Que una cosa es ser feo y
otra muy distinta es ser tonto. Y a Mordred Junqueras no le ha gustado el
viático que, como bufón del nuevo Camelot, le había deparado el rey Arturo en
su mayestático camino hacia el Grial de la independencia. Hasta a la Marine Le
Pen con barretina, ahora furiosa con Mordred, le correspondían más altos
menesteres áulicos: iba a ser Morgana. Y a falta de Lancelots y Tristanes, pues
a promocionar «tristones» caballeretes, sumisos y domeñados según los designios
de Merlín, hoy recluido en un pino de tres ramas por la dama del lago de la
tierra entre montañas, a causa de su desmesurada afición por el oro del Llobregat.
Y ahora hablando en serio. Lo
de Junqueras ayer fue muy bueno. De verdad. Por un lado, se sacó de encima de
un plumazo la presión a que estaba siendo sometido por todo el aparato
propagandístico del régimen artúrico y de sus propias bases, felones y
desertores incluidos. Por el otro, lo hizo apelando a los más espurios valores
de ERC; aquellos de los que sólo tiran en casos de extrema emergencia –como el
PSOE acordándose que es de izquierdas y preguntándole a PODEMOS por su
ideología-. Es decir, cuando han de diferenciar su independentismo del de CDC.
Que puedan ser más falsos que un duro sevillano no tiene la menor importancia
para lo que estamos dilucidando aquí. Es posible que Junqueras hasta se lo
crea.
Frente al identitarismo de
Mas, Junqueras apeló ayer con juicio a una tradición impostada que, como
siempre en estos casos, tiene parte de verdad y parte de mentira. Reivindicó un
independentismo cosmopolita y abierto, inclusivo e integrador, de la ciudadanía.
Proclamó la necesidad de una mayoría social y política amplia, no circunscrita
a un ámbito estrictamente lingüístico –afirmó que han de caber en la futura República
Catalana aquellos cuyas fronteras emocionales sean las de todos los países
hispano hablantes-. Asumió que la independencia ha de ser para que las futuras
generaciones vivan mejor, en un país más libre y democrático, lo cual le llevó
de abjurar de las corruptelas de Camelot: no es para eso que se quiere la
independencia, vino a decir. A buen entendedor...
En resumen, de no ser por las
recurrentes alusiones a la independencia, su discurso bien podría ser el de
cualquier español regeneracionista del XIX y parte del XX, federalista, republicano,
laico, socializante… Al menos formalmente, Junqueras se desmarcó del integrismo
espiritualista artúrico y estableció claras diferencias entre su
independentismo y el sobrevenido del otro. Por todo eso, concluyó,
independencia sí, y juntos también hacia ella, pero separados. O sea, al
asunto, de listas únicas en comunión artúrica, rien de rien, o si quieres arroz Catalina, que viene a ser lo mismo. Y
que cada palo aguante su vela.
Ya digo, no sé si se lo cree
de verdad, puede que sí. Pero en cualquier caso, una cosa sería él y otra el
partido al que representa y sus bases. Y aunque a diferencia de la secular
tradición en los dirigentes de ERC desde la transición, Junqueras no es ni
exseminarista, ni cura desconsagrado, ni verdulera, tengo para mí que ayer,
puede que no subjetivamente, pero sí objetivamente, actuó como un cura. Es
decir, dijo lo que no pensaba mientras pensaba lo que no decía.
Porque aun admitiendo un
independentismo «objetivo», al margen de sentimentalismos, identitarismos e intereses
inconfesables, lo cual es mucho admitir como «posibilidad» -difícilmente
superaría la fase teórica-, no se entiende entonces a qué viene tanta urgencia
por la independencia, en lugar de
confluir con otras formaciones allende Cataluña, y en la propia Cataluña, que
estarían defendiendo posiciones similares. Porque desde la objetividad, no sirve aquello de que "llevamos trescientos años esperando". Cierto, podría admitirse que tales
argumentos «objetivos» avalaran la independencia de Cataluña de ser cierta la
composición de lugar que la propia ERC plantea como escenario –un país ocupado,
lingüísticamente oprimido, económicamente esquilmado y claramente diferenciado
por su vocación de modernidad frente a la contumacia ultramontana del resto…
Pero esto no es así, o no es, en todo caso, exactamente así. Y que la secular
torpeza de los gobiernos españoles con respecto a estos temas sea digna de
figurar en una antología del despropósito político no es, en función del propio
planteamiento, una razón que lleve a optar por la independencia, menos aún a
cortísimo plazo como la que, por otro lado, plantea.
Porque su llamada a la
necesidad de una mayoría social y política amplia para llegar a la
independencia, encomiable en sí y difícilmente objetable, no casa muy bien con
otras afirmaciones suyas según las cuales con 68 diputados –la mitad más uno
del Parlamento catalán- proclamaría unilateralmente la independencia. 68 diputados se pueden obtener con entre un 35% y un 40% de los votantes, según el caso. ¿Es eso una mayoría amplia? ¿En qué
quedamos?
Porque su apelación a la condición
de izquierdas del movimiento que reivindica, choca frontalmente con las
políticas que, o bien siguió su formación cuando estuvo gobernando con el
tripartito, o bien ha tolerado, auspiciado y permitido con su reciente apoyo a
CIU: privatizaciones en sanidad, educación, adjudicaciones públicas… Y eso sin
recordar sus propias declaraciones, de acuerdo con las cuales la política
económica de «izquierdas» que postulaba estaba en la línea de Frau Merkel en Alemania. ¿Esto cómo se
come?
Y porque, last but not least, la repugnancia que dice sentir por la
corrupción sistémica de CIU, no sólo no acaba de cuadrar con los escenarios
favorecedores de tales prácticas que la propia ERC ha auspiciado allí dónde ha tenido capacidad de gobierno,
como la endogamia clientelista y el masoverismo
–en Educación y Administraciones públicas, o en TV3, sin ir más lejos-, sino que
choca abiertamente con la sordina puesta a los desvaríos de sus propias
corruptelas internas, desde adjudicaciones arbitrarias a señoras esposas de exconsejeros,
hasta alguno de éstos que sigue en la cárcel por contrabandista conchabado, por
cierto, con dos guardias civiles –españoles, claro-. Hay más casos, pero
transijamos en que fueron el resultado de prácticas inescrupulosas por parte
de gente que se aprovechó del cargo, casos aislados, nada sistémico. Bien. Pero ante
tanta pureza como la exhibida, uno echa de menos el aquelarre de la catarsis
contra sus propios tunos. Que no se produjo.
Así que, un discurso muy
bonito, y sin papeles, lo cual es de agradecer y reconocer. Si me lo pudiera
creer, lo compraba. Pero no, quizás sea que uno se ha vuelto muy descreído, y
como en el refrán, obras son amores y no buenas razones.
En las leyendas artúricas,
Mordred era al principio hermanastro de Arturo. Luego pasó a ser su hijo
ilegítimo, habido del incesto con Morgana, que se transfiguró adoptando la
forma de Ginebra engañando al pobre Arturo. También podría haber ido la cosa en
sentido inverso. De hijo ilegítimo a hermanastro. Un hermanastro que no acepta
el papel de segundón que los designios de Arturo le reservaban. De momento, lo único que está claro es que Arturo tiene un gravísimo problema: Mordred, Sir Mordred, no traga.
Brillante análisis, Xavier. Pero pronto no hará falta recurrir al ciclo artúrico ni a ninguna mitología forastera.
ResponEliminaDice wikipedia sobre la Materia de Bretaña: "Comúnmente, se cree que esta historia legendaria fue creada para que sirviera de base para el patriotismo mitológico de la isla". Así como Virgilio escribió la Eneida para mayor gloria de Roma y su patrón Octavio Augusto, se está escribiendo en nuestro tiempo una Materia de Catalunya, ciclo de aventuras oníricas y tan veraces como las del barón Munchausen, de todo ilustre de tiempos remotos al que los aedas del régimen han decidido conceder la nacionalidad catalana: Colón, Erasmo, Cervantes, etc.
Efectivamente, mi querido Bacon. El "historiador" Geoffrey de Monmouth escribió, por encargo de Enrique II, una historia regium britanniae que remontaba la corona inglesa a un nieto de Eneas, y en cuya saga aparecían entre otros, el rey Lear y el rey Arturo. En este mismo tiempo, siglo XII, y bajo el mismo Enrique II, se descubrieron "casualmente" las tumbas de Arturo y Ginebra en la abadía de Glastonbury. Hoy en día, en Inglaterra, sigue existiendo una sociedad llamada "Camelot research comittee". Algo así como el "Institut de la nova historia" o los negacionistas norteamericanos.
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