Este fin de semana han tenido
lugar las “III Jornadas de Secundaria”, organizadas por el sindicato, con el
título “TDAH: ¿genoma o hábito adquirido?”, a lo largo de las cuales desfilaron
varios expertos sobre la materia, que expusieron sus distintas visiones sobre
el Trastorno por déficit de Atención e Hiperactividad, más conocido
popularmente por su última palabra: hiperactividad.
A uno, que desde siempre
albergó más bien pocas dudas sobre la naturaleza cultural de dicho trastorno,
lo que le sugirió en cambio el debate sobre tal síndrome fueron otro tipo reflexiones
relativas la función con que el Poder ha investido al gremio psicológico –incluso
frente al médico-, como comisarios del discurso hegemónico, incluida la controversia, y en
este sentido, como sucesores de los sacerdotes y con funciones análogas a las
que en su momento éstos detentaron. Y esta reflexión comportó la evocación de
dos obras de sendos autores cuyas perspectivas, tan distintas como distantes en
el tiempo, Dennis Diderot y Michel Foucault, acaban en realidad coincidiendo,
premonitoriamente y para su pesar, uno, fatalmente lúcido el otro. Las obras
son “Le neveu de Rameau” y “Naissence de la clinique. Une archéologie
di regard médical”.
En la primera, Diderot llegó a
un descubrimiento que le contrarió tanto que lo escondió durante toda su vida,
la imposibilidad de cualquier fundamentación moral desde la inmanencia. Perdido
el horizonte de la trascendencia, y con él el de la redención, el perdulario
sobrino de Rameau puede argumentar con la misma legitimidad que el propio
Diderot. Pero Diderot sabe que los individuos como Rameau están condenados a
desaparecer en el nuevo orden, o al frenopático, y que los que llevarán a cabo
la proscripción serán él y sus sucesores.
Foucault, por su parte, desde la
asunción plena de este nihilismo constituyente, nos muestra en el nacimiento de
la medicina clínica como el correlato de las transformaciones sociales y
económicas, e incardinada en el orden moral que éstas requieren. Muy
especialmente en la consideración que merecerán los enfermos mentales, ahora
tratados por los «normales» como irracionales, y en cuya categoría caerán
individuos como el propio sobrino de Rameau, por la simple razón de no encajar
en el sistema.
A la institución investida para
tal efecto le corresponde la observación o mirada atenta –el regard- y la categorización que, en
función de su perspectiva, sea la requerida por el sistema. El enfonque de la
medicina que Foucault nos describe es el recorrido a través del cual se va
abriendo paso la idea del hombre propia de la época moderna, en la cual la
medicina clínica es una expresión más de la voluntad de dominio de la racionalidad
moderna, en tanto que Poder, cuyo temor a la diferencia comporta la proscripción de todo lo que
caiga en esta categoría, sin más fundamentación que la exigencia inherente al discurso.
Primero fueron los filósofos morales, luego los médicos. Desde hace un tiempo,
los psicólogos tienen también su ámbito. Los médicos quizás no acabaran de servir para según que tareas, la medicina es en realidad una ciencia y, por más que Foucault pueda establecer una relación entre ciencia y poder, en más de una ocasión la primera puede no dejarse reducir a los requisitos éste. Faltaba el elemento más sacerdotal, que aportará la Psicología.
Que en general sea la medicina, o más concretamente la psiquiatría, quien sea más partidaria de la medicalización de los pacientes diagnosticados como TDAH, mientras que los psicólogos tiendan más a las terapias conductuales, no es una contradicción, sino que está relacionado con las respectivas praxis profesionales y sus sendas atribuciones competenciales: los psicólogos no pueden recetar.
Porque lo de menos es, desde esta perspectiva, si el TDAH es de naturaleza genómica o ambiental, innata o adquirida. Lo importante es la categorización como el pretexto que da cobertura al discurso. Aunque sea un puro eufemismo conceptual. En unas ocasiones será la culpabilización, como la categorización de vagos, libertinos o bohemios como antisociales o como enfermos mentales de tantos sobrinos de Rameau que acabarían en el manicomio a lo largo del siglo XIX. En otras, la exculpación pura y simple, también bajo la forma de categorización según los requisitos del sistema, como la invención del TDAH.
Porque lo de menos es, desde esta perspectiva, si el TDAH es de naturaleza genómica o ambiental, innata o adquirida. Lo importante es la categorización como el pretexto que da cobertura al discurso. Aunque sea un puro eufemismo conceptual. En unas ocasiones será la culpabilización, como la categorización de vagos, libertinos o bohemios como antisociales o como enfermos mentales de tantos sobrinos de Rameau que acabarían en el manicomio a lo largo del siglo XIX. En otras, la exculpación pura y simple, también bajo la forma de categorización según los requisitos del sistema, como la invención del TDAH.
No sólo vagos, libertinos y bohemios. La asociación estadounidense de psiquiatría consideró la homosexualidad una enfermedad mental hasta los años 70. No dejó de hacerlo por haberse convencido, sino por las presiones, a veces no exentas de violencia, del movimiento gay. Alan Turing, padre de la computación, ciudadano de la democrática y civilizada Gran Bretaña, fue sometido a castración química para curar su homosexualidad*.
ResponElimina* "Convencido de que no tenía de qué disculparse, no se defendió de los cargos y fue condenado. Según su ampliamente difundido proceso judicial, se le dio la opción de ir a prisión o de someterse a castración química mediante un tratamiento hormonal de reducción de la libido. Finalmente escogió las inyecciones de estrógenos, que duraron un año y le produjeron importantes alteraciones físicas, como la aparición de pechos o un apreciable aumento de peso, que le condujeron a padecer de disfunción eréctil. Dos años después del juicio, en 1954, Turing falleció debido a la ingestión de una manzana contaminada con cianuro en un contexto que indica un posible suicidio"
(http://es.wikipedia.org/wiki/Alan_Turing)