Desde que, allá por los
inicios de los ochenta, un preclaro ministro, el gran Sancho Rof, nos
ilustrara sobre el agente causante del síndrome tóxico de la colza con la
impagable metáfora de “un bichito que si
cae al suelo, se mata”, el uso grosero del tropo de la metáfora entre los
políticos ha dado para una antología fascinante. Afortunadamente, esto ha
cambiado.
En la mayoría de casos,
invitaban más bien a la chanza, pero una de las más recientes, a cargo de otra
«grande», me inquietó sobremanera. La profirió Alicia Sánchez Camacho, a la sazón
presidenta del PP en Cataluña, cuando, en referencia al proyecto
independentista del Sr. Mas, le espetó que estaba provocando un «choque de
trenes».
Una metáfora trágica que me
inquietó porque, pese a que uno, aun habiendo viajado mucho en tren, ha tenido
hasta ahora la suerte de no verse envuelto en ningún accidente ferroviario, la
imagen que evoca este tipo de siniestro es dantesca. Más,, incluso diría, que la
de un accidente automovilístico, aéreo o náutico.
No sé… el siniestro
automovilístico, aun siendo terriblemente trágico,
puede que lo hayamos acabado viendo como un médico a sus pacientes terminales: algo terrible, pero «normal»
e inevitable. Nos duele por igual, sabemos que ha muerto más gente en
accidentes automovilísticos que en toda la segunda guerra mundial, que hay que
combatirlo y evitarlo; pero de una forma u otra, convivimos con él. No es,
desgraciadamente, algo excepcional. Un accidente ferroviario, un choque de
trenes, en cambio, sí. Los noticiarios nunca empiezan con el detalle de los
accidentes del último fin de semana, a menos que haya habido muchos. Si se
trata de un accidente ferroviario, es la primera noticia.
El accidente aéreo, a su vez
y en lo referente a las víctimas, acostumbra a ser limpio, rápido y definitivo.
Puede que unos instantes de agonía existencial y… se acabó. Otra cosa es el
paisaje que deja, igualmente dantesco, pero aquello ya no es el accidente, sino
su resultado, a partir del cual podemos pensar que reconstruimos lo que
ocurrió, pero lo que tenemos allí delante es un epifenómeno del accidente, no
el accidente. En el caso ferroviario, en cambio, estamos ante el accidente donde
se produjo.
En los accidentes náuticos,
naufragios, con excepciones como el del “Costa Concordia”, acostumbra por regla
general a no quedar nada en el escenario. Y además, es que Doña Alicia apeló
directamente al símil ferroviario. De ahí mi inquietud y desasosiego. Por lo que
evoca y por lo que connota.
Pero el presidente Mas me
tranquilizó ayer con su brillante contrametáfora. Que no nos preocupemos,
porque no se trata de dos trenes –el español y el catalán- que
circulen en dirección contraria por la misma vía. Nada de esto. El tren
catalán, con sus pasajeros a bordo, va por una vía, y el español, por otra,
cada cual en dirección a su correspondiente destino. Y cada día están más
alejados. El choque de trenes es, pues imposible. Vean si no. Y sentí un gran alivio.
¡Menos mal! Pensé… con lo
preocupado que estaba yo. Eso es una metáfora, y no la del “bichito”.
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