Un tema en el cual, y al revés
de cómo se suele decir, hay más cera que la que arde; y sin duda más en juego
de lo que en principio sería de suponer. Tiene uno la impresión que desde la Europa
hegemónica, y habiéndose desestimado expulsar a los helenos de la zona euro por
razones exclusivamente estéticas, se haya decidido forzar su salida por
decisión propia o su rendición incondicional.
Sí, sabemos que en Grecia ha
habido desde siempre una corrupción rampante, que los préstamos que han ido
llegando de Europa se han gestionado irresponsablemente y que el fraude fiscal
es, proporcionalmente, de los mayores entre los países de la UE. Pero también
es cierto que para que haya un corrompido ha de haber un corruptor, y que las
exigencias de privatización que se le están exigiendo al gobierno griego están
obedeciendo a una lógica de la avidez que acabaría desmantelando por completo
la ya de por sí precaria estructura económica del país. Añadamos a esto que los
corrompidos se han ido de rositas, que los corruptores ya se han procurado con
creces beneficios más que razonables, y que ahora, llegados a una situación
límite, se les exige simplemente que traguen y que aquí no se mueve nada. Parece
que a Grecia se la dé por amortizada y sólo interese la sumisión absoluta para
hacerse con sus despojos, o que se vayan…
Porque las comparaciones serán
odiosas, pero no veo ninguna razón como para considerar a los actuales gobernantes
ucranianos, entronizados, por cierto, por un levantamiento alentado y
auspiciado desde Occidente contra un gobierno salido de las urnas, menos
corruptos o más legitimados que a los gobernantes griegos. Pero hay dinero
para Ucrania, por ejemplo, y todo el que haga falta, aunque no para mejorar el
estado de su población, sino para lo de siempre, mientras que a Grecia se le
niega hasta la menor demora en el pago de sus compromisos. Unos pagos que, por
cierto, hasta ahora han cumplido escrupulosamente, pero, desde las últimas elecciones con el nuevo gobierno, sin las
contrapartidas de desregulación económica y privatizaciones que se les exigieron
a cambio de los «generosos» préstamos.
Podríamos hablar de lo que Grecia
representa para Europa y para Occidente, pero esto es sin duda algo que trae al
pairo a los pragmáticos utilitaristas que tenemos por gobernantes; o también de
cómo se ha concebido Europa como un simple espacio económico, hasta el punto
que, un caso inédito en la historia, el banco emisor de moneda no tiene un
poder político de la misma envergadura que, al menos testimonialmente, esté por
encima suyo. Pero no. Grecia debe y ha de
pagar, nos dicen. Muy bien, de acuerdo ¿Pero qué ocurre si no pueden pagar a menos
que sea al precio de condenar a la población griega a la miseria y a la
indigencia sin solución de continuidad?
Muy probablemente Grecia tenga
que irse del euro, y hasta es posible que, según se comenta, Rusia le eche una
mano para afrontar los inevitables meses de zozobra inmediatos a la restitución
del dracma hasta su relativa consolidación, en lo que sería una ayuda económica
inscrita en una jugada geopolítica magistral por su parte. Toda una revancha. ¿Sería
Alemania tan imbécil? ¿Sería Europa tan imbécil?
Pero dejémonos de
especulaciones, por más que algunos las den por altamente probables. Admitamos
incluso que los banqueros y políticos calvinistas que rigen Europa no pueden
ceder ante Grecia, no porque carezcan de capacidad para afrontar el ínfimo quebranto
que les produciría una demora en el pago de la deuda griega, sino para evitar
que cunda el ejemplo. Si se cede con Grecia ¿Qué iba a impedir que España o
Italia empezasen también a plantear exigencias? Y si el quebranto en el caso de
Grecia, o Irlanda, o Portugal, sería asumible, en el caso de España o de Italia,
por ejemplo, ya no tanto. Y se trata de países con unos niveles de deuda
superiores a su PIB. Se está hablando de recuperación, sí, una recuperación que
todavía apenas se nota, pero que cualquier contratiempo económico podría llevar
a niveles insostenibles ¿Y se puede descartar este contratiempo?
Hay economistas, de todos los
colores, que llevan tiempo proclamando la inviabilidad del euro. Quizás, a modo
de resumen, quien mejor lo definió fue el economista inglés que describió la
zona euro como un edificio de 15 plantas, con un incendio en los niveles
inferiores, una congelación glacial en los superiores… y el termostato en la
séptima planta; Alemania, claro.
Parece también haber un cierto acuerdo
en que si desaparece el euro, el país más perjudicado sería precisamente
Alemania. Los países más pobres –España, por ejemplo- lo pasarían ciertamente
mal al principio, pero la devaluación incrementaría las exportaciones y
activaría la producción interna, con la consiguiente reducción del desempleo,
como consecuencia de la reducción de las importaciones debida a la debilidad de
su moneda. El gran problema sería, ciertamente, el petróleo a importar pagado
en divisas.
Pero aun peor parece ser que
lo tendría Alemania, la gran parte de cuyas exportaciones tienen como destino precisamente
la zona euro, que dejaría de ser su mercado cautivo; y el nuevo marco
experimentaría una revaluación astronómica que hundiría las exportaciones
alemanas, entre otras razones por la imposibilidad material de seguir importándolas
por parte de los antiguos clientes. Si esto es realmente así, y si los alemanes
lo saben, tal vez por esto que se muestren tan inflexibles ante Grecia.
Pero también entonces
estaríamos ante un problema de modelo, un modelo descompensado, que ha reconvertido
la deuda privada en pública hasta límites insostenibles, socializando las
pérdidas y privatizando los beneficios, a la vez que, en lugar de impulsar la
unión política de Europa hacia la que progresivamente se decía que íbamos a
tender, la amplió desmesurada y caóticamente para convertirla en un inmenso
bazar.
Puede entonces que el
problema lo tengamos igualmente, más tarde o más temprano, pase lo que pase con
Grecia.
Fantástico análisis, Xavier. A eso se le llama dar en el clavo.Enhorabuena.
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