El gran problema de la
Educación es el proceso de mercantilización en que se ha metido al sistema
educativo. Todo lo demás –pedabobos emocionales, pedagócratas inclusivos, psicopedorros
emprendedores, expertos en autoayuda inducida, auditores amiguetes, chupópteros varios y aprovechadillos en
general, incluso los anodinos políticos y sus incompetentes edecanes educativos,
son meros epifenómenos de este hecho principal, sin el cual no tendrían
explicación. O como mínimo no lo tendrían a partir de un cierto punto: el de su
éxito.
A ver si consigo expresarlo de
forma clara y concisa con un par o tres de ideas sobre tantos predicados que,
más que complementarlo, se yuxtaponen al concepto de educación y lo envuelven,
desnaturalizándolo y adulterándolo hasta extremos como cuando, por ejemplo, uno
ya no sabe si «educación en las nuevas
tecnologías» refiere a que el sistema educativo ha de instruir sobre el uso
y comprensión de dichas nuevas tecnologías, o si son ellas mismas la fuente de
(toda) instrucción en sí, hasta el punto que cualquier aprendizaje en que no
estén incluidas es descartable por obsoleto, que tal vez no, ojo, por ineficaz,
sin que esta última observación merezca ser tenida en cuenta, ni siquiera como
cautela. Lo mismo reza para otros “mantras”
educativos al uso, léase «educación emocional», «educación inclusiva»,
«educación en la tolerancia» «educación en los valores»… Eso sí, siempre «agítese
antes de usarse».
Y algo parecido ocurre con el
concepto de «economía de mercado»: uno ya no sabe si se trata de un sistema regulado
a través del mercado, o de un mercado que regula al sistema. Y eso es
preocupante, al menos en la medida que siga pensando que no es lo mismo un
hombre pobre que un pobre hombre.
Nuestro sistema económico se
caracteriza por la tendencia a la mercantilización de todas las cosas. Eso
podrá gustar o no, podrá cada cual considerarlo beneficioso o perjudicial, según
sus principios o según le vaya en el baile, pero en cualquier caso, es lo que
hay. La tendencia es ésta, y sólo las regulaciones de rango superior –llámesele
intervencionismo o como se quiera- pueden compensar los desajustes que tal
pulsión sistémica comporta inevitablemente en la estructura social. Otra cosa
muy distinta es, ciertamente, que cualquier cosa sea situable en el mercado en
cualquier momento histórico. Y pienso que el sistema educativo es un ejemplo de
ello.
Por razones que no hay aquí
lugar para desarrollar –a las cuales me aproximé en el ensayo «Elogio de la Academia y crisis de la
enseñanza»-, el sistema educativo ha estado en gran medida fuera del
mercado casi desde siempre. Anticipo por lo tanto, acaso para asombro de
algunos, que cuando hablo de mercantilización no me estoy refiriendo al debate
entre enseñanza pública y privada concertada, sino a algo mucho más complejo y
que le trasciende de lleno.
Me explico. El auténtico
problema de nuestro sistema educativo no es actualmente el espurio debate pública/privada
(concertada o no concertada), sino la mercantilización del sistema educativo.
Es decir, su subyugación a las leyes del mercado y la consiguiente mercantilización
de todos aquellos aspectos del sistema educativo que sean mercantilizables; y su
estar a disposición de estor requisitos del mercado, más allá de cualquier razón
académica o pedagógica, o del carácter público o privado del centro. Otra cosa
es que a la privada ya le parezca bien, y que en la pública haya imbéciles que también, pero esto es
accesorio.
Y como cuando la fiebre del
oro movía a gentes de toda laya y jaez hacia el soñado enriquecimiento, así propició
la campanada de salida que fue la LOGSE, el crecimiento y multiplicación
progresivo alrededor del mundo educativo de una variopinta fauna de figuras que
van desde «expertos» auditores a agencias de evaluación del profesorado,
defensores de la educación basada en la «inteligencia» emocional a la fascinación
por las nuevas tecnologías que tan rienda suelta parece que le dan… y siempre,
siempre, un denominador común: la realización de un negocio y obtención de
beneficio en la consideración del sistema educativo como un sector a
disposición de esta exigencia y hasta como agente activador de la economía –y de
su pecunio particular- dentro de las más estrictas reglas del «libre» mercado
en lo que corresponde a la pieza recién cobrada: a ver quién obtiene más
tajada. Ya se sabe, primero los leones, luego las hienas y, al final, las aves
carroñeras…
Se me dirá que las editoriales
siempre estuvieron allí para hacer negocio, que la Iglesia lo vio también
siempre como una inversión tan mercantilista como pueda serlo un fondo de
pensiones, que siempre hubo viajes de fin de estudios que permitían cuadrar los
número a ciertas agencias de viajes menesterosas, que siempre hubo algún tipo
de homologación externa de los centros escolares y esquivos personajes que
pululaban «por ahí» sin que se supiera muy bien cuál era su función, o que
había que gastarse la pasta fomentando la modernización que supone el dominio
de las nuevas tecnologías…
Pero uno sigue pensando que
una cosa es todo lo dicho en el párrafo anterior, o más que podría añadir, y
otra muy distinta que haya que hacer semanas blancas para que las estaciones de
esquí cubran gastos en las épocas más bajas, viajes fin de estudios para que
las agencias de viajes subsistan, libros –digitales o no- modificados
groseramente curso a curso para que no sirvan para los hermanos menores y las
editoriales sigan ganándose la vida, auditorías externas para que puedan
existir empresas privadas destinadas a tal efecto, que los suspendidos en oposiciones
puedan acreditar su Master supervisando a los que las aprobaron, o comprar
tropecientos mil portátiles para que conocidas marcas se saquen de encima
equipos obsoletos a precios de última generación.
Es posible que alguien pueda pensar
que estoy diciendo lo mismo en el penúltimo párrafo que en el antepenúltimo,
acaso sólo con diferencias de matiz. Si alguien lo piensa así, lo lamento: no
podremos ponernos de acuerdo. Porque yo pienso que sí hay una diferencia
substancial: la que va de considerar algo en su condición de medio para el fin
establecido, a considerarlo como un fin que no se agota en sí mismo, o lo que
es lo mismo, como un medio supeditado a finalidades extrínsecas a su objetivo, supeditado
a otros fines.
Y esto último es lo que pienso
que está ocurriendo con la mercantilización del sistema educativo. ¿La prueba
de esto? Que a casi nadie le importa ya el fin que el sistema educativo había
tenido tradicionalmente encomendado: la transmisión de conocimientos.
(Continuará… tal vez)
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