Hubo un tiempo, lo prometo,
en que volviendo de ciertos países uno tenía la sensación de que estaba de
nuevo en el primer mundo al regresar a España. Una sensación pasajera, un
espejismo, sí, porque bastaban unos pocos días para caer en la cuenta del error.
Hoy ya ni eso...
Acabamos de saber que los
protocolos que se utilizan en Sierra Leona con los pacientes susceptibles de
estar contaminados de Ébola no sólo son muchísimo más rigurosos que los
españoles, sino que aquí ni siquiera los más relajados se cumplen. Nadie vio
ni grabó a Teresa Romero quitándose el traje; y el protocolo exigía ambas
cosas. Una vez fuera del hospital, la única encargada de velar por su salud era
ella misma; nada, ni el menor control externo. Y cuando ante unos síntomas de
alarma actúa, desde su propio hospital le indican que vaya al de Alcorcón
porque "le caía más cerca".
Y uno, claro, tendería a
pensar que se las está habiendo con incompetentes y tontos de baba... Pero no
es así, o no tiene por qué serlo. No soy nadie para valorar profesionalmente a
Teresa Romero, pero sí puedo decir que era desde un primer momento quien se la
iba a cargar cuando el sistema fallara. El problema es el eslabón que ocupa en
un sistema urdido no para llevar a cabo las supuestas funciones que tiene
asignadas, sino otras. Por eso es indistinto cuál sea su nivel de competencia
profesional, porque cuando el sistema no funciona, lo de menos es que uno sea competente o no. Es irrelevante.
Luego, en un acto propio de macarra
de la más baja estofa, va el consejero madrileño de sanidad, Javier Rodríguez,
y nos dice que acaso, tal vez, pudiera ser que Teresa Romero hubiera engañado a
los médicos que la atendieron en Alcorcón. Que a él no le consta, pero que
podría ser y lo dice de "cosecha propia", tal cual... ¿Será cabrón?
Intoxicad, intoxicad, que
algo queda... Vamos a ver ¿No puede la máxima autoridad sanitaria madrileña
saber si los médicos que la atendieron fueron "engañados" o no y, por
lo tanto, si su afirmación es una insinuación o una difamación nauseabunda? Pues
bien, con el mismo fundamento epistemológico que él cuando insinúa que la
auxiliar pudo mentirles a los médicos, puedo yo afirmar que, aunque no lo sepa,
pero lo digo de cosecha propia, como él, pudiera ser que el Sr. Rodríguez sea
un ser despreciable, indigno e inmoral. Un indeseable.
O como el otro que dice que
"quizás" se tocó la cara con la mano contaminada al quitarse el traje
y eso la contagió. Siempre "quizás" "tal vez"
"puede". Pero bueno ¿Alguien ha explicado por qué no se grabó a
Teresa Romero mientras se quitaba el traje? ¿O por qué no había otra persona
presente mientras tanto? Porque ambas cosas las marcaba claramente el ya de por sí relajado protocolo... No, de eso
no sabemos nada. Y no digamos ya qué mierda de protocolo médico puede permitir
que alguien que ha estado en contacto con un enfermo de Ébola no esté sujeto al
menor control externo y sólo dependa de sí mismo y de su propio criterio...
Aunque empiezo a sospecharlo: son los pretextos, puestos ahí para que, en caso
precisamente de fallo sistémico, se le pueda cargar el mochuelo al error a o la
incompetencia humana, siempre en el eslabón más débil de la cadena.
La incompetencia
sistémica está concebida para desviar la atención hacia supuestas incompetencias pretextadas de orden inferior,
puestas allí ad hoc, que se presentan
entonces como la tragedia de la fatal irresponsabilidad del factor humano. Pero
no, la incompetencia es sistémica, estructural, constitutiva del sistema, y ni
siquiera la ministra Mato se libra de ser ella misma un peón más en la carrera
del despropósito, aunque, eso sí, saque de él más tajada que otros. Porque aunque
sea legítimo que la Sra. Mato aspire a ser ministra, no es menos cierto que sólo
en un país sistémicamente incompetente puede una incompetente como ella
alcanzar tales responsabilidades. Y eso por no hablar de sus presuntas
corrupciones conyugales ¿Cómo puede alguien afirmar que ignora que en el garaje
de su casa había un Jagguar?
En los casos de
incompetencia sistémica, siempre acaba pagando el pato el último eslabón de la
cadena. Aquí el último eslabón fue el pobre perro Excálibur, y el penúltimo Teresa Romero. Hay que reconocer que el
modelo de adjudicación de culpas por incompetencia pretextada es realmente
taimado, y también que, con demasiada frecuencia, consigue sus objetivos
distorsionadores de la formación de la opinión. La incompetencia sistémica vive
en y del sistema, y se mueve en él como pez en el agua. Es, además, condición
de la posibilidad de que pueda existir la corrupción sistémica. Y allí sí que
con la iglesia hemos topado. Por eso es tan difícil combatirla.
Aunque en principio pueda
parecer que son dos cosas distintas que no tienen nada que ver, lo cierto es
que sólo en un sistema estructural y constitutivamente incompetente puede campar
por sus reales la corrupción, uno de
cuyas últimas revelaciones ha sido el de las tarjetas negras que utilizaban los
miembros del consejo de administración de Caja Madrid, desde Blesa, Rato y
Spottorno, hasta los sindicaleros de UGT y CCOO. La corrupción sistémica, que
es la que tenemos en todos los rincones de España, solo puede desarrollarse
desde una trama de complicidades uno de cuyos requisitos sine qua non es la incompetencia sistémica, porque la primera
presuposición de todas es que no se trata de hacer bien lo que se suponía que
te correspondería hacer, empezando por las funciones propias de tu trabajo,
porque la finalidad es otra y, consecuentemente, el objetico de la función
también y en este nuevo contexto, la capacitación juega un papel secundario e
irrelevante. Como los docentes que todavía se creen que su función es la
transmisión de conocimientos. O los médicos que se han de ir a Europa a
trabajar, mientras aquí, donde se les había formado, se los trae de Sudamérica
con unas homologación de titulaciones que no pueden catalogarse sino de
aberrantes. No, lo que realmente cuenta es otra cosa. Hoy el diario El País
ofrece la impagable relación de todos los gastos de cada uno de estos gañanes.
El juez que metió a Blesa en
la cárcel ha sido inhabilitado. Al pobre Elpidio le ha pasado como a Excálibur,
fue el último de un eslabón en el cual la corrupción se ampara en la
incompetencia. Blesa sigue en la calle ¿Pero qué mierda de país es este?
Espléndido artículo, Xavier. Permíteme que haga extensiva la felicitación a las entradas anteriores. Se están leyendo tantas barbaridades estos días que da gusto encontrar una postura tan brillantemente razonada. Enhorabuena.
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