Cuando alguien ha de invocar
grandes principios para justificar una acción, entonces es que dicha acción resulta
difícilmente justificable por sí misma, y que sólo se puede legitimar supeditándola
al principio invocado, en función de su carácter fundante al cual todo lo demás
está subordinado. Es decir, acciones moralmente reprobables quedarían legitimadas
desde su supeditación a principios de rango superior. Pero incluso admitiendo
la lógica implícita a este modelo –que ciertamente no discutiré ahora-, cabe
pensar si, al menos ocasionalmente, no estaremos invirtiendo los términos y
estos grandes principios no serían un pretexto que en realidad estaríamos
subordinando a nuestras acciones.
Es en este sentido que hay que
entender la conocida frase de Samuel Johnson «El patriotismo es el último refugio de los canallas». Desde esta
perspectiva, sería perfectamente equiparable a otra frase, mucho más chusca, proferida
por una «famosa» en un programa de telebasura: «yo, por mi hijo, mato»… si es necesario, se sobreentiende. Es
decir, no quiero matar a nadie, pero si es por mi hijo que he de hacerlo, lo
hago. Ahora bien ¿es realmente por él, o es un pretexto invocado para legitimar
lo que, de otra manera, sería injustificable incluso para el propio actor? La
frontera entre el héroe –o el patriota- y el canalla se torna entonces difusa, y
dependerá de la situación y del contexto en que se produzca la acción.
Para legitimar el reciente
proceso de conspiración y golpe de estado que llevó a cabo, la actual dirección
del PSOE ha aducido precisamente la subordinación a principios de rango
superior que lo justificaban. Básicamente a dos: una «razón» de partido y una «razón»
de estado o patriótica. La razón de partido, es que los intereses del mismo
están por encima de su praxis política cotidiana: si hay terceras elecciones,
los resultados serán peores que los actuales, de modo que hay que evitarlas
como sea.
Por su parte, la razón de estado,
o patriótica, se fundamenta en el supuesto de la lealtad institucional y el
compromiso del PSOE con la nación: el bien de España está por encima de todo;
la parálisis institucional está lastrando la recuperación económica y enrarece
la vida política produciendo una situación de desgobierno que alienta las
aspiraciones secesionistas de ciertos territorios. Y aquí, con la iglesia hemos
topado. No importa lo que piensen las bases o los votantes del propio PSOE al
respecto; están en juego principios de orden superior a los que la acción política
debe subordinarse. Como partido con sentido de estado, el PSOE debe facilitar
que se forme gobierno para acabar con esta situación agónica. Hasta aquí lo
proclamado.
Ahora bien, desde la asunción
de la lógica implícita todo esto, y a la eventualidad de
inversión axiológica que sugiere la frase de Samuel Johnson, la pregunta es la
siguiente: ¿Héroes o canallas? En otras palabras ¿es por España que se
justifica todo esto, o es España el pretexto que se aduce para justificar una
acción cuyos objetivos son otros, sean los que fueren? Vayamos a la situación y
a su contexto.
En lo tocante a la razón de
partido, parece razonable pensar que, en unas terceras elecciones, al PSOE le
iría peor que en las últimas. Aun asumiéndolo, pero dejando de lado que esto no
está escrito en ninguna parte, cabría preguntarse también si el subjuntivamente
imperfecto futuro revolcón electoral se hubiera debido a mantener el programa y
el discurso con el que se presentó a las dos últimas elecciones, o al deplorable
espectáculo que han organizado los agoreros del anunciado fracaso. Y esto,
bastante evidente en sí mismo, descalifica el argumento de la razón de partido;
porque se trata de un anuncio autoinducido y autoactivado con una finalidad muy
concreta: empeorar aún más las expectativas electorales para justificar su
evitación. También, la abstención sin condiciones aúpa y consolida las políticas
restrictivas que se han estado perpetrando durante los durante los últimos
años. Y la liquidación del estado del bienestar, cuyo mantenimiento ha sido
piedra angular de la política del PSOE y una de las razones de su furibunda
oposición a cualquier acercamiento al PP. Y ello nos lleva a la razón de estado
o patriótica.
La democracia parlamentaria
tiene estas cosas; a veces no se pueden configurar mayorías. Otros países
pasaron también por esto y más tiempo –Bélgica, por ejemplo, y no pasó nada-.
Porque no basta con ser el más votado; también hay que articular una mayoría. Y
si esta mayoría no es posible, pues tendrá que haber nuevas elecciones. Además,
ya está bien de que se quejen de las disfunciones electorales, cuando les
perjudican, los mismos que las obvian cuando les favorecen. Mariano Rajoy tiene
todo el derecho a decir que ha ganado las elecciones y a lamentarse de su débil
mayoría minoritaria, pero no deberíamos olvidar que, en rigor, su
representación parlamentaria en escaños es sensiblemente superior a los
porcentajes electorales obtenidos: un 33,01% en votos, frente a un 39,14% en
escaños. Por cierto, como el PSOE, sólo que en menor medida: un 22,63%, frente
a un 24,28%. Así que menos lobos, Caperucita.
Pero es que la razón de estado
aducida, el bien de España, así en metafísico, apela a un bien general supremo
que está por encima de las consideraciones partidistas, que son exactamente las
mismas en que incurren los políticos día sí, día también. ¿A qué están apelando
entonces, para pasar por las horcas caudinas el voto de la ciudadanía que optó
por el PSOE? Y si resulta que su decisión excluye precisamente a la España que
les votó a ellos, por no hablar de la que votó a Podemos o a tantos otros ¿A
qué España están apelando? ¿Qué España es esta? Que nos lo digan…
Ya lo han dicho, por activa y
por pasiva. Han optado por un sistema muy concreto, que perseverará en los
recortes y en el desmantelamiento de lo poco que queda de estado del bienestar,
de acuerdo con los designios del nuevo diseño de posmodernidad neoliberal. Un
modelo que excluye al propio discurso con que se presentaron a las dos últimas elecciones,
y a los que les votaron por ello, amén de a muchos más. Pero que les perpetúa
como casta, y ellos ya recogerán sus migajas en forma de puertas giratorias o
de exoneraciones en causas por corrupción. Todo se andará.
Y entonces, cabe contemplar
que las payasadas y el postureo estrictamente estético del «izquierdismo» de
Pedro Sánchez y sus mariachis, contribuyera a evitar el sorpasso de Podemos. Misión cumplida. Y ahora que ya no lo
necesitan, resuelven el tema a lo Groucho Marx: «estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros». Vale,
pero si no le gustan ¿a quién?
Todo un acto patriótico,
sí. En la línea de Samuel Johnson.
La portada de El País de ayer, en su titular más visible, no tenía empacho en decirnos que el PSOE logra sacar a España del bloqueo y evitar nuevas elecciones; la de hoy nos informa de que como consecuencia del desbloqueo, la bolsa ha subido más de un punto, siendo la única en Europa con estos tan buenos resultados. En fin, que había un problema que habían creado, cómo no, otros, y el PSOE lo ha arreglado, trayendo una nueva era de prosperidad.
ResponEliminaClaro, cómo no. Y además, seguro que la cifra de divorcios bajará, las reservas para la nieve aumentarán -como que llega el invierno-, el acoso escolar experimentará un sensible descenso... Y hasta puede que aumente el porcentaje de gente que ayudará a las viejecitas a cruzar la calle.
ResponEliminaSaludos, querido Bacon.