Al final, parece que Mas se ha
salido con la suya. Junqueras ha tragado y ERC se aviene a concurrir en una
lista común con Mas y CDC. La presión escénica ejercida desde todas las instancias
del poder convergente ha acabado doblegando al «masover» díscolo y lo ha
situado en el lugar que el diseño del belén nacionalista le tenía reservado
desde un primer momento: mamporrero mayor de la corte artúrica. La verdad es
que el pobre tampoco es que dé para mucho más.
No será la lista del «president», ni la de «sin políticos en
activo» que también se había barajado desde los entornos independentistas. Como
mínimo en la segunda, está claro que nunca creyó nadie en su sano juicio, aunque
es difícil establecer quién está en su sano juicio ante el despropósito que se
está gestando. Sólo se lo creyeron acaso Junqueras y las CUP. Para Mas fue el
penúltimo conejo sacado de la chistera para abducir a ERC, y consigue con ello
lo que sin duda era su intención originaria desde el mismo momento en que,
después de convocar elecciones anticipadas, perdiera doce diputados que migraron
casi íntegramente a ERC.
Porque a Mas nunca le interesó
incluir a las CUP, a quienes considera unos porreros peludos y descerebrados
cuya única funcionalidad es, muy a su pesar, sumar sus votos a la declaración
de independencia cuando él la proponga –entre seis y ocho meses después de las
elecciones, según parece- y luego ya les arreglará las cuentas. No, lo que a
Mas le interesaba era precisamente lo que acaba de conseguir, y con ello mata
dos pájaros de un tiro: pone bajo su control a ERC y, con ello, a toda la
derecha nacionalista. A la vez que prescinde de la carga de corruptelas que las
siglas de CDC arrastran. Prescinde de las siglas del partido, claro, pero no de
su gente; ni, por supuesto, de él mismo.
Cierto que los aspectos
circenses siguen presentes en esta coalición, pero es puro teatrillo. Del malo,
pero teatrillo. Veamos si no. Mas no encabezará la lista, sino que irá de
número cuatro – con Junqueras de cinco-. Los tres primeros puestos serán para
sendos «independientes» que entre ambos designarán. Gente de confianza. Y que
nadie se preocupe: ya está acordado que el investido como presidente será don
Arturo, si ganan las elecciones, lo cual dan por hecho. Y luego, en sexto y
séptimo lugar, un par más de «independientes» con los que deben tener algún
compromiso y que reclaman su lugar en el Sol. No cuesta mucho adivinar quiénes
serán estos «independientes» e «independientes»; está cantado. A partir del octavo
puesto, reparto al 60 y 40% entre CDC y ERC.
Y en estas condiciones, sí
habrá elecciones el 27-S en Cataluña. A menos que no haya algún problema de
última hora, lo cual nunca es descartable, el belén ya está montado.
Y el circo también. A partir
de ahora, el bombardeo mediático abundará todavía más en está Cataluña tan onfálicamente
volcada sobre sí misma. No habrá reparo en el derroche de medios para ello, con
la finalidad de llegar a un 11-S enfervorizado y en clamor de multitudes, cuya
solución de continuidad serán las elecciones previstas para dieciséis días
después. Y entonces será la hora de la verdad. A partir de ahí, la
incertidumbre.
Pero el contexto no ha cambiado. El independentismo sigue internacionalmente ninguneado y nada
augura que la declaración unilateral de independencia fuera a tener el menor
reconocimiento o apoyo exterior. Más bien todo lo contrario. Tampoco su fuerza ha aumentado, más bien al
contrario, y jamás ganaría un referéndum. Las alforjas para el gran éxodo hacia la independencia parecen más bien vacías. Y el entusiasmo independentista, que ahora arreciará, más bien responde a que lleva más de tres o cuatro años cociéndose
en sus propias ficciones. El peligro es que las ficciones pueden tener
consecuencias reales; unas consecuencias que no se pueden calibrar desde
constructos ficticios. Por esto decía antes lo de la incertidumbre; porque me
temo que van a ir a por todas. Ojalá me equivoque.
Esto es un esperpento, Xavier, pero un esperpento que asusta un poco, como tú señalas en las últimas líneas de tu artículo, porque el diablo tiene cara de conejo y no sería la primera vez que una charlotada trae consecuencias graves. ¿Qué pretende Mas con esos tres mascarones de proa (Romeva, Forcadell, Casals) que ha puesto, a quién cree que engaña? El independentismo catalán ha perdido el sentido del ridículo; espero que, si de verdad hay elecciones y sacan un resultado que les anime a hacerse alguna ilusión, no quieran seguir por este demencial camino de órdagos en el que se empeñan, porque la cosa pude acabar muy mal.
ResponEliminaEl nacionalismo siempre ha tenido un punto esperpéntico. Y me refiero también al español.
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