Vamos a dejar de lado las
preguntas que unos niños y niñas de diez y once años puedan hacer a un
candidato a la presidencia del gobierno en campaña electoral. Obviaremos
también el, a mi entender, obsceno proceder mediático consistente en exhibir a un
niño disfrazado de Pablo Iglesias –con perilla y coleta incluidas-, es decir, caracterizado
a la manera del bombero torero y la banda del empastre, puesto como parodia de
adulto para solaz de éstos. Un espectáculo digno de la peor América y sus concursos
de modelos niñas. Un claro síntoma, no de infantilismo –los niños no tienen la
culpa-, sino de la inmadurez de nuestra sociedad, por decirlo benévolamente.
La noticia entre tanto esperpento
es que Pablo Iglesias se ha comprometido a acabar con los deberes en Primaria. Muy
bien, y el que diga que no, ya sabemos: un facha retrógrado. El programa
educativo de Podemos siempre fue un truño, cierto, pero lo de la prohibición de
los deberes ya es de juzgado de guardia, o de fiscalía de menores. Entre otras
razones porque el profesor universitario Pablo Iglesias, experto en asuntos sociales y de desigualdad, debería saber que de
prosperar tal medida, los más perjudicados serán los pobres y desamparados a
los que tanto dice defender.
Si claro, si a mí me hubieran
preguntado a los 11 años si quería que hubiera deberes, hubiera contestado sin
reservas que no. Y lo seguiría contestando si tuviera 11 años. La estupidez es
que venga el adulto y los prohíba para darme gusto.
Así se supone que nuestros
niños serán más felices al ahorrarse la amargura y la indudable violentación de
la voluntad que supone tener que hacer deberes. Hasta que se hagan adultos y ni
puedan entender la estafa de que han sido objeto. Una cruel frivolidad. Tendrán
acaso mucho espíritu crítico, pero nada que criticar.
Hablando de frivolidades, de
espíritu crítico, y haciendo gala de un sentido de la perspectiva del que parece carecer Pablo
Iglesias, decía Manuel Azaña evocando sus años de alumno, sus años de instrucción,:
“Quien
posea menos humanidad que espíritu crítico, fallará adversamente si el primer
encuentro de un mozo con lo grave
y lo
serio de la vida se diluye en frívolos devaneos de colegio.
Tal
sucede en mi narración. Trazándola pensaba yo haber elegido
un tema
personal, de suerte que en vez de relegar al ocaso de
la
profesión literaria el componer mis memorias habría empezado
(si empezar
es esto) por escribirlas.
(Manuel Azaña, “El jardín de los frailes” (1921)
Más
adelante, en la obra, Azaña no describe cómo funcionaba una educación destinada
más a combatir la modernidad que a enseñar contenidos positivos (estudió con
los agustinos del Escorial); reaccionaria en su sentido más originario, de
reacción contra algo. Y cómo se les enseñaba a refutar a Kant en cinco minutos,
o a Hegel. Hoy no hace falta que nadie se moleste en ello. El mismo Iglesias igual
nos larga cualquier día en un debate de estos que Azaña fue «también» el autor
de “La rebelión de las masas”. Y se queda tan pancho… Como con la "Ética de la Razón Pura" (sic) de un tal Kant.
Azaña
llegaba a la conclusión, desde su propio, ahí sí, espíritu crítico amparado en
su humanidad, en su formación, que era necesario arrebatarle a la Iglesia el poder que detentaba
si se quería afrontar la necesaria reforma de la instrucción en España,
ineludible primer paso para la regeneración del país.
En
esto no sólo no han cambiado la cosa, sino que hasta ha empeorado. Ya no
son sólo las cabezas tonsuradas –ahora sí, en expresión del autor de «La
rebelión de las masas»- y sus refutaciones en cinco minutos de Kant, sino
también esa otra iglesia laica de pusilánimes y resentidos que, igual que
Millán Astray debió sentirse, como lisiado, muy reconfortado con una guerra que
le igualó a tantos, se afanan en extender la mediocridad para que así la suya
pase desapercibida.
Pero, querido Pablemos, sin deberes… ¿Hay derechos?
Tres cosas para llorar, Xavier:
ResponElimina-La facilidad con que todos los partidos políticos hacen demagogia con la educación y aplauden cualquier ocurrencia por absurda que sea.
-Su desconocimiento de los problemas reales de la enseñanza y la pobreza de todas las propuestas de los partidos en materia educativa.
-La sensación de que, gane quien gane, esto no va a mejorar.