No voy a hablar en este post
de la campaña que se ha desencadenado desde los más variopintos medios, y desde el
poder al que obedecen, contra toda la cúpula de PODEMOS. No se trata, pues, de inculpar o
disculpar a Pablo Iglesias ni al honrado y responsable ciudadano que le acusa
de haberle pagado en negro -ignoro si la reforma del baño de su casa,
fotocopias o cualquier otra chapucilla-, ni de los cobros que Monedero se embolsó al idem en sus aventuras sudamericanas,
declarados, por cierto, a Hacienda -un caso más bien de exportación de talento y de retribución en divisas, a lo cual si alguien tuviera algo que objetar, deberían ser los paganos-, ni,
desde luego, de la legalidad o no de un contrato universitario casi mileurista
como el de Errejón, aunque no deje de ser curioso tanto celo como parece
mostrar, ni más ni menos que la virginal UCM, en este caso particular.
No, ya he dicho que no voy a
hablar de esto, ni de la histriónica asimetría con que se comparan
desvergonzadamente estos casos con las tarjetas black y la estafa a miles de
ciudadanos perpetrada por los fulanos y fulanas de Bankia o la CAM, el caso Millet o el
caso Pujol, la operación púnica, Gurthel, Bárcenas etc. De lo que sí voy a hablar
es de la última acusación contra Pablo Iglesias, que se presenta como
definitiva y concluyente: que su padre militó en el FRAP(!).
La «acusación» procede,
inicialmente, de los medios más contumazmente montaraces, pero su difusión no. Hay una mano que mece la cuna.
Y es en las valoraciones donde queda manifiestamente
claro que aquí algunos siguen considerando la democracia como una solución de
continuidad al franquismo, y a éste la legitimación moral y política de
aquélla; su causa formal y, si me apuran, hasta su causa eficiente. Y esto
demuestra que sigue habiendo un franquismo psicológico que valora con un doble
rasero las posiciones que cada cual pudiera haber mantenido frente a lo que
fue, sin más, una dictadura instituida por la fuerza de las armas.
El problema en relación a
esto no es tanto que Franco muriera en la cama y el franquismo se reciclara
hacia la hegemonización de la transición a la democracia, llevada a cabo por
sus sectores más pragmáticos. No, el problema es la valoración implícita del
franquismo como un régimen de legalidad desde el cual se desacredita a cuantos
se opusieran a él con sus mismo medios, sólo que mucho más precarios. Y esto se
nota en la pretensión de desacreditación de la supuesta ideología de Pablo
Iglesias amparándose en que su padre fuera -si es que lo fue de verdad, lo cual ignoro- militante
del FRAP, no por su oposición al franquismo, de la cual se jactan
hoy notorios franquistas de por entonces, sino por lo de la lucha armada,
claro, y por el carácter terrorista que se le atribuyó a la banda.
Un argumento, éste, muy en la línea
del empleado por los milicones que condenaron a muerte Julián Grimau, no por su
militancia en el PCE, según ellos, en el momento de la condena, sino por sus
actos durante la guerra civil como comisario político. Es decir, como criminal
de guerra, como si no fueran también criminales de guerra los que le condenaron
y como si no fuera la única diferencia entre Grimau
y sus jueces que uno estaba en bando de los vencidos y ellos en el de los
vencedores. Porque, no lo olvidemos, hubo vencedores y vencidos.
En rigor, sólo puede
hablarse de terrorismo en España a partir de la entrada en vigor de la
Constitución de 1978, o, en todo caso, un par de años antes, a partir del
momento en que se vislumbra que, ya con Suárez, se está caminando hacia el
proceso que culminó con su promulgación. Pero hasta entonces, lo que había era
una dictadura casposa y sanguinaria, que no perdió la oportunidad de morir
matando hasta su último aliento -por cierto, a dos militantes del FRAP entre
las últimas cinco ejecuciones apenas unas semanas antes de la muerte del dictador-,
y que, muertos en la guerra civil aparte, carga sobre sus espaldas con
doscientas mil penas de muerta ejecutadas «legalmente» y cuyos ejecutores han
quedado en la más absoluta impunidad. "Obedecían órdenes", claro, como aquellos otros...
Igual que han quedado en la
impunidad tantas otras guarradas y canalladas como se cometieron en la
posguerra por parte de los vencedores, sencillamente por la simple razón de pertenecer a este bando: desde adjudicaciones fraudulentas y expropiaciones ilegales, hasta
extorsiones para legalizarlas, siendo hoy los herederos de los asesinos, de los
expropiadores y de los matones, todos ellos gente respetable y de
respetabilísimos partidos democráticos, pero el origen de cuya opulencia se
fundamenta en el botín de guerra que les ofreció la condición de miembros del bando vencedor a sus progenitores
en la última guerra civil. Todo eso ha quedado también impune. Por cierto, no
lo olvidemos, al único juez que le dio por abrir un sumario contra el
franquismo, aun treinta años después, lo echaron de la judicatura.
Así que, qué quieren que les
diga. A uno el FRAP no es que le cayera nunca especialmente bien que digamos. Y
menos aun sus veleidades albanesas a la Henver Hoxa ¿pero lo de la lucha armada
mientras esto era una dictadura armada? A ver si nos enteramos. Si tuviera que
elegir, preferiría a cualquier miembro del FRAP que al inspector Melitón
Manzanas; un caso muy a propósito y que retomaremos. Por cierto, el FRAP no esperó a la Constitución; se disolvió inmediatamente después de las elecicones de junio de 1977, las primeras celebradas en España desde febrero de 1936. Algo que, también con excesiva frecuencia, acostumbra a olvidarse.
Hasta que no entendamos que
aquí la legalidad democrática comienza con la Constitución, o un par de años antes, no
entenderemos que lo que hubo hasta entonces era una dictadura repugnante cuyo poder emanaba de los espadones. Pero el problema es que algunos no han hecho tabula rasa, o aunque digan que la han hecho, el subconsciente les traiciona a las primeras de cambio.
Sin ir más lejos, verbigracia: uno de los
primero actos del actual Borbón fue inaugurar un monumento a los policías
nacionales fallecidos en actos terroristas. Nada que objetar, todo lo
contrario, excepto por la falta de tabula rasa. Porque... adivinen quién era el
primero de la lista. ¿Lo han adivinado? ¿No? Pues ya se lo digo: Melitón
Manzanas. Me pregunto si alguno de sus familiares o descendientes formará parte
de la asociación de víctimas del terrorismo. Porque si es así, queda
descalificada per se.
No. De víctimas del
terrorismo y de terroristas sólo podemos hablar desde que este país es una
democracia. Pero no antes. Porque antes era una dictadura. Y lo que demuestra que
hijos de conspicuos franquistas -ministras peponas incluidas- critiquen la militancia
política en el FRAP del padre de Iglesias, es que les traiciona el subconsciente
y que bajo los Vogue y los Armani, asoma la pata de la cabra de la legión.
Porque uno nunca ha visto a un Borbón realizar ningún homenaje a Julián Grimau. A Manzanas, en cambio,
sí. ¿A qué estamos jugando? ¿Y luego se escandalizan porque Pablo Iglesias
rechace ponerse en la solapa la bandera borbónica que le ofrecía Pantuflo? ¿O que en la manifestación
del domingo en Madrid no hubiera ninguna rojigualda? Porque, ojo, banderas
españolas sí las había, y muchas ¿o no es española la bandera republicana?
A lo mejor depende de donde
cada cual pone la tabula rasa. Es decir, la fuente de la legalidad vigente. Yo
la pongo con el advenimiento de la democracia. A partir de allí lo que era
resistencia armada se convierte automáticamente en terrorismo. Ellos, en
cambio, parece que su tabula rasa particular la sitúan en el 18 de julio de
1936. Sus propios actos fallidos les delatan.
Presiento que el franquismo no puede ser más (sic) que psicológico, exaltado por el ánima de los que no pueden prescindir de su "fantás-tica" existencia, o sea de los pagafantas actuales o de un futuro inmediato.
ResponEliminaSiempre habrá "pagafantas", y quien se las beba. Personalmente prefiero a los "pagagüisquis", pero no abundan.
ResponElimina