Cuentan que Chou En-lai
(1898-1976) afirmó en cierta ocasión que todavía era pronto para determinar los
efectos de la Revolución Francesa. De ser cierto, también lo sería, más aún,
para los acontecimientos de 1898. Pero más allá de la verdad o no de tal
afirmación, lo cierto es que nunca es tarde para recuperar nuestra historia y
ciertos episodios de ella que, por enaltecidos o por denostados, parecen
habérsele hurtado a una memoria histórica cada vez con más escaso sentido de la
historicidad. Bienvenida sea, pues, cualquier iniciativa que pretenda
recuperarla, sin mitificaciones ni mistificaciones, como es el caso de la
película que nos ocupa, «1898: Los últimos de Filipinas».
En 1898, cuando nacía Chou
En-lai, faltaba todavía cerca de medio siglo para que emergieran él mismo y los
Mao Tse-tung, Gandhi, Nerhu, Ho-chi-min… Pero ya por entonces, adelantados a su
tiempo, un grupo de ilustrados filipinos –Aguinaldo, Rizal, Ponce, Sacay…-
luchaban por la emancipación de su tierra. No pretendían, al principio,
separarse de España, sino la integración de Filipinas en la Corona Española
bajo un modelo parecido al de la Commonwealth británica. Fue por la torpeza
española que se convirtieron en independentistas y se arrojaron a los brazos de
los Estados Unidos. Algo de lo que luego se arrepentirían, porque los
americanos habían llegado para quedarse. Y si los españoles habían fusilado a
Rizal, los americanos ahorcaron luego a Sacay; y de poco le fue al propio
Aguinaldo correr la misma suerte. Con la propina de un millón de muertos –más
que en tres siglos y medio de dominación española- en una guerra que perdieron.
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