La tentación del determinismo
legaliforme en la Historia es más antigua que la propia reflexión sobre esta
disciplina. Y los ridículos en que con frecuencia se ha incurrido, también.
Aquello de que los economistas son unos científicos que saben explicar a la
perfección por qué sus predicciones no se cumplieron, no sólo reza para este
gremio, sino también para muchos otros.
Todo proviene de una vieja
aspiración: dotar de sentido a algo que tal vez no lo tenga, como la incertidumbre
sobre el futuro. Ya Polibio nos cuenta desde su privilegiada posición al lado
de Escipión el Emiliano, como éste le comentó, mientras ambos observaban la
reducción de Cartago a cenizas, que "las
naciones tienen su vida, como los hombres. Algún día le llegará también la hora
a Roma".
En los griegos, con su visión
cíclica del tiempo, los avatares de la historia y del destino de los hombres
dependían de los inexorables designios de las Moiras, cuyos arbitrarios y
caprichosos gestores eran los dioses, mientras que a los hombres le quedaba el
papel de actores; a cada cual el suyo.
Con el surgimiento del
cristianismo y su teología de la historia de base judaica, aparece la
concepción lineal del tiempo como realización de un proyecto finalista que dará
pie a la posibilidad intelectual de pensar en leyes que rigen el transcurso del
devenir humano, de la Historia. En San Agustín se da ya esta filosofía de la
historia. En el siglo XII, Joaquín de Fiore proclamaba las tres edades de la Historia,
la edad del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo. Tras ellas, el
anunciado final de los tiempos y la resolución de este mundo trascendente en el
nunc stans de la eternidad... o de la
nada.
Con el racionalismo y la
revolución científica, las matemáticas pasan a ser la herramienta con que
interpretar el mundo, la naturaleza. Pero no la Historia, cuya distinta
naturaleza respecto a las ciencias naturales reivindicará Vico en el siglo
XVIII. Los alquimistas se transmutarán en físicos y químicos a lo largo de los
siglos XVII y XVIII, pero los profetas no podían recurrir a la matemática para
legitimar sus designios de acuerdo con los nuevos conocimientos. En realidad,
las matemáticas ya estaban de mucho antes en la variantes cabalística y
astrológica, pero de forma totalmente incompatible con el nuevo paradigma.
Ante la imposibilidad de
entender la Historia mediante leyes matemáticas, se recurrirá a la Lógica,
entendida en este caso como secularización de la Teología. Tal vez el filósofo más
no-lógico en temas de Historia, y desde luego no-matemático, fuera,
paradójicamente, Leibniz con su noción de la Ecceitas y sus denodados esfuerzos en defensa del libre albedrío en
un universo regido por un dios relojero y arquitecto; Deus ex machina, se le llamaba,
a partir de la analogía como aparecían los dioses en las antiguas tragedias
para intervenir en el destino de los hombres: colgados de una grúa, de una
máquina. Plenamente consciente sin duda alguna, precisamente como matemático y
lógico que era, de las substanciales diferencias entre las distintas
naturalezas de los objetos de conocimiento humano y del irresoluble conflicto
entre el libre albedrío y un universo determinista. Un conflicto que sólo
resuelve parcialmente, como Tirso en el condenado por desconfiado.
(CONTINUARÁ)
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