Todavía es pronto para
valorar el impacto real que, en toda su dimensión, tendrá el «asunto» Pujol y
las consecuencias que acarreará para Cataluña y para España en general. Pero sí
empiezan a insinuarse reacciones entre los afectados, a ambos lados del Ebro,
que no invitan precisamente a la tranquilidad, por su absoluta falta de
autocrítica y por lo que denominaremos
el «canalleo» que acompaña dicha falta de crítica.
Por un lado, tenemos a un país
sumido en la corrupción sistémica de las más diversas instancias, con recientes
abdicaciones y sin que pase un día en que no aparezca la recurrente noticia del
encausamiento o, excepcionalmente, del ingreso en prisión de algún cargo o excargo político. Ediles,
alcaldes, presidentes de diputación, consejeros y presidentes autonómicos, en
ejercicio o en condición de «ex», que de todo hay, no parece que haya cargo o
institución que se libre. No había hasta ahora, en esto, hecho diferencial
catalán, o al menos eso parecía. Ahora sí, tras la revelación del asunto Pujol.
Para el españolismo
monolítico, rancio y exclusivista, que critica la inmersión lingüística en
catalán de la misma forma que criticaría, como ya criticó, cualquier tímida
introducción de esta lengua, o cuyo problema no son las competencias que pueda
tener Cataluña, cualesquiera que fueran, sino el mero hecho de que las tenga y
exista algo que se llama «Generalitat»,
la cosa está clara. Y, la verdad, no da mucho de sí, más allá de a lo que ya
nos tienen acostumbrados. Y ello porque, más que de anticatalanismo, se trata
de simple anticatalanidad, de acuerdo con la naturaleza de un cierto
españolismo cuya esencia consiste en la negación como condición de la
posibilidad del auto enaltecimiento. En definitiva, particularismo, tan
provinciano como el que denostan y del que se nutren. Dicho en su proyección
práctica, sería aquello de ver la paja en ojo ajeno y no (querer) ver la viga
en el propio. Poco o nada, pues, mínimamente digno de interés puede esperarse
de este lado.
Y algo sospechosamente parecido
parece estar ocurriendo en el lado de acá, sin duda mucho más enfatizado por la
significatividad y posible impacto que pueda tener en la consulta y sus
posibles consecuencias en el contexto del nacionalismo catalán y del avatar
independentista hacia el cual ha derivado. Si para aquéllos, el caso Pujol es
la expresión más prístina del catalanismo y de la catalanidad, para éstos, al
contrario, la cosa se remite a un caso de familia –ojo con la expresión-, en
palabras de Artur Mas, o, rizando el rizo, y en palabras del inefable Junqueras
(ERC), a un mal propio del autonomismo que la independencia barrerá. Así que
aquí no ha pasado nada, se le retiran a Pujol sus sueldos, cargos y prebendas,
y a otra cosa mariposa.
Según eso, todo indica entonces
que un país con una clase política que ha hecho de la corrupción su modelo de
gestión política, fomentando ad nauseam
el amiguismo, el nepotismo y el clientelismo, superará por arte de ensalmo
dichos males desde el mismo momento en que alcance la independencia. Una
independencia que se presenta como talismán y garantía de pureza. Supongo,
claro, que debe estar pensando en los idílicos modelos excoloniales…
La posición y las
declaraciones de Mas son, hasta cierto punto, comprensibles. Está intentando sacudirse
la figura de Pujol para garantizar la supervivencia de un partido que,
últimamente, diríase que si compra un circo le empiezan a crecer los enanos. De
allí lo del asunto de familia, más allá de que sea una auténtica piovra y que los antecedentes de tantos «ilustres»
encausados por corrupción en el mismo partido, y por las más variadas
cuestiones, más bien indiquen que se trataría de un modelo de gestión. Sobre
todo en razón de quién está ahora en la arena esperando a los leones.
Pero especialmente
alarmantes son las declaraciones de Junqueras (ERC), según las cuales la tierra prometida de la independencia dará
al traste con tanta corrupción, porque la culpa es del sistema autonómico. Diríamos
que son pintorescas si no fuera porque se trata del líder de un partido que
amenaza con ser el más votado en las próximas elecciones, pero dado el caso, lo
reitero, alarmantes.
Y son alarmantes no porque,
como es la obligación de todo político, Junqueras intente arrimar el ascua a su
sardina, sino porque sus afirmaciones van más allá de los más relajados límites
de la verosimilitud y entran de lleno en la más delirante de las zafiedades. Y
eso, un profesor universitario de historia como él, debería saberlo. A ello
cabría añadir que en toda la ubicua gestión de gobierno/oposición ejercida por
ERC no hay nada, ni el menor atisbo, de que su modelo de gestión difiera del de
CDC; sólo, en todo caso, que no hayan podido «morder» tanto.
Porque el modelo de gestión
de ERC en sus años de tripartito no se caracterizó precisamente por su
transparencia, sin olvidar, amén de las payasadas que protagonizaron, la
incompetencia que les caracterizó, que también tienen gente imputada y que
un exconseller suyo está en la cárcel
por contrabandista, en complicidad, por cierto, con un guardia civil.
Y porque desde que, más
recientemente, ERC ejerce la inédita y ubicua función de principal partido de
la oposición a la vez que de conciencia del gobierno y su mayor soporte
parlamentario, su acción política se ha caracterizado por la complicidad tácita
con CIU, no sólo por su silencio doloso y su pasividad ante escándalos de
corrupción, sino también, y muy especialmente, por su interesada y activa
colaboración en el desmantelamiento de la Administración pública catalana y su
reconversión en un cortijo bananero en el que ejercen de masovers, según las tesis del flamante eurodiputado Terricabras, que
ya comenté en tres entregas (I, II, III) y sobre las cuales ironicé en su momento. Nada, nada induce a pensar
que ERC iba a modificar el modelo.
De momento, pues, entre
las partes afectadas, de autocrítica, nada de nada… ¡Ah! Por cierto, que triste
papel el de la izquierda. Pero eso ya no es noticia, sino el pan de cada día.
Enhorabuena, Xavier, no solo por esta entrada sino, en general, por el blog. Escribí un comentario, que no debió llegar (y eso que lo hice varias veces), en el valiente artículo sobre Israel. Espero que esto que escribo ahora llegue a buen puerto. Es un placer leer opiniones sobre la cuestión catalana que, pese a provenir de Cataluña, tratan de ser neutrales (digo tratan porque nadie es capaz de serlo en su totalidad), tan acostumbrados como estamos a lanzar la postura propia a la cara del contrario. A seguir así. Y los demás que lo leamos.
ResponElimina