HACE UN SIGLO, EUROPA ERA RACISTA; HOY EL PARADIGMA ES EL MULTICULTURALISMO. SIGUE SIN ENTERARSE...
De entrada, vamos a dejar
meridianamente algo que con demasiada frecuencia se nos escapa a los coetáneos
de hoy: Las exigencias metafísicas y teológicas del Islam son más o menos las
mismas que las del Cristianismo. Y este «más o menos» no refiere a diferencias
significativas. Otra cosa muy distinta es el recorrido que han seguido en las
respectivas sociedades en que históricamente se asentaron y las vicisitudes
experimentadas a lo largo de dicho recorrido por la historia.
Desde esta perspectiva, la diferencia entre ambas religiones y sus modelos sociales, con las
correspondientes derivaciones políticas que de ellas se desprenden, se da en sus
distintas trayectorias históricas, ya desde el mismo momento fundacional y, consiguientemente,
en la forma como se extendieron e implantaron. En realidad, el islamismo surge
en el vecindario geográfico del cristianismo y en gran medida se inspira en él,
así como ambos en el judaísmo, sin que por ello, o acaso debido a ello, dejen de
compartir el antijudaísmo como una de sus pulsiones fundacionales.
Cuando la Hégira, en el 622 de
nuestra era, la práctica totalidad del Mediterráneo estaba, al menos
oficialmente, cristianizada. A un lado, vecino de la cuna del Islam, el imperio
bizantino, todavía geográficamente intacto, y la Persia Sasánida; dos grandes
potencias sumamente debilitados por las guerras que venían sosteniendo entre
ambos desde el siglo anterior. Al otro lado, en el oeste mediterráneo y todavía
en fase de gestación, los distintos reinos germánicos que habían surgido con la
desintegración del Imperio Romano de occidente, todos ellos más o menos
cristianizados y con el vínculo común de su obediencia espiritual al Papa de
Roma, cuya autoridad religiosa se extendía a todos los católicos
romanos, incluido el Imperio Bizantino. También, seguimos en el Mediterráneo
occidental, buena parte de la península itálica estaba también en manos de los
bizantinos, así como la antigua provincia de Cartago en el norte de África y la
franja costera del sudeste ibérico.
Los territorios en los que se
implantará el Islam, serán precisamente la mayor parte de los que acabamos de
enumerar. Desde la península arábiga, se instaurará la capital en Damasco, y
bajo el califato de los Omeyas, se extenderá por oriente sobre Mesopotamia y
Persia, llegando hasta los confines de la India; y por occidente a lo largo del
Mediterráneo, desde Egipto hasta Tánger y Mauritania. De allí saltaran a Hispania y llegarán
hasta Tours, donde serán detenidos por los francos de Carlos Martel en Poitiers.
Tras la derrota, se fortificarán en la avanzadilla prepirenaica de Carcasona y
el sur de Italia y Sicilia, donde permanecerán durante más de dos siglos; ocho
en la península ibérica.
Hay dos aspectos que es interesante resaltar. El primero, que desde el momento fundacional del Islam, la
hégira de Mahoma de La Meca a La Medina en el 622, hasta la batalla de Tours en el año
722, que marca el umbral de su máximo momento de expansión occidental, va sólo
un siglo. En apenas cien años, se había pasado de una pequeña comunidad al
poderoso Califato Omeya de Damasco, que abarcaba desde la India hasta
Mauritania; un dato a tener en cuenta, por más lejano y desconectado del momento
actual que nos pueda parecer a simple vista, y aun al precio de que se nos
acuse de historicismo arqueológico.
El segundo, que deriva en buena medida del primero, es
que de acuerdo con en el mensaje universalista del Islam -y por tanto intrínsecamente
expansionista- así como por la rapidez de su expansión y la inevitable
improvisación que comportó, el vínculo que unía a todos los territorios
anexionados en apenas un siglo, fue antes religioso que político. La dualidad
entre los poderes temporal y espiritual que había caracterizado al cristianismo
romano, se dará ahora bajo una sola expresión que los une bajo unos mandatos
religiosos alrededor de los cuales se estructuran todos los territorios
islamizados. La administración política y la religiosa serán en la práctica
sólo una, y su fuente de legitimidad será la religiosa.
(Continuará)
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