosos océanos como los de
unas elecciones municipales. Estaban en condiciones de afrontar unas elecciones
autonómicas y, por supuesto, unas generales, pero no unas municipales. La
renuncia a participar en ellas me pareció, pues, una opción táctica de inteligencia
política poco habitual.
El problema, en mi opinión, es
que la renuncia fue a participar directamente con su marca, pero no que los
círculos, asambleas, células, colectivos o como se le llame, que iban surgiendo
de «PODEMOS» en los distintos territorios, renunciaran a participar también bajo
otras coberturas electorales. Este ha sido, creo yo, el gran error, sobre todo
en el caso de Cataluña, dado el particular enrarecimiento de su atmósfera política.
También han tenido problemas en Madrid, aunque allí, al estar más arraigados,
también en el tiempo, lo han sabido reconducir con algo más de tino. No así en
el caso de Cataluña. Porque aquí, el discurso de «PODEMOS», se mire como se
mire, choca frontalmente con el independentismo, y ello no sólo porque pueda
arrebatarle amplios sectores de independentistas sobrevenidos, sino también
porque en el plano teórico del discurso político, para el independentismo «PODEMOS»
es su mayor enemigo.
Porque el hecho es que, al no
haber aquí elecciones autonómicas, sólo
municipales, los distintos grupúsculos que deberían haber constituido la base –y
la semilla- de «PODEMOS» en Cataluña, se han integrado en candidaturas de
«unidad» en las que han quedado diluidos como formación, con discursos
demasiado frecuentemente contradictorios con el que, al menos, parecía el discurso
oficial podemista con respecto a la llamada cuestión nacional catalana; ello con
el añadido que, a la vez que abducidos en los más variopintas candidaturas, tal
abducción contribuye a la vez a aupar candidatos y formaciones cuyo discurso es
claramente independentista. Y ello no sólo genera confusión, sino que hipoteca el
futuro de «PODEMOS» en Cataluña y amenaza convertirlo en subsidiario de ICV o
las CUP, adscritas al independentismo más descerebrado, cuando no hace mucho las encuestas le auguraban ser la primera o
segunda fuerza más votada en unas generales, y la segunda o tercera en unas
autonómicas.
Hay muchos casos que podría
citar, pero vayamos al que, quizás sin ser el más grave, es ello no obstante el
más emblemático y significativo: Barcelona. En la capital catalana, «PODEMOS», aunque aquí no participe con las CUP, como en otras localidades, sí lo hace con ICV-EUA, donde, muy especialmente en las primeras siglas, anida la izquierda oficial independentista
y empesebrada,
amén de otras formaciones ideológicamente heteróclitas. Es decir, una
candidatura de la izquierda «nacional» a la izquierda del PSC.
La número uno y candidata a la
alcaldía de Barcelona por esta coalición –Barcelona en Comú, Guanyem Barcelona-,
es ni más ni menos que la ínclita Ada Colau. Para muestra, un botón. La señora
Ada Colau proclama que no es nacionalista ni independentista, pero a
continuación afirma que en el referéndum/barbacoa del 9-N votó Sí-Sí. ¿Se puede
entender esto?
Vaya por delante que me
parece tan respetable un sí-sí, como un sí-no, un no-no y hasta, si lo hubo, un
no-sí (aunque sea un atentado contra la lógica). Pero lo mínimo que se le puede
exigir a alguien es que sea coherente en sus afirmaciones. Y Colau no lo es.
Porque no se puede votar sí-sí, es decir, votar a favor de la independencia, y
a continuación manifestarse como no-nacionalista y no-independentista. Y si eso
resulta que lo entiende un niño de teta, pues que me traigan al niño de teta. O
que se lo lleven a la señora Colau.(Continuarà...)
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