Si algo está equitativa y
generosamente repartido en este país es sin duda el porcentaje de sinvergüenzas
y de corruptos. Nadie puede quejarse de deficitario. Y todos con unos índices
de competitividad homologables con los de la famosa cueva de Alí-Babá.
En plena eclosión de la
Tangentópolis italiana, hace ya muchos años, el periodista Indro Montanelli se
quejaba amargamente de la incompetencia que iba
incorporada a la corrupción de la clase política. Buen conocedor de la
historia como era, nos recordaba que la corrupción, de una u otra forma, había
existido siempre en Italia como una especie de fatalidad, pero la
característica del momento era precisamente la incompetencia que se añadía
ahora a las seculares corruptelas. El glorioso cónsul Mario de la Roma
republicana se había agenciado muy probablemente en torno a la mitad del fastuoso
botín que aportó de sus campañas en Asia. Y su sobrino Julio César no le fue a
la zaga en las Galias… Corrupción, nos recordaba, la hubo siempre.
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