Sin duda será un nuevo caso aislado
sobre el que se intentará poner tierra de por medio. Una adolescente discapacitada, víctima de acoso por parte de un alumno del mismo instituto de
Madrid en que estudiaba, decidió poner fin a su vida arrojándose de un sexto
piso, con resultado de muerte, incapaz de seguir sufriendo el infierno al que
estaba siendo sometida. Parece ser, ello no obstante, que por esa vez podemos
estar tranquilos, ya que los protocolos al caso se habían activado debidamente, lo cual, dicho sea de paso, es altamente ilustrativo sobre su eficacia;
desde el instituto se habían puesto en contacto con la familia del acosador,
hemos de suponer que para iniciar los procedimientos de mediación que deberían
convencer al acosador de su actitud poco correcta hacia la compañera que había
elegido como víctima de sus frustraciones e incomprensiones. Ya no hará falta.
Supongo que los «amigos» de
CGT me acusarán de nuevo de estar criminalizando al alumno acosador, y que atribuirán
sus acosos al sistema socioeconómico tan profundamente injusto que nos toca
vivir. Los equipos psicopedagógicos, por su parte, es muy posible que,
profundizando con su habitual maestría en los repliegues psíquicos del «niño»,
den con una frustración motivada por la incomprensión, ante la cual sus
actitudes acosadoras no serían sino una reacción inducida cuya finalidad no era
otra que la de llamar la atención en busca del reconocimiento que todos nos
merecemos.
Claro que también cabría
pensar, siendo de natural malpensados como somos, que si se habían iniciado los
protocolos, se había contactado con la familia del alumno acosador, y hasta los
padres de la infortunada joven habían denunciado el caso a la policía desde hacía
un mes, y al instituto reiteradas veces desde hacía dos, todo lo que se hizo al
respecto no sirvió para nada. Hasta es muy posible que la denuncia, y con ella
la publicitación del caso, tuviera como efecto un incremento en la intensidad
del acoso, aumentando el tormento vital de la víctima. Se despidió de sus amigos por
whatsapp, anunciándoles que estaba cansada de vivir.
No es difícil suponer la
horrible sensación de indefensión que la pobre niña debió sentir ante la impunidad
con que debió actuar el acosador incluso después de haber puesto los hechos en
conocimiento del instituto y de la policía. También se dirá ahora que no había
suficientes orientadores en el instituto, y tampoco parece nada claro que se
hubiera advertido a inspección del caso. A uno, la verdad, no se le ocurre en
qué hubiera cambiado nada de haber habido más orientadores ¿Más mediación,
quizás, mientras la niña tenía que trabajar para poder pagarle al tuno el
dinero que le reclamaba? Era un caso público y notorio… Y nadie hizo nada. Nada
que realmente evitara que un hijo de puta siguiera torturando a una infeliz
niña delante de todo el mundo.
No queda bien, lo sé, pero quiero
manifestar que no siento la menor lástima por el acosador, y que no le deseo
precisamente lo mejor para su futuro. Un acosador que, como todos los
acosadores, el buenismo hipócrita que prevalece en nuestro sistema educativo
sitúa también como «víctimas», pero sin que ninguno de ellos vuelva nunca a su
casa con la cara partida por haberse equivocado en la elección de la víctima y
haber intentado acosar a otro más fuerte o con más mala leche que él.
Descanse en paz, la
pobre víctima. Ya no volverán a molestarla.
Estoy absolutamente de acuerdo contigo una vez más, Xavier: hay que determinar las culpas sin sensiblerías. En lo que llevo leído de este caso, nadie parece haber expresado compasión hacia el acosador, del que he visto también (cosa no extraña) que parece ser que no molestaba solo a esta pobre chica. Hasta donde deba pagar, que pague, hay organismos sobre los que recae la responsabilidad de determinar cuál es su cuota de culpabilidad, que actúen con objetividad. De mi propia cosecha lo que te dejo es que yo tampoco siento lástima alguna por el acosador, es tiempo ya de que se juzgue a las personas por sus hechos, y no por místicas exculpatorias prefabricadas.
ResponEliminaUna vez más, Xavier, tengo que mostrarme de acuerdo contigo. Nos hallamos ante un caso de acoso, y el acosador, que a mí tampoco me merece la menor lástima, tendrá que responder por sus hechos. Al menos esta vez, no ha salido ningún coro de hipócritas arropándolo, lo cual ya es positivo. Permanezcamos a la espera de lo que determinen quienes deben juzgar estos hechos; lo trágico es que, decidan lo que decidan, lo de la chica que se ha suicidado ya no tiene arreglo.
ResponEliminaSomos más de uno los que carecemos del gen de la ultracompasión.
ResponElimina"Nadie ha expresado compasión hacia él". Menos mal. Pero si, tras hartarse de acosarla a placer, le hubiera cortado el cuello con una catana, y el pájaro se hubiera puesto a decir que llevaba tres semanas oyendo voces, no estoy nada seguro de que no surgiera nadie de entre el cártel progre-nacionalista llamándole "criaturita". Todos los años que llevamos con el boom de la psicología positiva, de la resolución de conflictos, del punsetiano "¡No es magia, es inteligencia emocional!"...nos han debido de convertir a todos en unas bellísimas personas, porque es un milagro digno de estudio que en este maldito país (en el que la bondad extrema, muy a menudo, no se distingue de la perversión) no exista una boyante industria del sicariato.
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