Siempre me ha parecido que el «procés»
y sus personajes resultan mucho más evocables
cinematográficamente que literariamente. Literariamente lo primero que le viene
a uno es Valle-Inclán y lo que hubiera podido hacer de haber conocido el tema. Pero
bien mirado, hay en el esperpento una cierta dimensión trágica de la vida que
no acaba de encajar con la estética del «procés».
Acaso porque sus protagonistas más notorios no precisen de énfasis alguno en la
necesaria caricaturización literaria que requiere cualquier forma de parodia.
Piensa uno en Max Estrella, en Tirano Banderas o en el inefable Bradomín, y la
verdad, hay algo de real en cada uno de ellos que contrasta con la irrealidad
histriónica de Puigdemont, Junqueras o, sin ir más lejos, del tándem «Rull
& Turull». Frente a personajes literarios de primera fila como los citados,
se les ve carentes de entidad, como impostados. No sé… tal vez literariamente encajarían
en los dramas bufonescos de Gozzi, o en las sátiras de Sharpe, pero no en el
noble género del esperpento.
En cambio, sí lo veo mucho más
claro cinematográficamente, o como serie televisiva. Berlanga hubiera podido
sin duda sacarle mucho partido, y los Hermanos Marx también. Boadella, sí, acometió
la tarea en el teatro muchos años antes de que se iniciara la fase actual del «procés»… pero sin desmerecer a los
anteriores, me quedo con los Monty Python. ¿Se imaginan por un momento a Graham
Chapman en el papel de Puigdemont, a John Cleese en el de Artur Mas, a Michael
Palin en el de Marta Rovira, a Terry
Jones alternándose en los de Pujol, Junqueras, Forcadell y «Rull & Turull»,
y a Eric Idle en el de Lluis Llach cantando «L’Estaca» en versión “…always look on the bright side of life”,
todos ellos dirigidos por Terry Gillian y el propio Jones? Solo de pensarlo ya
le viene a uno la risa. ¡Qué gran obra maestra nos hemos perdido!
Una lástima que Graham Chapman
lleve muerto casi treinta años, y que el resto de los Python ya no estén para
muchos trotes. Claro que, bien mirado, también es posible que no le hubieran
encontrado materia parodiable al «procés»
ni a sus protagonistas, porque en su irrealidad constitutiva ya son una
representación que no admite parangón, impidiendo con ello cualquier tipo de
creatividad al llevarla a la ficción; porque sus personajes ya son en sí
ficciones y el «procés» ya es la obra
representada. Y no hay nada que satirizar porque ya es una caricatura perfecta
interpretada por caricatos igual de perfectos.
Dicho en otras palabras, la
ficción literaria o cinematográfica interpreta la realidad desde un determinado
punto de vista y perspectiva. Un autor puede escribir una obra sobre Julio
César, sobre Jesucristo o sobre el rey Arturo, enfatizando en cada caso algunos
aspectos del personaje que le interesen especialmente según el mensaje que
quiera transmitir y la naturaleza de dicho menaje, ensalzándolo o satirizándolo,
enalteciéndolo o caricaturizándolo. Sería el caso del Julio César de
Shakespeare o del que aparece en las historietas de Astérix; o del Jesucristo
de la ‘Historia más grande jamás contada’ y el de su réplica en ‘La vida de
Brian”; o del rey Arturo que nos presenta ‘Excalibur’ y el de ‘Los caballeros
de la mesa cuadrada’…
¿Pero quién podría interpretar
a «Rull & Turull» o a Puigdemont sin que pareciera una mala copia del
original? Una caricatura procede de un modelo al que se ridiculiza enfatizando
sus aspectos más grotescos ¿pero qué hay de caricaturizable en un modelo que ya
es una caricatura? ¿Qué podría hacerse con estos tipos que no hayan hecho y
sigan haciendo ellos mismos en sus propias autointerpretaciones? Nada. Como suele
decirse, llovería sobre mojado y cualquier intento de interpretación resultaría
artificioso. Porque lo irreal, la ficción, es una copia deformada de la
realidad a la que pretende representar, pero si lo que se pretende caricaturizar
es ya una caricatura, el invento no funciona. Y es que, desde luego, estamos en
uno de aquellos casos en que la realidad supera cualquier posible ficción.
La belleza
estética en una obra de arte no implica en absoluto que fuera igual de bella en caso de convertirse la representación en real. Los borrachos de
Velázquez son sin duda alguna estéticamente bellos como obra de arte, pero como
seres reales resultarían repugnantes. También el «procés» y sus personajes podrían resultar bellos como obra de arte.
Pero desmintiendo a Pigmalión, si la estatua se vuelve real puede no solo
perder su belleza, sino incluso resultar aborrecible. Aun así ¡cómo nos
hubiéramos reído de haber sido el «procés» una obra de ficción! Lástima que no
lo sea.