El discurso viene a ser, más o
menos, el siguiente. Se trata de unas generaciones nacidas en Europa, de padres
que, o llegaron de niños con la primera generación de los abuelos, o nacieron
ya también en Europa. Han sido beneficiarios de un sistema social que les ha
garantizado el acceso a la sanidad, a la educación, a muchos otros servicios propios
de la sociedad del bienestar y, acaso lo más importante, su formación bajo
parámetros occidentales incorporó también unas expectativas de futuro a las que
la sociedad no ha sabido dar cumplimiento. Más bien todo lo contrario. Y ya sea
debido a su origen social o al racismo latente, se han visto condenados a la
exclusión y marginación social. Su adhesión al integrismo islámico no sería
sino una reacción al comprenderse discriminados por su origen y con sus
expectativas personales y occidentalizadas completamente frustradas,
inalcanzables. Se les prometió igualdad de oportunidades, pero se les condenó a
la exclusión y a la marginalidad. En realidad, estarían subsistiendo en
lo que se ha venido a llamar el cuarto mundo. La comprensión de esta realidad
sin horizonte explicaría como en muchas escuelas y liceos de la banlieue de París y otras ciudades de
Francia, con mayoría de alumnos musulmanes, estos se hayan negado a seguir el
minuto de silencio por las víctimas del caso Charlie Hebdo, incluso obviando que uno de los policías asesinados
era también de confesión musulmana.
No diré de ninguna manera que
dicha interpretación sea desacertada, pero sí que se queda a medio camino para
evitar ver lo que no se quiere ver. Se trata de una explicación
entre psicologista, sociologista y economicista, abundando en cada uno de estos
órdenes, pero, una vez más, eludiendo la construcción del todo por vía de omitir
otro factor que también debería haberse incorporado, el factor religioso. ¿Por
qué se hacen musulmanes y no, por ejemplo, budistas? ¿O es que ya eran musulmanes antes de "convertirse"? Es decir, no se quiere ver
el problema religioso y lo que comporta la asunción de un determinado credo confesional
–en lugar de cualquier otro-, y se alude solamente a situaciones de
fragmentación y marginalidad social o económica que generan el odio como
respuesta a la frustración de las expectativas. Una explicación no del todo
falsa, pero cuya incompletud consiste en eludir el fenómeno religioso y abordar timoratamente el cultural en relación
a aquél.
Y es que, aunque admitiéramos
como satisfactorias las anteriores interpretaciones, se nos seguirían
planteando unos cuantos interrogantes. ¿Por qué
precisamente el islamismo y no el budismo o la meditación trascendental? ¿Y por
qué, aun admitiendo que hay algunos conversos sin tradición islámica, la adscripción al islamismo militante no cunde entre la juventud
de otros sectores, también de origen inmigrante, ajenos a la tradición musulmana,
como chinos, eslavos o latinoamericanos? Si hay algo claro es que, desde luego,
no es una cuestión genética, sino cultural. El problema es que no se puede interpretar
con categorías occidentales pretendidamente universales, la psicología de otras
culturas y religiones.
Y desde luego ¿Cómo explicar
entonces el yijadismo en otros puntos del globo cuya realidad ni por asomo se
parece a la de las comunidades islámicas asentadas en occidente?
En “El Padrino III” hay una
escena que da mucho que pensar por la metáfora que presenta. Durante su
estancia en Sicilia, Michael Corleone (Al Pacino), el hombre que ha ordenado el
asesinato de su propio hermano, visita a un prelado con fama de honesto, el
cardenal Lamberto (Raf Vallone), futuro émulo en la ficción del Papa Juan Pablo
I. En un momento de la conversación, Lamberto se dirige a la fuente del
claustro y extrae del agua un pequeño guijarro que le muestra al capo mafioso.
“Fíjese”, le dice, “lo mojado que está”. A continuación,
golpea el guijarro contra el borde de granito de la fuente y lo parte en dos. “¿Lo ve? Mojado por fuera pero completamente
seco por dentro. Esa piedra llevaba aquí tal vez mil años, pero ni aun todo
este tiempo sumergida ha conseguido que el agua penetrara en su interior. Así
es como la humanidad se ha impregnado del mensaje de Cristo. Sólo por fuera”. Aplicando la metáfora ¿Cómo deberíamos entenderlo? ¿Un exterior occidental que no ha penetrado en el interior islámico? ...
Otro problema es la primera
negación: ¿Por qué Europa se niega a sí misma y ha roto con su tradición, de la
cual depende y a la cual debe, para bien y para mal, lo que es? Responder a eso es mucho más complejo, pero parece evidente
que el islam lo ha entendido muy bien. Estamos en guerra, no queremos
enterarnos, y por esto vamos camino de perderla.
No creo, ni mucho menos, que
todos los musulmanes sean violentos y que se inspiren por el odio; tampoco pienso
que sea imposible la idea de una seculrización de las sociedades musulmanas. Algo así ha ocurrido ya en parte, empezando por la Turquía de Attatürk, hoy en horas bajas. Entiéndase, no del islam como religión, cuya secularización es imposible, pero sí de la ciudadanía de estas sociedades o de parte de ella. Como digo, eso ya se empezó a producir, y no sólo en Turquía, sino también en otros países tradicionalmente musulmanes y entre muchos musulmanes
que viven en Europa. La violenta reacción del integrismo, del islam, del llamado fundamentalismo, hay que entenderlo
en este contexto. Hay muchos ciudadanos de confesión islámica que
empezaron a vivir su confesión como algo privado, y hasta de forma mucho más relajada y relativizada, muy a la manera de los
cristianos secularizados, tanto en Occidente como en países oficialmente
islámicos. Es falso que, como se ha dicho, haya una guerra civil en el islam. La guerra es, en todo caso, del islam contra una parte de la población de estas sociedades. Una guerra que allí también se está perdiendo.
Si bien las sociedades islámicas
no pasaron por la inicial dualidad entre el poder espiritual y el temporal, ni
por la Ilustración, sí que la relativa modernización empezó a obrar un efecto
parecido. Insisto, no se trata de que el islam se secularice, sino de que los musulmanes lo hagan. Y contra esto es contra lo que se revuelve el islamismo que quiere
mantenerse en la islamidad pura de siempre… de lo que entienden que han sido
los últimos mil quinientos años.
¿Puede darse
entre los musulmanes un proceso de secularización análogo al que en su día
experimentó en las sociedades cristianas? Sin duda. Al fin y al cabo, si el cristianismo
tuvo que pasar por ello ¿Por qué no el mahometismo? Hemos sostenido que
metafísicamente no son tan distintos, sino que su distinción se dio a partir de
sus respectivas trayectorias y la inevitable evolución que, en un caso, la
propia situación fue imponiendo. Por lo tanto, claro que podría darse un
proceso análogo... No es sólo a Occidente que el islam puro, el de siempre, le
ha declarado la guerra, sino también a buena parte de las propias poblaciones
de muchos países islámicos. En realidad, un cierto proceso de secularización de
las sociedades musulmanas empezó a producirse hace casi un siglo, pero hoy
está, al menos de momento, en regresión. Allí y aquí.
Y no ayuda a reconducirlo
la negación occidental a entender el problema y a abordarlo en su auténtica
naturaleza. Una negación que en Occidente, y muy particularmente Europa, se vive
como el resultado de un efecto placebo autoinducido. Nos hemos querido creer el
efecto de unas pócimas autorrecetadas que sabemos que sólo son placebo. Pero
el fingimiento aparenta funcionar… hasta que topa de bruces con la realidad. En
este caso, y parafraseando a James Carville, deberíamos decir: es la religión
¡estúpidos!
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