Un estudiante de filosofía se
presenta al examen oral ante un tribunal que le requiere para que explique el pensamiento de Santo Tomás de Aquino. “Pues
miren”, replica impávido el examinando, “la
filosofía de Sto. Tomás de Aquino no me la sé, pero eso no tiene
filosóficamente ninguna importancia, porque lo relevante es conocer su
refutación, que sí conozco a la perfección y que les desarrollaré a
continuación”.
Siempre me han parecido unos
perfectos imbéciles los supuestos laicos que, por estos pagos, te felicitan la
Navidad deseándote un buen solsticio de invierno. Y si denostar a la izquierda
orate implica que lo pongan a uno de facha
sin más preámbulos, muy probablemente la consideración de imbéciles para tan
heroicos laicos conlleve ser puesto al mismo nivel que el cura Merino,
Torquemada o Torras i Bages. La mezcla entre estupidez y esnobismo es letal de
necesidad.
Decía en un post anterior que
el tema de la religión -tal como se plantea desde la izquierda orate como desde
la Conferencia Episcopal-, me parece uno de los problemas más secundarios y
menos urgentes de entre los muchos que tiene planteados en estos momentos el
sistema educativo; un sistema educativo al que si representáramos metafóricamente
como un buque, hace años que ya sólo podríamos considerar un pecio. Y discutir
sobre el tipo de chaleco salvavidas que hay instalar en un pecio carece de
sentido.
Por su parte, el siempre
atento Gregorio Luri ponía el dedo en la llaga cuando contrastaba las airadas
reacciones que ha suscitado entre el elenco progre la publicación de los
contenidos de la materia de religión católica, con la indiferencia y el
silencio que ha merecido la publicación del currículum de religión musulmana. Un contraste que a la vez que delata, también retrata. Él le llama
las fobias electivas, por oposición a las afinidades de Goethe, entiendo, obra basada en esta noción de la química del siglo XIX aplicada a la vida social.
Porque vamos a ver. Una cosa
es lo que ya a finales de los ochenta denunciaba Fernando Savater en un
brillante artículo en “El País”, concluyendo que, en materia de enseñanza de la
religión, España estaba igual que la «bendita república del Irán». Es decir, en
materia de religión estamos como si en materia de historia los profesores fueran
nombrados en Cataluña por el inefable Institut
de la nova Història, o en el resto de España por el consejo de
administración de Intereconomía. Eventualidades que, por cierto, ya se dan o se
pueden dar si los elige el director del centro sin más criterio objetivable que
una normativa que le encumbra como «norma» a él mismo. Y conozco casos. Pero
esto es una cosa, o mejor, una aberración, y otra muy distinta que la religión
no se agote en sí misma. No saber ver esto me parece una torpeza.
Es ciertamente rechazable que
el Estado pague a unos profesores que no elige, con unas titulaciones que no
regula, para que hagan proselitismo de su credo en las escuelas e institutos
públicos. Ahora bien, es igualmente rechazable, y por idénticas razones de
higiene intelectual, que se pretenda ocultar o escamotear el fenómeno religioso
-el católico, claro-, igual que se les
pretende ocultar a los niños de hoy que Bambi quedó huerfanito y que a la
abuelita de Caperutica se la zampó el lobo feroz.
Porque miren ustedes y sin ir
más lejos, no estoy hablando de fe ni de convicciones religiosas, quien
siendo occidental desconozca la Historia Sagrada, siento decirlo así, está
culturalmente castrado. Porque hay categorías que impregnan todo el universo
cultural y le dan forma. Y que están más allá de la creencia o no en unos
determinados dogmas. Occidente no se puede entender sin el cristianismo, así
como tampoco sin Grecia ni Roma.
Y si como decía Max Weber,
cultura es una urdimbre consistente en tramas de significado que dan sentido y
que permiten al individuo orientarse en su interacción social a partir de este
sentido, desde en lo más trivial hasta en lo más complejo, entonces no basta
con ser ateo para poder prescindir de la religión, porque de elementos religiosos está impregnada dicha urdimbre. No en cuanto a confesión o
creencia, claro que no, sino en aquello que está más allá de la religión. Ni siquiera ser ateo es una justificación para eludir el fenómeno religioso o ignorarlo. Hasta puede que todo lo contrario.
Exactamente igual que
con la refutación de la filosofía de Tomás de Aquino no basta para que deje de
ser necesario estudiarla, contra lo que pensaba el infeliz estudiante. Aunque
hoy, con tanto Wert y sus curricula para formar futuros tarados, y con tanto psicopedabobo que lleva a cabo la faena, probablemente, la mayoría pensaría lo contrario. Claro que, como filosofía ya no habrá, gracias a los autonómicos y a los centralistas, el tema ya no se planteará. Y en cualquier caso, mejor no preguntárselo.
Desde luego, a quien no conozca la tradición cristiana le ocurrirá lo que a quien no conozca la grecolatina: que lo que vea en El Prado o el Louvre le parecerá igual que si estuviese contemplando arte abstracto.
ResponEliminaSin embargo, si fuese verdad eso de "lo relevante es conocer su refutación, que sí conozco a la perfección y que les desarrollaré a continuación" yo me daría con un canto en los dientes. Respeto la cultura cristiana, que es mi cultura, pero si los jóvenes fuesen ateos de un modo reflexivo, porque fuesen epicúreos, hegelianos, nietzscheanos o marxistas, pues bendito sea Dios. Para quien piensa y le da vueltas a las cosas siempre hay esperanza. Pero lo que hay es algo mucho peor que el error; es no haber sabido ni querido aprender nunca nada, es lo que denuncia Bloom en The closing of the american mind.
Por otra parte: http://www.elconfidencial.com/sociedad/2015-03-06/los-jesuitas-cambian-la-forma-de-organizar-sus-clases-eliminan-asignaturas-y-examenes_723695/
¿La nueva regla de S. Ignacio la dictarán Mr.Cards & Ms Perhaps? Señor, llévame pronto.
Sí, hay que reconocer que la cosa no da para mucho, y cada día que pasa, para menos.
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