Hace
como una semana escuché –o leí, no lo recuerdo- a un afamado experto en
geopolítica afirmar que, entre las hipótesis de trabajo del Pentágono sobre la
crisis de Ucrania, se contempla la posibilidad que Rusia organice alguna
operación con bandera falsa para precipitar el estallido de la guerra. No me
pareció nada extraño. Después de todo, es lógico que los estadounidenses
alberguen esta sospecha; ellos mismos son reputados maestros en este tipo de
ardides.
Así
se hicieron con Florida (1821), invadida por el general Jackson –estaba
haciendo méritos para llegar a presidente unos años después- en una guerra no
declarada en represalia por supuestas incursiones en Georgia de partidas de indios
seminolas con armas españolas. Y con medio México (1846-1848), con un
destacamento militar sin uniformes, disfrazados de comancheros, que se lio a
tiros con una patrulla fronteriza mexicana. Se quedaron con la friolera de dos millones
de kilómetros cuadrados. Y lo volvieron a hacer con la voladura del Maine en el
puerto de La Habana (1898) y la correspondiente guerra con España, esta vez sí
declarada –todo un detalle-, por cierto que con otro futuro presidente haciendo
méritos, Teddy Roosevelt en este caso. Tampoco está nada claro lo de Pearl
Harbor (1941); o sí. Curiosamente, los portaviones se habían ido unos días
antes del ataque nipón y lo que quedaba en el puerto era chatarra. Todo indica
que los servicios de inteligencia estaban al corriente, y la propia embajada
americana en Tokio había advertido del ataque. Los únicos que no lo sabían, al
parecer, eran los infelices a los que les cayeron encima las bombas.
Tampoco
hay ningún indicio de que tales proclividades hayan remitido, de modo que, como
mínimo, los argumentos yankees son tan poco de fiar como los de los rusos. Blanquear las
propias vilezas con grandes principios será muy efectivo, pero no demasiado honesto; a menos, claro, que seas el elegido, lo cual es precisamente el caso; entonces sí está todo permitido. Este
calvinismo puritano al que Bob Dylan describió with guns on their hands, and God on their side…
Pero
bueno, son cosas del pasado y a lo hecho, pecho. Hay que saber olvidar y
perdonar. Y frente a la crisis que se avecina con los pérfidos rusos, no es
cosa de sacar ahora trapillos sucios. De acuerdo ¿Pero qué está ocurriendo
exactamente en Ucrania? Ya, el expansionismo ruso, como el de los zares o el de
Stalin. Suerte que tenemos a los americanos. La verdad es que deberíamos
estarles agradecidos por sus desvelos. Y es que, desde luego, lo de Putin no
tiene perdón; mira que pillar este berrinche porque Ucrania vaya a entrar en la
OTAN y el bueno del Tío Sam les instale allí unos cuantos misiles nucleares…
nada, a setecientos kilómetros de Moscú. No es para tanto ¿verdad que no?
Esto
es precisamente lo que dice el Tío Sam, que no es para tanto. Además, Ucrania
es un país soberano, democrático donde los haya, respetuoso con los derechos
humanos –sobre todo con sus ciudadanos de origen ruso-, con una clase política
modélica; un auténtico ejemplo moral para el mundo civilizado. Y los
norteamericanos siempre han sido muy respetuosos con estas cosas, muy comprensivos. Lo que quiere Ucrania es estar en el bando de los
buenos, y al malvado Putin esto le saca de quicio. Ahí radica el porqué de todo
este entuerto. Y allá va, gallarda, la fragata Blas de Lezo. Cuando llegue a su
destino seguro que entonces sí, el abuelo cebolleta Biden llamará a su Sanchidad
para consultarle la estrategia a seguir. Cómo no, seguro que sí, como al otro
caricato, como a Ansar in the Azores.
Pero
hay cosas que no cuadran. A ver. Si tanto respeto sienten los EEUU por las
libertades de los pueblos y este es uno de sus principios fundacionales ¿cómo puede ser que cuando once de sus estados
decidieron separarse, liaron una guerra de cuatro años y más de medio millón de
muertos para impedírselo? Sí, lo de la esclavitud. Ya. Pero es que el tema no
salió a colación hasta finales de 1863, cuando la gente empezaba a estar harta
ya de la guerra, y empezaban a estallar disturbios en ciudades como Nueva York,
que se reprimieron a sangre y fuego. Y pensar a estas alturas que la guerra
civil americana fue por la esclavitud, es de una ingenuidad realmente
enternecedora. Y desde luego que lo de Cuba y Filipinas no fue para darles la
libertad a estos pueblos, sino para anexionárselos como colonias. En Filipinas,
concretamente, masacraron a más de un millón y medio de la población –un diez por
ciento- en la guerra de exterminio que siguió a la de España. Era por su bien, no lo dudo, pero da que pensar...
Además,
aun coincidiendo con los americanos que el berrinche de Putin no es para tanto,
lo que no se entiende entonces es que sí lo sea, y para más, cuando los papeles
se invierten. Cuando en Cuba iban a instalarse misiles soviéticos, los americanos
pusieron al mundo al borde de una tercera guerra mundial. ¿En qué habíamos quedado?… O puede que la soberanía de
Ucrania no sea la misma que la de Cuba. Está claro que en lo de Cuba, que al
parecer sí era para tanto, los americanos tenían sus razones. A nadie le gusta
que el enemigo te tenga a tiro y estaban en su derecho a oponerse; admitámoslo
¿Pero no asiste este mismo derecho a Rusia? ¿Y si México decidiera reclamar la devolución
de Texas, Arizona, Nuevo México y California, amenazando de lo contrario con
instalar misiles rusos o chinos en su territorio apuntando a los EEUU? ¿Cómo
reaccionarían las autoridades norteamericanas? ¿Sería para tanto?
No
sé… creo detectar una cierta asimetría axiológica en todo esto, según de quién
estemos hablando. Sí, vale, estamos en Occidente y los rusos son los malos,
pero esto no significa que los americanos sean los buenos. Y a juzgar por lo
que estoy detectando, parece que muchos tienen la imperiosa necesidad de que
los «nuestros» sean también los «buenos». Con una curiosa particularidad, todo
lo que se haga queda disculpado por su condición de «nuestro-bueno». Deberíamos
aprender de ellos, pero no para tragarnos todas las milongas que nos cuenten,
sino para pillarlas. Como cuando Franklin Delano Roosevelt dijo a propósito del
dictador nicaragüense Somoza, cuando le advirtieron que estaba escabechinando a
su pueblo: “Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Y se quedó
tan tranquilo.
Pues eso, estamos en la OTAN y toca ir para allá, bien. Y si no fuéramos, a ver cuánto se tardaba en que hubiera incidentes en Ceuta o Melilla, está claro. Pero como mínimo no nos hagamos falsas y pacatas composiciones de lugar, no sea que nos las acabemos creyendo. Todo indica que la cosa va de posverdad, y que el relato que nos están encasquetando no va de Ucrania, sino de Ucronia. Solo que al revés de cómo imaginó el pajarraco de Baudrillard, cuando afirmó -y hasta escribió un libro sobre el tema- que la guerra del Golfo no existió. Porque mucho me temo que lo que no existe es la Ucrania que nos están describiendo; pero la Ucronia que nos están vendiendo, menos aún.
Antes de los tiempos posverdaderos, a esto se le decía dar gato por liebre. Ucrania por Ucronia.