“(…)
Any other army, any other country, he would have retired as a sergeant major”. Así
despachaba Frederick Forsyth la descripción de un coronel del ejército español
al cual le colaban en Alicante, y sin mordida, un cargamento de armas destinado
a dar un golpe de estado en África, a cargo de una multinacional minera que, a
tal efecto, había contratado al mercenario inglés que protagoniza la novela The
Dogs of War. Leída hace muchos años
durante un viaje transoceánico, y sin que se trate de ningún chef d‘oeuvre, la frase me impactó por
todo lo que en sí llevaba de implícito. La irreprimible tendencia de ciertas
sociedades a poner individuos al frente de responsabilidades para las cuales no
están capacitados.
Algunos lo han llamado El Principio de Peter, una formulación sociológica según la cual todo individuo tiende, a lo largo de su recorrido
profesional, a alcanzar el umbral
de su propia incompetencia; una vez allí, se estanca. Falso, aquí el umbral se ha sobrepasado con creces.
Y no puede uno dejar de
evocar esta frase cuando ve las apariciones públicas del portavoz y consejero
del gobierno catalán, Francesc “Quico”
Homs. Si, como dijo alguien, a Mas no se le ve más allá que de jefe de
planta del Corte Inglés, a Homs se lo imagina uno en su ambiente con una bata
azul marino y un lápiz en la oreja, sirviendo a peso garbanzos o tornillos,
según se trate del dependiente de un colmado de ultramarinos o de una
ferretería. Una imagen recurrente que acude sin que pueda evitarlo ante la
visión de cualesquiera de sus performances,
con sus ademanes caricaturescos, su sonrisa socarrona y su zafia palabrería,
dándoselas de alto dignatario y de estadista.
¿Qué habremos hecho para
merecer como gobernantes a caricatos de tan poca talla política, moral e intelectual?
Mucho me temo que un pueblo capaz de entronizar a semejantes dirigentes, no
sólo nunca alcanzará la independencia, sino que, muy probablemente, no la
merezca.
Y decía Juan Goytisolo hace poco, que si Cataluña fuera como Dinamarca o Suecia y España lo que es, el
deseo de independizarse sería perfectamente comprensible. Una afirmación que comparto. Sólo que no es así, y
ahí están los hechos para demostrarlo. Las mismas corruptelas, o más; la misma
incompetencia, o más; la misma caspa, en definitiva… o hasta también puede que
más. Porque la caspa envuelta en banderas es si cabe más mugrienta: el
envoltorio impide que se renueve y echa raíces.
Por nuestro bien, espero
que los pueblos no siempre tengan los gobernantes que se merecen. Pero la
burbuja solipsista con que se nos ha estado envolviendo ha conseguido
desenfocar el sentido colectivo de la autorreferencia contextual, y que nos
miremos sólo el ombligo. Ha sido de efectos devastadores. Porque el gran
problema es que mucha gente de buena fe está convencida de que en Cataluña somos como
Dinamarca o Suecia… Y de que España es lo que es. Sólo aciertan en lo segundo.
Avui llegia en un escrit de caràcter favorable a la independència que l'únic argument solid per restar a Espanya és la permanència a la Unió Europea. Potser sigui cert, però llavors caldria parlar amb la unió europea i el els partits majoritaris no semblen tenir ningú capacitat per fer aquesta tasca, fins i tot, tampoc per les tasques administratives més bàsiques com esriure una carta en francès (segurament si que hi ha aquesta mena de gent al país però tenen coses millors a fer). Taradell està massa lluny de Brusseles o d'Estrasburg
ResponEliminaAdmeto que hi ha pocs arguments sòlids a favor de romandre a Espanya, però és que tampoc n'hi ha gaires a favor de la independència. A Espanya, o millor, a Catalunya, fins no fa massa es podía viure tranquil·lament sense ser nacionalista, ni espanyol ni català. És a dir, els apàtrides podíem trovar el nostre nínxol sociològic amb un cert acomodament. Ara, com a mínim a Catalunya, la pressió social és insuportable, per no parlar de la mediática. I això, es miri com es miri, és fonamentalisme. I jo no crec que dels fonamentalismes en pugui sorgir res de bo. Salutacions.
ResponElimina