dilluns, 28 d’abril del 2014
diumenge, 27 d’abril del 2014
EL OCHO PORTUGUÉS
Que Colón fuera o no catalán
es en el fondo un tema anecdótico. Lo que no es anecdótico, en cambio, es lo
que nos cuenta en una entrevista Juan Meléndez, autor del altísimamente
recomendable "De Tales aNewton". Todavía en tercero de carrera, la mayoría de alumnos creen
que en los tiempos de Colón se pensaba que la Tierra era plana y que él era el
único iluminado que defendía su forma esférica. Según esto, claro, la discusión
con los sabios de Salamanca consistió en que, mientras Colón defendía la
posibilidad de navegar hasta lo que hoy es América, los otros se agarraban a la
imposibilidad de tal viaje porque la Tierra era plana, Y no es anecdótico
porque es gravísimo. Gravísimo porque quien piense esto está irremisiblemente
condenado a no entender nada de lo que allí se estaba ventilando.
A mí lo que siempre me ha
interesado de este debate es el enigma que sugiere. Es bastante verosímil que
Colón, siguiendo a Posidonio, considerara la Tierra más pequeña de lo que es en
realidad y que por esto considerara viable el viaje en carabela hasta Cipango y
Katay, y que, por contra, los sabios de Salamanca se basaran en las mediciones
de Eratóstenes, casi idénticas a las actuales, y supieran, en consecuencia, que
tal viaje era imposible. Y no sólo llegar, sino también y muy especialmente,
volver.
Según esto, los que tenían
razón eran los sabios de Salamanca y Colón jamás hubiera regresado de su viaje si
entre Finisterre y Japón no se hubiera topado con América. La «suerte» de Colón
habría sido su error al pensar que la Tierra era más pequeña y, al no ser
así, en el lugar donde podía esperar, más o menos, encontrar Katay, se encontrara
con América. Porque nunca hubiera llegado a Katay.
De todas maneras, hay
algunas cosas que no acaban de cuadrar en el sentido que hay ciertos indicios
que dan a pensar que Colón sabía muy bien la ruta que iba a tomar. Cuando
emprende su primer viaje a las Indias, desciende hasta las Canarias, donde
reposta y aprovecha para estar con su amante, esposa del gobernador de la
Gomera. Que descienda tanto al sur demuestra que sabía muy bien lo que hacía y
que tenía un conocimiento muy claro, como mínimo, del sentido rotatorio de los
vientos en el hemisferio norte. A esto se le ha llamado, considerando el sentido
inverso que seguían en el hemisferio sur, el ocho portugués. En el hemisferio
norte el sentido era el de las agujas del reloj, en el hemisferio sur, el
contrario. Por eso descendió hasta las Canarias, para coger vientos favorables,
y por esto regresó por el norte.
Que Colón tuviera
conocimiento del ocho portugués puede no ser sorprendente si consideramos el
tiempo que pasó allí, aunque no se sepa tampoco muy bien a qué actividades
marinas o de estudio cartográfico se dedicó. También hay que tener en cuenta
que en aquella época, y sobre todo para los portugueses, las cartas náuticas
eran un secreto de estado cuya custodia correspondía exclusivamente al capitán,
sin que ni la oficialidad ni el piloto tuvieran acceso a ellas. Simplemente,
después de realizar sus cálculos, el capitán indicaba el rumbo a seguir al
oficial de guardia, quien a su vez se lo trasmitía al piloto.
Los portugueses llevaban
más de cien años con un proyecto de estado consistente en establecer una ruta
que llevara hasta las Indias orientales por el este, doblando el cabo de Buena
Esperanza. Bajaban hasta Cabo Verde, y de allí se orientaban hacia el sudoeste
para seguir los vientos favorables, describiendo un círculo hasta el Cabo de Buena
Esperanza. La ruta de regreso era inversa, desde Buena Esperanza se bordeaba la
costa africana hasta que, llegados a Cabo Verde, se dirigían hacia el noroeste
y norte, en el sentido de las agujas del reloj, hasta las Azores y, de allí,
hacia el este de regreso a Portugal.
Cuesta pensar que, vista la
ruta y lo cerca que pasaba en ciertos momentos de las costas brasileñas, los
portugueses no tuvieran noticia de ello. Y todavía cuesta más creerlo si
pensamos que, en el tratado de Tordesillas (1498), que reparte las esferas de
influencia castellana y portuguesa en Sudamérica, estos últimos demuestran un
más que notable conocimiento cartográfico del continente americano, sólo seis
años después de que Colon realizara su primer viaje.
Qué sugiere todo esto. Pues
no lo sé, claro, pero tal vez que los portugueses supieran que había un
continente algo más allá al oeste del Atlántico, pero que no les interesara
porque no les servía para nada en sus proyectos de llegar a la India bordeando
el Cabo de Buena Esperanza. Y que acaso Colón tuviera acceso a esta información
privilegiada.
Si esto fuera así, la
adscripción a las mediciones de Posidonio pudiera haber sido un pretexto para
hacer creer que allí estaba Katay. Una cosa está clara, si los portugueses
tenían noticia de un continente y no les interesó, tenía que ser por fuerza
porque sabían que no era Asia, ya que de lo contrario no se hubieran molestado
en seguir bordeando África. Y si los portugueses lo sabían ¿Lo sabía también
Colón?
Ya en su primer viaje, Colón
demuestra que sabía muy bien cómo ir y cómo volver. Otra cosa es que supiera a
dónde iba. Parece ser que él siguió pensando hasta su muerta que Asia tenía que
estar por allí, y que el que estableció que aquello era un nuevo continente fue
Américo Vespucio, del cual tomó su nombre en un acto de cierta injusticia
histórica. Pero entonces ¿Qué era lo que sabían exactamente los portugueses?
Lo más probable es que nunca
lo sepamos.
dimecres, 23 d’abril del 2014
RESUELTO EL ENIGMA DE LA MÁSCARA DE HIERRO
Está bien el método ese que
sugiere Pep Mayolas para llegar a la conclusión según la cual Erasmo era
catalán e hijo de Colón. "Leer entre
líneas", nos dice, y "no
creer según qué". Bien, por algo hay que empezar. He visto la «obra»
hoy en unas cuantas librerías, ubicada ni más ni menos que en la sección de
«Història de Catalunya», donde la había, o simplemente en la de «Historia». Por
lo tanto, el rigor académico se le supone. Y me ha dado envidia. Sí, lo
reconozco. Así que yo también voy a aportar mi granito de arena a la nueva historia.
Y adoptaré el mismo método.
Lo de "leer entre
líneas" no sé, novato como soy en el «método», si consiste en las anotaciones
a mano que autores y lectores acostumbraban a hacer en sus libros cuando el
papel era escaso y los blocs de notas inexistentes, que es de donde proviene la
expresión, o bien habría que entenderlo en el sentido más moderno, que debió
adoptarse cuando tal actividad dejó de practicarse, ya fuera porque la gente
tuviera la libreta al lado, porque no tomara notas o, más probablemente, porque
no leyera. En este segundo sentido he de entender, si es al que se refiere
nuestro «investigador», que consiste en leer lo que no se dice. Es decir, en
echarle imaginación al asunto. Lo dicen los pedabobos modernos, hay que tener
creatividad.
Modestamente, voy a
demostrar por mi parte como, aplicando este método, se puede llegar a desvelar,
ni más ni menos, uno de los más grandes enigmas de la historia. La identidad
del prisionero de la máscara de hierro. Mi hipótesis es que se trataba de Pau
Claris (1586-1641?), el canónigo que, a la sazón, fue presidente de la
Generalitat de Cataluña los primeros dos años de la Guerra dels Segadors (1640-1652). Sigo con mi nuevo método, leer
entre líneas y no creer según qué.
Según la historia oficial
castellano-francesa, Pau Claris murió en 1641. Pero no es cierto. Fue
secuestrado por los jesuitas franceses, al servicio de los jesuitas españoles,
que lo estaban a su vez del conde-duque de Olivares. Para ello, hay que
entender antes la situación que se había creado con el nombramiento de Luis
XIII como conde de Barcelona.
El rey de Francia estaba a
punto de morirse, y la situación que iba a producirse hay que saber leerla entre
líneas. Richelieu, el primer ministro, estaba también achacoso y a punto de
cascarla; el heredero tenía sólo cuatro años. Los jesuitas conspiraban, la guerra contra los Austrias se alargaba, y hacía
falta un hombre de estado que se hiciera cargo de los destinos de Francia. En
realidad, Richelieu se fijó en Claris para sucederle. Pero cuando Olivares se
enteró, puso en marcha los servicios secretos de los jesuitas para impedirlo. Y puso toda la carne en el
asador; España prefirió perder la guerra a que un catalán fuera primer ministro
de Francia (Han pasado cuatrocientos años hasta que otro catalán lo haya
conseguido).
Convencido Richelieu que su
sucesor tenía que ser Pau Claris, éste fue llamado a Francia y, con este
motivo, abandonó Barcelona de viaje a París. Pero al hacer parada y fonda en
una población del Bajo Loira, los sicarios de los jesuitas franceses,
capitaneados por un supuesto guardia con nombre de queso suizo y un tajo en el rostro,
lo secuestraron y nunca más se supo. Richelieu murió poco después, en 1642,
asesinado por los mismos sicarios de los jesuitas, que pusieron en su lugar a
Mazarino.
Todo esto se le ha
escamoteado a la historia, pero hay más. Los únicos que estaban en el secreto
eran el general de los jesuitas, Mazarino y Olivares. ¿Qué hacer con el
secuestrado Pau Claris? Se decidió encerrarlo en la Bastilla con una máscara de
hierro, que llevó hasta su muerte, a los 81 años, en 1667. Para Mazarino se
había convertido en una cuestión de estado. Quemó la documentación -legible
entre líneas- que acreditaba el nombramiento de Claris como primer ministro,
firmado por Luis XIII, precipitó la muerte del rey dándole a ingerir unas
ostras putrefactas que el pobre monarca se zampó convencido de que eran
afrodisíacas y planificó la gran ocultación de la verdad.
Como entre el populacho
corrían rumores, se inventaron varias patrañas con el fin de confundir el buen
natural del pueblo: que si Fouquet, que si un hermano gemelo del rey...
Subterfugios para desviar la atención. La verdad la sabemos gracias a Alejandro
Dumas.
El personaje que aparece en
la primera parte de los tres mosqueteros con el nombre de Rochefort -el de la cicatriz-
era en realidad un espía catalán botifler,
al servicio de Olivares, natural de «Rocafort» de Queral, un
pueblo de Tarragona; de ahí el afrancesamiento de su nombre, transmutado en queso, dándonos así una
pista clarísima. El incidente de la posada en Meüng es, evidentemente, la metáfora
del secuestro.
Pero hay más, mucho más. En
realidad, las revelaciones definitivas las obtenemos en la tercera entrega de
la saga de "Los Tres Mosqueteros", conocida como "El Vizconde de
Bragelonne". Dumas, mulato hijo de
esclava, quiso vengarse del desprecio de sus arrogantes coetáneos desvelando la
verdad, pero eso sí, aunque hubieran pasado doscientos años, seguía siendo un
secreto de estado y tenía que velar por su seguridad. Por eso nos lo describió
en clave. Pero leyendo entre líneas se ve claro.
El nombre de Bragelonne
evoca claramente Barcelona. Basta con invertir el orden de las dos segundas
letras, substituir la "g" (de golfo) por la "c" (de
capullo) y el enigma se desvela en toda su magnitud: Bargelonne, que
evidentemente, es Barcelona. Como es bien sabido, los franceses tienen un
especial afecto por la "g", así que la cosa está clara.
Lo de "vizconde"
es otra pista que nos da Dumas. Está claro que la máxima autoridad catalana era
el "conde" de Barcelona, cuyo título ostentaba el rey de España, pero
Pau Claris, durante la "Guerra dels Segadors", ofreció dicho título
al rey de Francia, por entonces Luis XIII. Si el conde de Barcelona era Luis
XIII, su nuevo primer ministro iba a ser metafóricamente el vizconde. Lo dicho,
sólo hay que leer entre líneas.
En el vizconde de Bragelonne, Dumas escribió dos novelas, la que se lee
en sus, por cierto, innúmeras líneas, y la que se lee «entre» líneas. En una,
la máscara de hierro es el hermano del rey, pero en el propio desarrollo y
desenlace de la trama nos está diciendo que no nos lo creamos. Un individuo que
desde su nacimiento ha estado en la Bastilla con una máscara de hierro no puede
comportarse como un refinado monarca como lo hace cuando Aramis y Porthos pegan
el cambiazo. Eso es lo que nos está diciendo, que leamos entre líneas. Otra
pista, ésta definitiva, Aramis era el general de los jesuitas, estaba en el
secreto, por lo tanto...
Todo esto son conclusiones
obtenidas gracias a la utilización del método consistente, según las aserciones de su inventor,
en leer entre líneas y no creer según qué. Porque hay más, Dumas es una mina:
el conde de Montecristo era en realidad el alter ego del timbaler del Bruc. Y para los escépticos ¿Cómo empieza la novela? ¿Acaso
no es con la descripción del barrio de los catalanes en Marsella? ¿Y me van a
decir que esto es casualidad?
Hay más, mucho más, pero
esperaré a que alguien me subvencione el libro entero, a ver si me gano la vida de
una vez. Porque investigar es costoso, muy costoso. ¿O acaso alguien piensa que
me lo he inventado y no es el resultado de muchos años de arduo trabajo de
investigación contra los que nos quieren escamotear la historia?
Pues eso. Ahí queda el
bodrio. Con perdón.
dilluns, 21 d’abril del 2014
Y AHORA... ¡ERASMO! (Elogio del delirium tremens)
El link está aquí, publicado
en un rotativo reputado de serio(?). La tesis, sin más, es que Erasmo era hijo
de Colón y catalán como su padre. Al principio, uno pensaba que acaso todo esto se inscribía
en la polémica acerca del origen de Colón y su supuesta catalanidad, y que en
este contexto, hubiera tenido un hijo llamado Erasmo... Un «descubrimiento» en
principio sin mayor trascendencia, como hubiera podido llamarse Pepito, Chindasvinto,
Olegario u Oriol... Pero no. Nada de esto. Porque poco después se afirma que el
tal Erasmo escribió ni más ni menos que una obra llamada "Elogio de la
Locura". Efectivamente, lo que me temía. Ese Erasmo es nada menos que
Desiderio Erasmo de Rotterdam, pseudónimo que adoptó Ferran Colom, a la sazón hijo del almirante y «apócrifamente» conocido
también como Hernando Colón. Todavía no me he recuperado del shock traumático
en que me ha sumido la perplejidad resultante de tal revelación... ¡Pasmao, me
he quedao pasmao!
Si Colón era o no catalán es
algo sobre lo que no opino, entre otras razones porque no dispongo de
conocimientos suficientes sobre la materia. Además, todo indica que el propio
Colón intentó correr un tupido velo sobre sus verdaderos orígenes... Sus
razones tendría. Decir, lo que es decir, se ha dicho de todo: genovés, gallego,
portugués, catalán, andaluz... aunque no parece que tal opacidad fuera por
razones geográficas, sino acaso biográficas: judío converso, ex corsario, del
bando perdedor en alguna guerra civil catalana... El italiano no parece ser que
fuera su fuerte -apenas dejó nada escrito en esta lengua- y su castellano era
manifiestamente defectuoso. Se ha discutido sobre si incurría en galleguismos,
portuguesismos o catalanismos, eso sí, nunca italianismos. Menéndez Pidal los
consideró portuguesismos, probablemente debidos a su etapa portuguesa, a la vez que apostó por la tesis de que era descendiente
de judíos catalanes llegados a Génova huyendo de los pogromos de los siglos
XIV y XV en Cataluña.
Ni quito ni pongo rey. Puede
que haya razones para discutir sobre su origen; en cualquier caso se trataría
de un debate que no va más allá de la anécdota. Pero afirmar que su hijo fue
Erasmo, esto no es que sean palabras mayores, es, simplemente, delirium tremens.
Luego, claro, uno se entera
que la «institución» a la que pertenece el «investigador», l'Institut Nova Història, sostiene que Cervantes era catalán y, por
qué no, el Quijote una mala traducción al castellano del original catalán, que
alguien ordenaría quemar para ocultar tan infausto origen... hasta algo le ha
llegado en idénticos términos sobre el lazarillo, Garcilaso... Y ahora, ni más ni menos que
Erasmo. Palabras mayores.
La verdad, no vale la pena
molestarse en rebatir tamaña cantidad de sandeces. Eso sí, como muestra, un
botón del rigor académico del «investigador». Cuando se le pregunta cómo puede
hacer tales afirmaciones sin disponer de una sola prueba, responde sin
inmutarse, impertérrito y textualmente, que "Se trata de leer entre líneas, de no creer según qué".
¡Genial! Erich von Däniken se queda corto a su lado.
Ya sólo falta que nos
digan que «la máscara de hierro» era Pau Claris (¡Vaya idea que acabo de dar!) ¿Cómo
es posible tanta majadería? Lo dicho, delirium
tremens. O charlotada.
DE CARLISMOS Y DE VIAJES
Decía Baroja que el carlismo
se cura viajando... No conocía el turismo de masas. Hoy en día, durante las etapas
vacacionales, barrios enteros se reproducen en el litoral, o en la montaña,
según el modelo del ocio como producto para consumo de masas, con el mismo
esquema que sus originales del resto del año pensados para el negocio. Los
mismos vecinos, ora de piso, ora de apartamento, en primera o décimo sexta línea
de playa, siempre según el patrón original. Y no se cura ni el carlismo ni el
tedio.
Podría objetarse que esto no
es viajar, sino una mera traslación en el espacio inscrita en el marco de una
segmentación del tiempo global con sus correspondientes rutinas incorporadas.
Pero tampoco los viajes, o la mayoría de ellos, son lo que fueron. Porque todo
viaje ha de ser, de entrada, un recorrido del espíritu.
Sí, tal vez hubo un tiempo
en que el carlismo se curaba viajando, o quizá es la impresión que nos ha legado
la literatura. El viaje como transgresión de la rutina, el viaje iniciático, el
viaje como alejamiento, como apertura, como forma de enriquecimiento personal;
hasta como exilio, voluntario o forzoso, como ruptura que marca un antes y un
después. La idea de viaje nos evoca el de Goethe a Italia, o Byron, o
Schopenhauer... pero también los periplos de Ulises, de Edmundo Dantés, de
Fabrizio del Dongo o, cómo no, de Gulliver o de Robinson Crusoe. Pero para que
a alguien realmente se le cure el carlismo con el viaje, era y es
imprescindible que vaya con él algo inherente a su propia condición, una
predisposición natural para incorporar a su acervo personal las vivencias que
el recorrido le ofrezca, una mente abierta y crítica como condición necesaria y
sin la cual todo lo demás es baldío. Y la consciencia de que, en sentido
estricto, los únicos seres con raíces son las plantas.
Como dice mi amigo Ricardo,
que la policía te dé una paliza durante una manifestación puede convertirte en
un héroe, pero no te hace más inteligente. Nada más cierto. De la misma manera,
que cualquier memo haya circunvalado diez veces la Tierra no le convertirá en
un hombre de mundo, sino que seguirá siendo, acaso aún más acentuadamente, un
memo. Porque para que se le cure a uno el carlismo, se requiere una disposición
de espíritu de la cual el memo carece. Mucho me temo que en algunos el carlismo
es curable, en otros no.
Siempre quedará la duda
de si el memo nace o se hace. O también, volviendo a nuestro tema, si el
carlismo es genético o ambiental. Doctores tiene la Iglesia.
diumenge, 20 d’abril del 2014
MIOPÍAS POLÍTICAS COMO FORMAS ADAPTATIVAS
De entre las intervenciones
y los correos recibidos a propósito del post del referéndum, destacaré el de Jorge, no sólo por su siempre lúcido pesimismo, sino también porque recoge un
sentir general que se sintetizaría en la exclamación final: ¡Lástima que la
miopía política de las clase políticas españolas sea incurable!.
Ya dije en cierta ocasión
que si el nacionalismo catalán carece del sentido del humor, el español carece
del de la ironía. Por ello, la autoestima del nacionalismo catalán se resuelve
en auto compasión, de ahí su victimismo constitutivo; la del español, por su
parte, en auto odio, de ahí su arrogancia, también constitutiva. Estas
carencias manifiestas son, por supuesto, la expresión de otras que subyacen
latentes.
Sí, como afirma Jorge, casi
seguro que la miopía de la clase política española es incurable, porque tal
miopía es constitutiva e inherente al modelo de España que se ha construido.
España aparece como nación política con las Cortes de Cádiz. Allí empieza un
proceso al final del cual los legitimistas, los dinásticos y, en general, los
partidarios del viejo orden, se envuelven en la bandera de la nación y en el
nombre de España que, de tanto haber combatido, acabaron apropiándose haciendo
de su capa un sayo.
Este es el gran problema de
España, que de la capa se hizo un sayo. No debemos olvidar que mientras los
Riego y los Torrijos decían ¡Viva España!, sus enemigos gritaban ¡Viva el Rey! Este
proceso culmina con la Restauración, se consolida definitivamente con la guerra
civil y supone el secuestro de la idea de nación política, y su impostación escenificada
por un simulacro grotesco de ella, amplísimamente arraigado por toda la
geografía española. Los descendientes de los que gritaban ¡Viva el Rey!, o lo
pensaban, son los actuales nacionalismos español, vasco y catalán. Sus élites
políticas están hechas a la realidad de un sayo hecho con una capa; para poder
medrar y sobrevivir en este entorno, los políticos necesitan ser miopes. Es un
tema de adaptacionismo darwiniano; de lo
contrario, no podrían sobrevivir en este entorno.
Que con estos mimbres no se pueda hacer un cesto no significa que no sigamos necesitando un cesto.
divendres, 18 d’abril del 2014
EL REFERÉNDUM COMO ÚLTIMA OPORTUNIDAD
La Historia es un saber
idiográfico, y en el plano que les corresponde como derivados de ella, la
Sociología y la Política también... hasta la Economía lo es en gran medida, pese a quien pese.
Cada fenómeno abordado como objeto de conocimiento desde estas disciplinas
tiene unas singularidades propias que lo hacen único e irrepetible. Podemos
establecer el comportamiento de un gas bajo unas determinadas condiciones de
presión y temperatura, pero no podemos saber qué hubiera ocurrido si Julio
César hubiera sobrevivido al atentado que acabó con su vida o si Cataluña
hubiera alcanzado su independencia el 11 de septiembre de 1714.
Tampoco, por las mismas
razones, podemos saber en qué sentido derivará una determinada situación
política. Podemos intuirlo indiciariamente, pero siempre, o en el mejor de los
casos, estaremos a medio camino entre la profecía y la predicción. Esto no es
ciencia. No es mejor ni peor, ni superior ni inferior a otros ámbitos de conocimiento
como puedan ser la Física o la Química; es, simplemente, lo que hay.
Sirva este exordio de
justificación previa a las tesis y juicios que desarrollaré en este artículo.
Ni pretendo estar en la verdad absoluta ni pienso que nadie lo esté, pero
intentaré argumentar por qué considero ineludible la celebración de un
referéndum en Cataluña, por qué pienso que hasta podría contribuir como
revulsivo a la superación de buena parte de los estigmas históricos españoles y,
también, por qué considero que el empecinamiento en rechazar tal referéndum es
un error que todos podemos acabar pagando muy caro.
Hoy
por hoy, el independentismo no es mayoritario en Cataluña, pero sí es
indiscutiblemente hegemónico. A ello hay que añadirle
también una buena parte de la ciudadanía catalana que, sin sentirse
independentista, tampoco se identifica con la idea de españolidad que
tradicionalmente se ha suministrado como antídoto contra el catalanismo en
general. Un sector ciertamente heteróclito, pero que puede coincidir
coyunturalmente con algunos de los argumentos del nacionalismo. Una cosa es el
diagnóstico y otra la terapia. La sincronía con ciertos aspectos del
argumentario independentista no implica que se comparta el ideario. Ignorar
esto, o asociarlo al independentismo, es un error cabal. También hay,
indudablemente, un tercer sector claramente españolista, en el sentido de no
contemplar la posibilidad de secesión bajo ningún concepto. Como en el anterior
grupo, hay también muchos matices, pero esto les uniría.
Es difícil establecer una
estadística fiable de la proporción en que estos tres sectores, con sus, las
más de las veces, difusas fronteras, se distribuirían entre la sociedad
catalana. Máxime si tenemos en cuenta que la mayoría de las encuestas
realizadas con este objeto vienen todas ellas con un sesgo marca de la casa que
los haya pagado. Tampoco las multitudinarias manifestaciones independentistas deberían
dar a entender una mayoría independentista, pero sí un recalentamiento del
sector nacionalista que se desplaza hacia el independentismo explícito. Y eso
sí, con unos niveles de activismo militante que, con los debidos márgenes
estadísticos, dan más bien a pensar que son todos los que están y están todos
los que son.
En las últimas elecciones
generales (2011), los partidos explícitamente independentistas obtuvieron un
total del 35.85% de votos (1.258.508 votantes), con un 66.82% de participación.
Un año después, en las últimas
autonómicas del 2012, y con un (sorprendente) índice de participación de un
69,56%, el total de las formaciones independentistas fue un 47.46% (1.787.656
votantes).
En relación al total del censo
electoral, el voto independentista en las generales del 2011 fue de un 23.42%;
en las autonómicas del 2012, un 33.15%. Contra lo que había sido «normal», hubo
mayor participación en las autonómicas que en las generales, un 69,56% contra
un 63,52%; un 6.04% más.
En apenas un año, el voto
independentista se incrementó en un 7,5%. En cifras se corresponden a un aumento
de más de medio millón de votos. Una cifra nada desdeñable, y que da a pensar,
sin necesidad de darle demasiadas vueltas, que el aumento de participación en el
2012 obedeció a una movilización del independentismo; y también, que las
cohortes generacionales que se incorporan por edad al derecho de voto, lo hacen
masivamente al independentismo. La tendencia está ahí. No es mayoritario, pero
amenaza con serlo en breve.
Tampoco
el auge del independentismo en Cataluña es un fenómeno coyuntural de respuesta
a la crisis económica. No cabe duda alguna que ha
coadyuvado a ello, pero hay razones subyacentes de calado mucho más profundo
que no se pueden entender por la simple coincidencia sincrónica del ascenso del
independentismo con la crisis.
El auge del independentismo es
más bien el resultado de un proceso que, azaroso o meticulosamente calculado,
ha cuajado en «feliz» coincidencia con una crisis que le ha dado si cabe más
pábulo. Pero considerar que la hegemonía del independentismo se debe a la
crisis económica es un error, uno más de tantos que se han cometido a la hora
de desentenderse de Cataluña y de su realidad desde el resto de España.
El
talismán de la propuesta independentista es un referéndum por el «derecho a
decidir» del pueblo catalán. Tal vez fuera inicialmente un farol concebido como
arma de presión por unas élites seguras de su control sobre las correas de
transmisión auspiciadas por ellas mismas. Pero si en algún
momento fue así, ya no lo es. La prueba más fehaciente de ello son los resultados
de las elecciones del 2012. Hoy son dichas correas de transmisión las que marcan
la agenda independentista de un gobierno que, hipotecado a su vez por el primer
partido de la oposición -ubícuamente oposición, socio y conciencia- se ha convertido,
por convicción, por vocación o por estupidez, en rehén de sí mismo.
Por su parte, la propuesta
de un referéndum ha cuajado plenamente entre un sector de población mucho más
amplio que el estrictamente independentista. Las razones de ello son de lo más
variado y van desde la consciencia de las particularidades catalanas con
respecto al resto de España, hasta la estética democratizante de la propuesta.
Así es como se ve entre la mayoría de la población catalana, como un derecho
cuya prohibición se interpreta mayoritariamente como una imposición arbitraria
sin solución de continuidad. Al menos desde este punto de vista, los
independentistas están ganando las batallas ideológica y de la imagen, porque con la propuesta
de referéndum, la patata caliente se sitúa en el tejado del Estado. El problema
está ahí delante, y no querer verlo es contribuir a acrecentarlo.
La percepción que la población de Cataluña tiene en estos momentos de forma mayoritaria, y con independencia de su origen o condición, es que la región más rica de España, la más competitiva y la que mayor proporción de PIB aporta, no está considerada ni tratada como debe; más bien al contrario, aviesamente o negligentemente discriminada. Luego están los recortes del Constitucional al Estatuto -perfectamente instrumentalizados como arma propagandística-, competencias que se le recortaron a Cataluña que sí tienen otras autonomías y, cómo no, el agravio comparativo con vascos y navarros -el pacto fiscal que a Cataluña se le niega-, así como la creciente percepción según la cual si a los vascos se les concedió y a los catalanes no, fue por otro tipo de motivaciones fácilmente detectables. Y todo esto por no hablar de ciertos anti catalanismos viscerales que saltan a la palestra con recurrente regularidad, interpretados por histriones que bien podrían ser topos del independentismo más radical. La diferencia no se notaría. Una imagen según la cual hay quien pertenece a España y hay quien la posee.
No digo que nada de esto sea una verdad objetiva, pero sí afirmo que lo es, con más o menos intensidad, para una buena mayoría de la población de Cataluña. Y esto es un problema muy serio. Porque abona los caladeros independentistas.
Desde
un primer momento, la propuesta de referéndum topó con la tajante negativa de
los poderes del Estado. El principal argumento aducido es de
naturaleza jurídica, el marco legal constitucional no lo permite. La
comparación con el caso del referéndum escocés en la Gran Bretaña, se dice, no
sirve; porque en Gran Bretaña su marco legal lo permite, en España no. Subyacen
a las consideraciones jurídicas, cómo no, otro tipo de valoraciones más subjetivas de lo que nadie está dispuesto a reconocer.
El debate jurídico que se ha
organizado sobre el tema, como todos los de esta naturaleza en España, ha
estado fuertemente ideologizado. Algunos juristas explícitamente
no-independentistas han argüido que sí es posible, los más, que no. Para algunos,
tal referéndum, de convocarse, debería serlo en toda España; para otros, lo que
se debería dilucidar en tal referéndum sería la modificación de la Constitución...
El pasado 8 de abril, el
pleno de Las Cortes rechazó, por abrumadora mayoría, la delegación de la
competencia para organizar consultas a la Generalitat. Los argumentos aducidos
fueron de naturaleza jurídica: el gobierno no tiene esta competencia, ni el
Parlamento, porque para esto haría falta modificar la Constitución. Técnicamente, el debate era éste. Políticamente, se rechazó también de plano tal posibilidad.
Desde el punto de vista
legal, probablemente sea así. Pero el problema no es legal, sino político. Nos
estamos enfrentando a un hecho no previsto en la Constitución. Luego, o no
sirve la Constitución, o no sirve el hecho. Se optó por lo segundo.
Podría parecer que la patata
caliente ha vuelto al tejado de los independentistas. Mientras el gobierno de
la Generalitat insiste en que buscará
la manera de convocar legalmente el referéndum y, en caso de que no fuera
posible, convocaría elecciones «plebiscitarias» sin más precisiones, sus
correas de transmisión insisten en la convocatoria del referéndum el 9 de
noviembre y anuncian la proclamación unilateral de independencia para el 23 de
abril de 2015. Proclamación para la cual bastaría la mayoría simple en votación
del Parlamento catalán.
Por su parte, desde las
correas de transmisión del «otro lado», empiezan a aparecer jeremíacos informes sobre las
nefastas consecuencias que la independencia tendría para la economía catalana, su
salida de la UE, del euro y de los
aciagos días que nos aguardan tras la independencia. A la vez, también desde instancias más o menos paragubernamentales (pág. 35), se alerta, junto a las consecuencias económicas, de los
mecanismos legales al caso para impedir tal despropósito, concebidos como hipótesis de trabajo, cuya versión más
extrema sería la suspensión de la autonomía catalana, la ilegalización de los
partidos que hubieran apoyado la iniciativa y la encarcelación de sus líderes. O
sea, la Guardia Civil y, caso de resultar necesario, los tanques.
Vaya por delante que, en mi opinión,
esta última opción sería la mejor manera de asegurar la independencia de
Cataluña en un plazo máximo de cuatro o cinco años, y que por lo tanto, sería
el peor de los errores que el gobierno podría cometer. Pero vayamos por pasos.
No creo que la patata
caliente esté precisamente ahora en el tejado independentista, sino en el del
gobierno, o si se prefiere, del Estado. Y ello fundamentalmente en razón de la
asimetría que se da en un desafío de este tipo entre los dos bandos en litigio.
Porque uno de los lados es el Estado de derecho... Aunque sólo fuera por este
«pequeño» detalle, la patata caliente sigue en el tejado del gobierno, que es
quien tendrá que mover ficha sino quiere seguir a expensas de las iniciativas
del contrario.
El Estado puede ciertamente
mandar al ejército en caso de declaración unilateral de independencia, y hasta
podría ser que fuera legal desde el punto de vista estrictamente constitucional,
pero su legitimidad moral quedaría tan irremediablemente dañada que, a la par
que alimentaría a los sectores más duros e intransigentes del nacionalismo
español, mucho me temo que al cabo de muy poco tiempo tal acción se le
revolvería en contra como un boomerang. Parece, en cualquier caso, mucho más
prudente e inteligente evitar que tal situación llegue a producirse.
Y para evitarlo lo tiene
todo en su mano, sólo se le requiere inteligencia política. Tomando la iniciativa,
cortando de cuajo el nudo gordiano y convocando el referéndum, el Estado, no la
Generalitat, realizando previamente los cambios legales que se ajusten al
problema que plantean los hechos, que para esto es para lo que está la
legalidad. Por ahora, el gobierno se está limitando a decir que no. El problema es que si no hay referéndum, cualquier escenario es posible. Si lo hubiere, en cambio,
no.
Ante los inciertos e indeseables escenarios
que se abren, lo más sensato sería evitar que se produzcan las situaciones que los
puedan hacer posibles. Y para ello, tal como están las cosas, no veo otra
alternativa que la convocatoria del referéndum por parte del Estado; un
referéndum que debería gestionar y llevar a cabo el propio Estado, con todas
las garantías legales de rigor. Unas garantías que no se darían en un
plebiscito convocado por la Generalitat y, menos aún, si irrumpiera la Guardia
Civil a requisar las urnas.
Con esta medida, el Estado tomaría
la iniciativa por partida doble. Por un lado, la patata caliente se quedaba
definitivamente del lado independentista, porque la legalidad de tal
convocatoria sería indiscutible y porque, constitucionalmente, es al Estado a
quien le correspondería organizarla porque cuestión de Estado es. Por el otro
lado, la batalla de la imagen tomaría un giro inesperado porque, entre otras
cosas, los sectores más recalcitrantes del independentismo le negarían al
estado la potestad de organizar el referéndum en Cataluña, pero no podrían
impedirlo y, de oponerse, quedarían desacreditados ante la inmensa mayoría de
la población, catalana y española. La imagen peyorativa de una cierta España
que, con fundamento o sin él, goza de gran arraigo, quedaría redimida, y la
intolerancia y el fanatismo de algunos, quedarían a su vez en evidencia. Y el
cambio de actitud de muchos, me atrevo a asegurar que también.
La convocatoria no tiene por
qué ser inmediata, pero su anuncio sí. Cada día que pasa se está perdiendo un
tiempo precioso. Si hay que cambiar la Constitución, pues se cambia. Sólo se
requiere un pacto de estado por parte de agentes que estén a la altura del
mismo. El anuncio por parte del Estado le sitúa, además, en posición legítima
para establecer las reglas del juego. Debería convocarse en un plazo de entre
dos y dos años y medio -algo parecido a como lo gestaron los gobiernos
británico y escocés-, y durante este periodo, las distintas partes tendrían la
oportunidad de explicar sus posiciones y las consecuencias de cada una de las
opciones. Entonces sí tendría sentido explicar si a la economía catalana le iba
a ir bien o mal, qué pasaría con la deuda, qué modelo de sociedad proponen los distintos grupos
independentistas y, desde luego, acotar ciertos aspectos que hasta ahora se han
tratado con una ligereza más que preocupante.
El primero son los términos
de la pregunta del referéndum. La fórmula planteada por la Generalitat no es
que sea confusa, sino manifiestamente tramposa. Nada de subterfugios. La
pregunta ha de ser clara y diáfana, sin dobleces ni repliegues: ¿QUIERE USTED UNA CATALUÑA INDEPENDIENTE, "SÍ"
O "NO"? Sin más.
También contribuiría a
establecer los términos y las mayorías. Un referéndum para decidir la
independencia no es una cosa que se pueda hacer cada día, y es una decisión de gran
trascendencia que no sólo ocupa a las actuales generaciones, sino también a las
venideras. Una simple mayoría del 50,01% contra el 49,99% no es suficiente para
una decisión como ésta, se mire como se quiera. Igualmente, la participación no
es tampoco un tema baladí. Se podría establecer un requisito mínimo de
participación de dos tercios del electorado (66%) y el voto afirmativo de las
tres quintas partes (60%) para que la decisión fuera válida y vinculante.
Nadie en sus cabales podría
oponerse a términos tan razonables de tiempo -para informarse y reflexionar-,
de participación -dada la envergadura del tema- y de decisión -por idénticas
razones-. Los Estados fuertes de verdad son precisamente los que no precisan
recurrir al uso de la fuerza contra sus propios ciudadanos, ni temen timorata o
furibundamente que, a las primeras de cambio, éstos les den puerta.
La gran pregunta es si
España será capaz de esto. El hecho es que es ineludible que lo sea. No sé si
es demasiado pedir, pero es la última oportunidad; la última oportunidad de
España, no de Cataluña.
¡HASTA SIEMPRE GABO!
Me quedaré con los cien años
de soledad que no has conseguido alcanzar. Con el gitano Melquíades que buscaba
el daguerrotipo de Dios; con los Arcadios y los Aurelianos, buscando saber qué buscaban; con las Eréndiras y
las Isabelas, que sabían que nunca lo iban a encontrar; con el enriquecimiento que me supuso la lectura de tu obra. Con
todo ello y con tu mejor frase:
LAS
ESPECIES CONDENADAS A CIEN AÑOS DE SOLEDAD NO TIENEN UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD SOBRE
LA FAZ DE LA TIERRA
dimecres, 16 d’abril del 2014
DEL SOLIPSISMO POLÍTICO O EL IDENTITARISMO COMO FASE SUPERIOR DEL COSMOPOLITISMO
Increíble, pero cierto. El informe elaborado por el Consell Assesor per a la Transició Nacional sigue impertérrito en sus trece, y contra toda
evidencia, en lo tocante a la permanencia de la futura Cataluña
independiente en la UE y en la zona euro. La verdad, más allá del clamoroso
ridículo en que se está incurriendo, uno empieza a pensar que el problema no es
tanto la mediocridad, sino un problema
si cabe de mayor envergadura: un problema de solipsismo político.
Hace apenas dos días le
preguntaba retóricamente al Sr. Mas por algunas de mis dudas respecto al
proceso hacia la independencia, y muy especialmente por el día después. Unas preguntas que, pienso con toda franqueza, cualquier persona en sus cabales debería plantearse. Casi
simultáneamente aparecía el informe, así que, también retóricamente,
tengo ya una contestación que no responde a
ninguna de mis preguntas.
Un informe que
destaca mayormente por su trivialidad intelectual, su ninguneo de la realidad y
cuya lectura induce a pensar que sus autores se sienten más a gusto solazándose en la jerigonza que en el riguroso
análisis que la situación se supone que requiere de ellos. Porque jerigonza es afirmar
que cuando los líderes europeos declaran una y otra vez que Cataluña quedaría
fuera de la UE y de la zona euro, lo están haciendo a título de opiniones
personales, no como portavoces de la entidad en nombre de la cual están
hablando.
Vamos a ver. Eso podría
valer para Almunia atendiendo a su condición de conspicuo español «jacobino»,
pero no para todo el resto de los que en este mismo sentido se han manifestado.
La respuesta de la UE al informe no se ha hecho esperar, y ha sido un
nuevo aldabonazo del cual, por otra parte, sus receptores no parecen haberse
dado por enterados... ¿Hasta cuándo?
Insisto en lo ya dicho en
estas páginas con anterioridad. La aspiración a la independencia de una parte
de la población, y que ésta se resuelva a partir de un referéndum en condiciones, me parece
legítima. Y desde luego, el inmovilismo amparado en el fundamentalismo
constitucional se me antoja un error que sólo puede contribuir a enquistar el
problema. Y eso lo afirmo al margen de mi opinión sobre el tema. Las afirmaciones de Vidal Folch el pasado domingo me parecen, en este
sentido, de lo más atinadas.
Pero una cosa es el planteamiento
de un referéndum y otra muy distinta engañar groseramente a la población y
alimentar falsas expectativas que, es su obligación, han de saber que no están
en condiciones de imponer. Es más, contra la idea delirante según la cual las
declaraciones de los mandatarios europeos obedecen a presiones del gobierno
español, pero que en el momento de la verdad Europa se volcará con Cataluña
porque no puede prescindir de ella, lo cierto es que, con independencia de que
estas presiones ciertamente se estén dando, el gobierno español no está en
condiciones de imponerle nada a la UE, menos aún tratándose de un país
rescatado de hecho.
Simplemente, si a Europa le
interesara por cualesquiera razones una Cataluña independiente, maniobraría en
este sentido, exactamente igual que lo ha hecho en otras ocasiones, algunas de ellas tan recientes que todavía están en el candelero. Y por cierto, sin reparar demasiado en el derecho internacional. Pero nada indica, al menos hoy por hoy, que desde los centros de
poder europeos se contemple esta posibilidad para Cataluña, ni siquiera como
hipótesis de trabajo. Y decir que Europa tendrá que tragar sí o sí como se
sigue diciendo por aquí, me temo que ya no se puede considerar ni miopía
política, ni torpeza, ni diletantismo, sino más bien un solipsismo político que
los últimos años han contribuido a arraigar y que ahora amenaza con su propia apoteosis.
Un solipsismo que proviene
de haber adoptado como marco de referencia un modelo fundamentado en la inversión de una idea de universalidad que así queda supuestamente adaptada a la medida de la propia
idiosincrasia, ya sea ésta imaginada o no. Entendámonos, lo local puede trascender a lo universal,
pero el proceso inverso, lo universal "destrascendiéndose" a inmanente en lo particular,
eso no es sino la exaltación del provincianismo más ramplón. De ahí a decirle a
la UE lo que tendrá que hacer, va un paso: el tránsito al solipsismo político.
Literariamente quizás se vea
más claro que en clave política. El Quadern
Gris, Vida Privada, Terra Baixa, Laia
o La Plaça del Diamant son
productos catalanes que se trascienden a sí mismos -como pienso que lo son
también la obra de Marsé y otros catalanes que escriben en castellano-
convirtiéndose en clásicos. Porque desde el inevitable marco local en que toda
obra se desenvuelve, van más allá de esta realidad, la anécdota se
resuelve en categoría y deviene universal. Dudo que ninguna de estas obras
precisara en su momento de demasiadas subvenciones para su difusión.
Hoy en día, muy al contrario el panorama de
la literatura y de la cultura oficial catalana, uno de cuyos más deplorables y divulgativos ejemplos
son los seriales por encargo de TV3, sigue un recorrido inverso. Desde el punto
de partida de una supuesta universalidad fundante, se recorre el itinerario en
sentido contrario acabando en la exaltación de la anécdota, de lo particular,
de lo identitario. Cierto que siempre en todas partes ha habido también de
esto, pero somos muchos los catalanes que echamos en falta lo primero.
Y eso primero no es que sean
producciones catalanas sensu stricto,
sino en el sentido que lo particular se proyecta en lo universal. La anécdota
es que hayan sido elaboradas en Cataluña y por catalanes que, precisamente por
captar lo esencial de la naturaleza humana, se pueden entender y se entienden
sin problemas desde Valladolid, Madrid o Nueva York, igual que desde Barcelona no se requiere ningún esfuerzo hermenéutico para entender La Regenta o Cañas y Barro. Lo segundo, en cambio, es todo lo
contrario. Basura literaria y bazofia culturaloide para solaz de mediocres abrevados a la subvención oficial. De tanto mirarse el propio ombligo, se acaba uno olvidando que muy probablemente no sea el centro del mundo.
Pues bien, si se me admite
la analogía, en lo político llevamos treinta años profundizando y recorriendo este itinerario
inverso, cuya correlato es el solipsismo auto inducido que Machado le espetaba
a aquella Castilla que, ayer dominadora,
hoy envuelta en harapos, desprecia cuanto ignora.
Algunos deberían aplicárselo
cambiando el nombre del territorio aludido. Quizás sea mucho pedir.
dimarts, 15 d’abril del 2014
HABLEMOS CLARO, SR. MAS...
...Porque estoy sumido en un mar de dudas que en modo alguno contribuye usted a disipar, ni en sus
proclamas ni en sus declaraciones. Verá usted, mi patrimonio es irrelevante.
Vivo, por lo tanto, de mi trabajo, o sea, del jibarizado sueldo que me
corresponde como funcionario público. Y como no juego a la lotería ni hago
quinielas, tengo la certeza absoluta de que, en caso de que llegue vivo al
momento de mi jubilación, mi supervivencia dependerá de la pensión que me corresponda por haber estado todos estos años cotizando. Y como de esto no
dice nada, absolutamente nada, ésta es precisamente una de mis primeras
incertidumbres en torno a su proyecto.
Mire usted. No soy nacionalista,
ni de aquí ni de allá. De modo que si su propuesta me pareciera convincente, no
tendría, en principio, el menor problema en secundarla. Pero antes debería
conocerla, y me temo que no me está dando usted demasiadas pistas como para que
pueda hacerme una idea mínimamente cabal sobre sus proyectos para el día
después. Más aún, los datos de que dispongo no son nada reconfortantes. De ahí
mis inquietudes.
El resto del artículo AQUÍdilluns, 14 d’abril del 2014
diumenge, 13 d’abril del 2014
HAMLET, MONTY PYTHON Y EL RESPETO AL PEDAGÓCRATA
"Trátalos como se merecen", le ordenaba Hamlet a su criado a
propósito de los actores que habían llegado a Elsinor. "¡No!", corrigió inmediatamente "¡trátalos mejor! todos merecemos que nos traten a latigazos".
Puede que a veces, tratar a
alguien con el respeto al que todo el mundo pensamos que es merecedor, no es que
esté bien o mal, sino que simplemente sea un error. Sobre todo si en los
propios planteamientos originarios de este alguien subyace implícito el fraude
y la falta de respeto. El charlatán, por definición, utiliza argumentos
falaces, pero arraigados en el acervo popular y sabe repartir lisonjas entre
quienes le interesa. Tal vez no haya que combatirle argumentativamente, no se
puede refutar un discurso vacío, sino ridiculizarlo. Puede que sea más efectivo.
Tras superar las más duras
pruebas, el rey Arturo y sus caballeros se encuentran ante el último escollo
antes de alcanzar el objetivo de su sagrada misión: el Santo Grial. Una
pasarela de cuerda y tablas de madera facilita el paso a través de un
desfiladero, bajo la vigilancia de un mago que le formulará al caminante una pregunta. Si la responde correctamente, cruzará el desfiladero; si no, será
tragado por el abismo. Una genial parodia del enigma de la esfinge.
Para alguno, como sir
Lancelot (John Cleese) la pregunta es fácil -¿Cuál es tu color favorito?-,
aunque para otros incluso tal pregunta es difícil, por ejemplo, el memo de Sir
Robin (Eric Idle) responde "¡el rojo!" y, cuando ya le
estaban franqueando el paso, corrige "¡Ah! no, el verd..." y no
puede concluir la frase antes de que se lo trague el abismo. Con algunos se
ceba especialmente el hechicero, como con el «sabiondo» y estrambótico sir
Bedevere (Terry Jones), alter ego de una razón medieval parodiada hasta el
sarcasmo. Finalmente le llega el turno al rey Arturo (Graham Chapman), a quien
se le pregunta: "¿A qué velocidad
media vuelan las golondrinas?" Sin duda la pregunta más difícil de
cuantas hasta entonces había hecho el hechicero... ¿Conseguirá el rey Arturo
salir airoso de tal lance?...
"¿Golondrinas
europeas o africanas?", le replica el
tonto de Arturo. "¿Eh?
Pues no lo sé..." farfulla el hechicero antes de que el abismo se lo
trague inapelablemente.
La escena que acabo de
describir pertenece a la película Monty
Python and de Holy Grail (1974), traducida aquí como Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores, un genial
desatino que machaca hasta la ridiculización todos y cada uno de los mitos
occidentales tenidos como lugares comunes fundacionales, desde el caballo de
Troya y el mito de la esfinge, hasta el cíclope y el santo Grial, pasando, cómo
no, por la teología y la política medievales... y no tan medievales.
El planteamiento de base es el de una sociedad de garrulos en la que a unos orates se les presupone en posesión de un
conocimiento arcano que les proporciona las claves de interpretación del
mundo. Y por si alguien no se lo acaba de creer, para eso está el brazo
secular.
Magos, hechiceros y teólogos
como fundamento de un orden controlado por feudales y guerreros ignorantes,
salvajes y fanáticos. Personajes atrabiliarios y grotescos, más dignos de chanza que de elogio, el mayor error ante los cuales es tomárselos en serio. Un orden cuya némesis se encuentra en el tramo final de
la película, cuando el propio mago y juez interrogador es autopropulsado a la sima del abismo por no saber la respuesta a la pregunta que formula. Y que culmina en la
extravagante y cutre detención de Arturo y sus caballeros por parte de Scotland Yard.
¿Y a cuento de qué viene
todo esto? Muy simple, pienso que en el mundo de la educación estamos en manos
de pedabobos y pedagócratas tan farsantes como los hechiceros, los teólogos y los caballeros de Monty Python and the Holy Grail. Y que,
igual que ellos, tampoco saben responder a las preguntas y problemas que les
plantean a los otros. Gente que no sólo no es la solución, sino parte del
problema. Y pienso también que quizás la mejor manera de desacreditarlos y
poner de manifiesto la inanidad y hasta lo perjudicial de sus presuntos
saberes, sería recurrir a la parodia. Esto el gran público podría entenderlo.
Me consta de un conocido
grupo teatral que está preparando algo así. A ver, a ver...