No recuerdo en qué película, o
novela, una compañía de actores de teatro ha de representar una obra teatral
ante un público de garrulos anarquistas. Se trata de una obra de alto contenido
social y con un personaje pérfido donde los haya: el despiadado empresario que maltrata
a los obreros y abusa sexualmente de las obreras. En un momento de la representación,
un grupo de espectadores indignados ante tanta maldad, la emprende con el actor
que está representando al empresario, se levantan de sus asientos y se dirigen
hacia él con la intención de lincharlo allí mismo.
Al percatarse del peligro real
que le amenazaba, el acojonado actor interrumpe su interpretación y prorrumpe
en toda una declaración de principios izquierdistas, manifestando su
repugnancia por el papel que le adjudicaron para interpretar, que él no quería,
pero que eran cosas del guion y todo esto. Con ello consigue calmar al personal
y salvar el pellejo.
Viene esto a cuento del
reciente spot futbolero protagonizado por Carles Puyol, ex jugador del Barça y
de la Selección. Se trataba, al parecer, de publicitar la liga de fútbol
española en China, o algo así, y se le eligió a él por ser, también según parece,
el futbolista vivo más laureado. Empezaba presentándose: “Soy excapitán del Fútbol Club Barcelona. He ganado seis ligas. He
ganado tres Copas de Europa, un Mundial y una Eurocopa. Soy Carles Puyol, soy
español. Soy español, soy Carles Puyol”.
Todo un anatema en los
ambientes del nacional-futbolismo rampante que campea por los pagos catalanes,
porque resulta que Puyol es catalán, y esto se supone que un buen catalán no
debe decirlo, ni siquiera en broma; ni siquiera en un anuncio. Y claro, los
amigos de rasgarse las vestiduras y los celosos inquisidores especializados en
la localización de traidores y renegados a la causa, no han tardado en ponerlo
a caer de un burro y montarle una campaña de linchamiento mediático en toda
regla a través de las redes, señalándolo como traidor y renegado, de botifler, por decirlo en términos suaves.
Como en la obra de marras que
citaba al principio, en la cual un público cenutrio confundió al actor con el
personaje al que interpretaba, la fanatizada
parroquia indepe ha cargado contra el pobre Puyol por haber interpretado
un guion en el que tocaba proclamar su condición de español. Con una diferencia
decisiva: aquí no se trata de un recurso para denunciar la estupidez en una
obra de ficción, sino de manifestarla pura y simplemente en toda su cruda
realidad.
De momento, Puyol no ha hecho
como el pobre actor de teatro y no se ha disculpado, sino que se ha limitado a
decir que imaginaba que el vídeo sólo se vería en China. ¡Pero es que vamos a
ver! ¿quién cojones es nadie para decidir lo que uno se siente o, peor aún,
para recriminarle lo que diga de acuerdo con el guion de un spot publicitario
cuya finalidad era, además, promover la Liga española en China? ¿Y cuál es el problema si se siente español?
La verdad es que me la suda
que Puyol se sienta español, catalán o ciudadano de Pernambuco. Igualmente, mi
interés por el fútbol es más bien tenue. Pero el nazional-futbolismo es
distinto, y una cosa está clara, ciertos fanatismos son un auténtico peligro
social porque viven del enfrentamiento y sólo en la radicalización encuentran
su sustento. Y si la sociedad no reacciona contra ellos, es que está enferma.
Lo gracioso del caso, si es
que una tal manifestación de fanatismo e intolerancia puede considerarse
graciosa, es que esos mismos garrulos que ahora se meten con Puyol, estarían ciscándose
en la pérfida España si el anuncio lo
hubiera realizado, por ejemplo, Iker Casillas. Y ahora mismo estarían
sentenciando concluyentemente «¿Lo veis? Han elegido a uno
del Madrid porque para los españoles los catalanes no cuentan… porque, a ver,
si el que tiene más títulos es Puyol, ¿por qué no lo eligieron para el anuncio?
¿No lo sabéis? ¿No se os ocurre? ¡Pues claro, hombre! porque es catalán y fue
jugador del Barça…»
Es decir, lo mismo, pero
al revés, que el inefable Torrente, en aquella impagable escena cuando, ante la
tumba del Fary poniéndole al corriente de lo sucedido desde su muerte, concluye:
«Y prácticamente nada más, Fary… Bueno,
sí, ganamos el Mundial, pero eran casi todos del Barça, así que no cuenta».
Sólo que, una vez más, Torrente es ficción, aunque tanta gente pugne por
parecérsele, mientras que la ira de los beocios independentistas no lo es,
aunque vivan en ella. ¡Vaya tropa!