No se puede ser de
izquierdas y nacionalista. Quien diga ser ambas cosas, o no dice lo que sabe, o
no sabe lo que dice. Sin más. En el primer caso, se trataría de un fingimiento
intencionado y consciente, de una impostura calculada; en el segundo,
simplemente de ignorancia. Acaso, en consideración a los confusos tiempos que vivimos, pueda
incorporarse una tercera posibilidad, derivada de la segunda, la
del que le gustaría ser de izquierdas y nacionalista, y decide serlo en un acto
de autoafirmación. Pero la realidad acaba imponiéndose, como en Life of Brian, cuando el travestido,
tras conseguir por fin que sus compañeros le llamen Loretta en lugar de Manolo
y que le reconozcan como mujer, rompe a llorar porque quiere poder quedarse
embarazada/o y la «cruel» naturaleza no se lo permite.
Tal vez la cosa pueda
funcionar a veces, en situaciones dominadas por el fingimiento como categoría constitutiva
y constituyente. Hasta el partido familiar de Jordi Pujol, CDC, reivindicaba en
sus tiempos para sí aquello del socialismo a la sueca. ¿Alguien lo recuerda?
Aunque más bien diría que era una forma desvergonzada de hacerse el sueco
ideológico, lo cierto es que aquí nos encontraríamos con el primer supuesto. Es
decir, el que no dice lo que sabe. En el caso del PSC, en cambio, más bien creo
que nos hallamos ante lo segundo: el que no sabe lo que dice. Enanos
infiltrados aparte, comme il faut!
El PSC se encontró,
prácticamente nada más fundarse, con un
patrimonio que le vino como caído del cielo. Igual que el heredero criado entre
finos pañales cuya fortuna, ni se había trabajado, ni estaba preparado para
gestionar. Fue el resultado de la unión de distintos grupúsculos de amiguetes,
también con ribetes familiares de por medio, sin la menor incidencia social y marcados
por lo que se ha llamado la impronta del «fulanismo». Libreros más o menos
«progres», ex universitarios de ex extrema izquierda sesentayochista de buena
familia, y hasta alguna vieja gloria boxística procedente del POUM de la guerra
civil. A esto se le añadió una minoritaria sección catalana del PSOE, sin
apenas estructura, y el resultado fue el PSC. Se lo dijo Felipe González en
vísperas de las primeras elecciones, vosotros ponéis los cuadros y yo pongo lo
votos.
Se me tachará de
determinista, y tal vez con razón, pero creo que hubo tres factores que
marcaron al PSC desde sus comienzos y lo conformaron en esta inanidad que ha
sido su característica constitutiva desde entonces. Primero, las propias
circunstancias de su fundación, marcadas por una fraseología de izquierda low cost obsesionada por arrebatarle la
hegemonía y los militantes al PSUC. Segundo, el propio colapso del PSUC, que
dejó al PSC como titular único de la izquierda real catalana. Tercero, su
derrota ante Pujol en las primeras elecciones autonómicas.
El resto lo hizo el
inevitable acomodo a una situación en la cual el propio PSC era el Dr. Jeckyll
y Mr. Hyde, pero negando ser lo uno o lo otro. Desde esta perspectiva, su
abducción por el nacionalismo rampante era sólo cuestión de tiempo. Alguien
había diseñado un pesebre catalán en el que tenía que haber una izquierda como
la que acabó siendo el PSC de los tripartitos. El tonto útil. En esto es en lo
que consistió el oasis catalán, en un charco de mediocridad, corrupción y
fingimiento.
Hace muchos años, unos meses
después de que el dictador hubiera cascado felizmente, los grupúsculos que más
tarde constituyeron el PSC merodeaban por la Assemblea de Catalunya, junto al partido familiar de Jordi Pujol y
algunos independentistas ex seminaristas que postulaban el marxismo-leninismo
para los Països Catalans… una
profusión de siglas que, eso sí, estaba a su pesar bajo la égida del PSUC, que
era quien, con el inefable Guti a la
cabeza, controlaba la Assemblea.
Hacia junio o julio del 76, si no recuerdo
mal, se presentó en la Assemblea de
Catalunya una moción para que ésta se declarara a favor de un Estatuto de
Autonomía para el País Valencià.
Todos los partidos y entidades votaron entusiásticamente a favor, excepto el
PSUC, que lo hizo en contra. Fue su derrota más sonada en la Assemblea de Catalunya, y tal vez el principio del fin. Desde la
extrema izquierda hasta la derecha «socialismo a la sueca» pujoliana –por entonces
irrelevante, pero agazapada a la espera de su oportunidad-, todos se cebaron con el PSUC,
arreciando las críticas por su «psucursalismo» -respecto del PCE-,
«descubriendo» que era (euro) comunista y que, en cuanto a tal, no era un
partido de dependencia estrictamente catalana, ergo, no de fiar, etc… Un larguísimo etc. en el
cual se puede rastrear el discurso hoy hegemónico del nacionalismo y sus correas
de transmisión y medios subvencionados afines.
La cosa creó también
problemas internos en el partido, hasta el punto que, supongo que algo
alarmados por el alboroto en el gallinero, la dirección decidió enviar
comisarios a las secciones de los distintos territorios –todavía en
clandestinidad… más o menos tolerada- para explicar la posición del partido en
este contencioso.
A mí me tocó asistir a la
charla admonitoria que impartió el «camarada Roura» -este era su nombre de
guerra- ante unos cuarenta o cincuenta militantes. Un tipo con una pinta de
haber pillado el último barco que salió de Alicante en el 39 que no podía con
ella. Eso fue lo que dijo, más o menos:
Que no le correspondía a
Cataluña decidir si los valencianos debían o no tener un estatuto de autonomía.
Que el partido lo que postulaba desde el punto de vista de la organización
territorial del Estado era la situación anterior a la guerra civil: un estatuto
de autonomía para Cataluña, otro para al País Vasco y, acaso, para Galicia. Que
lo que se estaba propiciando con la profusión de estatutos de autonomía para
cualquier territorio iba a desvirtuar la propia singularidad de los que se
estaban reivindicando para conseguir un equilibrio político en España. Que esto
era una irresponsabilidad política que podríamos todos pagar muy cara, porque
esto sólo llevaría a un café para todos en el cual la derecha haría su agosto,
y que por ello era precisamente la derecha, disfrazada de nacionalismo catalán
o no, y sus aliados objetivos, la extrema izquierda –en la mejor tradición
estalinista- quienes estaban propiciando un descontrol que era completamente
ajeno y contrario a los intereses de la clase obrera. Que tantos estatutos de
autonomía iban a ser un cachondeo y que por eso el partido se había manifestado
en contra.
La verdad, no le faltaba
razón al pobre hombre. Lo que vino luego, ya lo sabemos. Por mi parte, sólo
quería resaltar con este recuerdo personal que lo que fue luego el PSC y, muy
particularmente, sus hoy más destacados miembros soberanistas, estaban ya desde
un primer momento psíquicamente en manos del nacionalismo. Así les fue. A lo
mejor sólo es una mera anécdota, pero a mí me parece que trasciende a la
categoría de ejemplo. De ejemplo, como decíamos al principio, de no saber lo
que se está diciendo, en unos casos, y de no decir lo que se sabe, en otros. Eso
sí, la tercera opción, la de Life of
Brian, para los tontos útiles… mientras sean necesarios.