A
medida que los acontecimientos se van precipitando en esta vorágine de
propósitos y despropósitos que nos acapara a diario, cada vez está más claro
que el objetivo del independentismo es llegar a dar aquella vuelta de tuerca a
partir de la cual no haya posible retorno; la única estrategia que, a medio
plazo, puede llevar a Cataluña hasta la independencia. Es decir, forzar al
Estado a suspender cautelarmente la autonomía catalana y conseguir, con ello,
un progresivo enrarecimiento de la situación hasta extremos que inviertan el
sentido que, hasta ahora, las cosas parecían llevar. La lógica solución de
continuidad al “procés” que, si no me
equivoco, entrará a partir de ahora en una nueva fase que irá mucho más allá de
las declaraciones de intenciones y de las demostraciones de fuerza más o menos festivas
y testimoniales. No se vislumbra un escenario nada halagüeño, se mire por donde
se mire.
Las recientes declaraciones
de Mas, situándose como 129 presidente de la Generalitat, y recordando que se
trata de una institución anterior a la Constitución son, en este sentido, tan
explícitas como las que esporádicamente han proferido algunos generales
jubilados del ejército español. Las esencias, las patrias, están más allá de la
ley y de la historia. Igualmente explícitas son las afirmaciones de algún
vocero mediático sobre el resultado del referéndum escocés, con un título que
habla por sí mismo: el derecho a decidir a los 65 años, recurriendo a algo tan
vil como que el voto contrario a la independencia tuviera mayor eco entre la
población de más edad, y descalificándola moralmente por ello, frente al
supuesto fervor independentista de los jóvenes escoceses. Inquietante. No es
este exactamente el contenido del artículo, pero basta con el título, es lo que
la mayor parte de la gente lee.
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