dimecres, 28 de setembre del 2016

A degüello o la némesis del PSOE



Cuenta la tradición que los dos últimos días de los trece que duró el asedio del Álamo, la orquesta de Santa Anna estuvo interpretando sin interrupción la canción que lleva por título «a degüello», en un claro aviso de lo que les esperaba a los texanos que resistían dentro de la vieja misión, convertida en precaria e improvisada fortaleza. Como es sabido, no hubo ningún superviviente entre los defensores –con la excepción de una mujer y una niña-. Fue una victoria efímera para Santa Anna.  Poco después, fue derrotado y hecho preso por Sam Houston en San Jacinto. A cambio de su libertad, firmó la independencia de Texas… y lo que hubiera hecho falta.

Van a por Pedro Sánchez y hace ya mucho tiempo que le están tocando la misma melodía que a los del Álamo; casi desde que fue elegido Secretario General. No creo que sea un gran político, opinión que ya he acreditado en alguna ocasión en este blog, pero lo del PSOE, tal como se ha puesto la cosa, está entre Guatemala y Guatapeor. Y no parece que la regeneración pueda venir de ninguno de los barones y baronesas que están afilando los machetes para entrar a degüello. Y atribuirle a él y a su equipo todos los males, tampoco me parece serio. Hasta González se ha apuntado al linchamiento. Puede que estemos ante la némesis del PSOE.

Ocurra lo que ocurra, el daño será irreparable, porque puede escindir definitivamente al partido en dos (o en tres o en cuatro, a saber). Por un lado, están los llamados barones territoriales y los burócratas de oficio, cuya práctica política más bien evocaría a un redivivo falangismo de extracción peronista o priísta; un sector que entraría de lleno en el peyorativo concepto de «casta», anclado a un poder territorial con fuerte hedor clientelista y a notorias corruptelas. Por el otro, la dirección federal actual, que ha tenido que lidiar con la nefasta herencia recibida de la misma casta y con la emergencia a su izquierda de una formación que ha adquirido proporciones hasta ahora inéditas -¿Alguien se imagina al PSOE de Felipe González con 85 diputados y al PCE de Carrillo con 61?-.

Ciertamente, no parece que el equipo de Pedro Sánchez haya demostrado disponer de la talla política necesaria para afrontar una situación tan extraordinariamente compleja como la generada con la crisis, pero tampoco es descabellado pensar que el relativo reflujo de Podemos tal vez no se hubiera producido de llevar las riendas del PSOE cualquiera de los apoltronados aparatxiki  que ahora quieren echarle. Y además, hay otro problema. Supongamos que echan a Sánchez y a los suyos. Bien, ya lo han echado ¿y luego qué? ¿Abstenerse en la investidura para que haya gobierno del PP con el apoyo de Ciudadanos? ¿Y las bases? ¿Y el electorado?

Porque el mismo cisma que sacude a la dirección se da también entre la militancia, igualmente heterogénea, y entre el electorado. En este sentido, no cabe duda de que mucho barón autonómico ha conservado su puesto no sólo gracias a su voto cautivo y clientelar, sino también por otro voto más, digámosle, «ideológico» y con componentes emocionales. Y por supuesto, con el apoyo del mismo Podemos que sirvió para auparles al cargo, pero que no lo quieren para Pedro Sánchez. Curioso.

En definitiva, si el color de la dirección federal es el mismo que el de las baronías territoriales, el modelo PSOE puede saltar por los aires, porque sólo con el voto cautivo no basta. Y si gana Pedro Sánchez y la emprende con los taifas, los barones se van con su voto cautivo, no sabemos adónde, pero igualmente representaría una nueva poda de lo más catastrófica en tiempos de carestía. Parece que la cosa ha llegado a unos niveles de enfrentamiento sin posible punto de retorno. Si gana Pedro Sánchez, la batalla será con Podemos por la hegemonía de la izquierda, pero con un sector de electorado que se largará hacia otros pagos más «centristas». Si ganan Susana Díaz y los suyos, será un regalo para Podemos, a poco que los de Iglesias sepan aprovecharlo. Por eso, quizás estemos ante la némesis del PSOE.
Santa Anna regresó a México después de su derrota y cautiverio, ya sin Texas. Fue nuevamente derrotado en la guerra con los EEUU (1846-48), acreditando una incompetencia y una felonía que en cualquier otro país le hubiera costado el pelotón de fusilamiento. Pero siguió gozando de períodos de poder absoluto, siempre amparados en el poder militar. Para entonces, sí, había mantenido la unidad de México, pero en un país reducido a la mitad de su extensión original. Sólo le interesaba el poder, aunque fuera en un país jibarizado. Eso sí, siempre entró a degüello. Algunos deberían tomar nota.

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